57 retratos en una pared: Jim Jarmusch
“¿Cómo no celebrar el descubrimiento de un cineasta que necesitaba tan poco para darnos tanto a partir de elipsis y silencios, o sea, de cine?”
-Daniel Domínguez, La escuela de los domingos.
Una de las “reglas de oro” de Jim Jarmusch para hacer cine, reveladas a la revista Moviemaker en 2004, afirma que: “Nada es original. Roba de cualquier sitio que te llene de inspiración o alimente tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones intrascendentes, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, ríos, luces y sombras. Selecciona para robar solamente aquellas cosas que le hablen directamente a tu alma. Si lo haces, tu trabajo (y tu robo) será auténtico. La autenticidad es invaluable; la originalidad no existe. Y no te preocupes en ocultar tu robo – celébralo si hace falta. En cualquier caso recuerda siempre lo que dijo Jean-Luc Godard: «De lo que se trata no es de dónde tomas las cosas, sino de a dónde las llevas»”.
Fiel a su credo, en Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), Jarmusch utiliza una idea a la que François Truffaut dio vida en El cuarto verde (La chambre verte, 1978). Allí el protagonista –un hombre obsesionado por la muerte e interpretado por el propio Truffaut- tiene un panteón personal donde están las fotos de sus familiares, amigos y seres queridos difuntos, pero en realidad ahí están –en un precioso juego metacinematográfico- los retratos de personas cercanas a Truffaut, fallecidas o no, como el compositor Maurice Jaubert, el actor Oskar Werner, el poeta y director Jean Cocteau, la actriz Jeanne Moreau, los escritores Marcel Proust y Henry James…
Jarmusch hace lo mismo. Uno de los protagonistas de Solo los amantes sobreviven es un vampiro llamado Adam, que en su casa tiene un altar con los retratos de su héroes. En esas 57 fotografías están, además de los personajes afines a la trama del filme, las personas que han marcado la vida de Jarmusch, como el cantante de The Clash, Joe Strummer, fallecido en el 2002, que fue uno de sus amigos cercanos y actuó en Mystery Train (1989); el músico Screamin’ Jay Hawkins, que se fue en el año 2000, y cuyo icónico tema I Put a Spell on You es lo que escucha Eva (Eszter Balint) en Stranger Than Paradise (1984), la cinta de Jarmusch que ganó la Cámara de oro en Cannes y que lo puso por primera vez bajo el radar del mundo del cine. Hawkins también actúa en Mystery Train, como el encargado del hotel donde confluyen las historias de ese filme.
En esa pared también está su compinche Tom Waits, el músico que protagonizó Down by Law (1986), el segundo largometraje de Jarmusch, y que también aparece en uno de los segmentos de Coffee and Cigarettes (2003) y en Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2019) en el rol de Hermit Bob. Waits además hizo la banda sonora de Night on Earth (1991) y es con Jarmusch uno de los fundadores de la sociedad secreta –en clave de broma- llamada “The Sons of Lee Marvin”. Con similares pergaminos se hizo con un lugar en la pared el músico Iggy Pop, que interpretó un papel absolutamente bizarro en Dead Man (1995) y es quien interactúa con Waits en Coffee and Cigarettes, amén de ser el protagonista de su documental Gimme Danger. La historia de The Stooges (2016).
Siguiendo con los músicos, ahí está Neil Young, que realizó la banda sonora de Dead Man y fue el sujeto de un documental de Jarmusch, Year of the Horse (1997). Otro de los allí presentes es el director de cinematografia alemán Robby Müller, que hizo para Jarmusch la fotografía de Down by Law, Mystery Train, Dead Man y Ghost dog – El camino del samurai (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999), filme donde el músico de hip hop RZA actúa e interpreta la banda sonora, motivos suficientes para también incluirlo en el altar de Adam. En ese panteón también figura el poeta inglés William Blake, homónimo del personaje que Johnny Depp encarna en Dead Man, el único western de Jarmusch, donde la confusión de ambas identidades termina por definir el destino de su atribulado protagonista.
Los retratos de varios cineastas cuelgan orgullosos ahí. Entre ellos resaltan Luis Buñuel y Buster Keaton, cuyo sentido del absurdo en el primero, y el humor inexpresivo e involuntario en el segundo, han marcado de arriba a abajo la obra de este director nacido en Akron, Ohio, el 22 de enero de 1953. Los personajes de su cine se balancean entre el extrañamiento, la sorpresa y la abulia frente a un destino que desconocen, pues parecen siempre foráneos, extranjeros, samuráis negros, vampiros fuera de este tiempo, poetas que conducen buses, seres tan desorientados como si estuvieran perdidos en el espacio (Lost in Space es el nombre, nada casual, de uno de los segmentos de Mystery Train). Tom Waits da una pista en una crónica que Lynn Hirschberg escribió sobre Jarmusch titulada “The Last of the Indies” y publicada en The New York Times Magazine en el 2005: “la clave, pienso yo, es que Jim se puso canoso cuando tenía 15 años. Como resultado él siempre se sintió como un inmigrante en el mundo de los adolescentes. Él ha sido desde entonces un inmigrante, un foráneo benigno y fascinado. Y todas sus películas tratan sobre eso” (1).
Por eso sus personajes –la inmigrante húngara de Stranger Than Paradise, el preso italiano de Down by Law, los turistas japoneses de Mystery Train, el taxista alemán de Night on Earth, el poeta de Paterson (2016)- nunca parecen entender lo que ocurre a su alrededor, como si estuvieran a merced del destino y la suerte, perdidos en la traducción. “Usted no habla español, ¿verdad?” le repiten incesantemente al “hombre solitario” angloparlante (Isaach de Bankolé) en Los Límites del control (The Limits of Control, 2009), la película que rodó en España. El William Blake de Dead Man mirando el interior del tren en el que viaja de Cleveland al lejano Oeste es igual a Buster Keaton en cualquiera de sus filmes: ojos desbordados, actitud temerosa, sentidos adormecidos. Igual es la actitud taciturna de Don Johnston (Bill Murray) en Flores rotas (Broken Flowers, 2005), que parece sonámbulo y lejos de una realidad que no entiende. Quizá por esa consistencia estructural de sus personajes es que Flores rotas obtuvo para Jarmusch el Gran Premio del Jurado en Cannes.
Hay otro director de cine, uno cuya foto está en un rincón de la pared, arriba al extremo derecho, al lado del retrato de Jane Austen y encima de la fotografía del cantante y compositor Hank Williams. Es un hombre que está sentado, con la mano izquierda sobre la rodilla derecha y la mano opuesta en la boca (¿fumando quizá?). Es Nicholas Ray, su mentor en el arte de ser un maverick. En 1977 Jarmusch entró a la escuela de cine de la NYU y en su tercer año conoció y se hizo asistente de Ray, que era profesor allí. El veterano maestro ya estaba padeciendo el cáncer que lo mataría y estaba muy débil como para asistir al campus. Les propuso a algunos enseñarles en su casa, pero al final solo quedó Jim. “Antes de siquiera conocerlo, él era como un héroe para mí, por sus películas; luego conocerlo y encontrar esos filmes fueron sólo un aspecto de la forma en que pensaba en las cosas… casi siento que aprendí más hablando con él de cualquier cosa, libros, música o béisbol, lo que fuera además de los detalles de la dirección. Él siempre decía que el problema con los estudiantes de cine era que sólo estaban interesados en aprender los aspectos cinematográficos y que no miraban pinturas, no les interesaba la música u otras formas artísticas, y él no podía entender eso” (2), expresaba Jarmusch. Ray en ese entonces era el objeto y codirector de Relámpago en el agua (Lightning Over Water, 1980), una suerte de crónica de su propia muerte que Wim Wenders rodaba. El agonizante realizador se trajo consigo a Jarmusch y lo vinculó a la producción en calidad de asistente.
Nick Ray murió el 16 de junio de 1979, a los 67 años. Al día siguiente Jarmusch empezó la producción de Permanent Vacation, su proyecto universitario, cuyo guión había discutido con Ray. “Él me decía que le pusiera más acción al filme. En vez de eso cada vez que él me lo repetía, me iba a casa y le quitaba acción al guión haciéndolo incluso más pasivo. Yo no quería imitarlo” (3), evocaba Jarmusch. El mediometraje resultante fue su bautizo como realizador, pero la NYU no le otorgó el grado, insatisfecha con el resultado. Es posible que Permanent Vacation, en su crudeza, no sea la mejor representación de la obra de Jarmusch, pero ya ahí están, en bruto, los temas que va a desarrollar en sus largometrajes.
Un elemento es clave: la actitud que este director tiene frente a los espacios. La Nueva York de este Permanent Vacation iniciático es un lugar sucio, irreconocible, lleno de calles anónimas, de sitios en ruinas. Es la misma ciudad y las mismas características urbanas las que recorre Eva en Stranger Than Paradise. La Cleveland de ese mismo filme no tiene ninguna marca reconocible, ni qué decir del anónimo balneario de Florida que los tres protagonistas visitan. En Down by Law vemos una New Orleans periférica y marginal, como la Memphis de Mystery Train, la Roma de Night on Earth o ese pueblo del Oeste polvoriento y agresivo que recibe a Blake en Dead Man. De igual forma la Detroit de Solo los amantes sobreviven es nocturna, decadente y abandonada, mientras la Paterson en New Jersey, que da título a uno de sus filmes, solo es reconocible por las cataratas del río Passaic. ¿Alguno podría reconocer las ciudades que visita Don en Flores rotas? Esto, claro, contribuye a la desorientación y a la alienación de los personajes, que parecen habitar un universo hostil, poco dispuesto a aceptarlos. Es el mismo universo de los grandes estudios de los que Jim siempre ha huido, incapaz de comprometer su mirada, de empeñar su peculiar manera de entender el cine.
De los 57 retratos, 21 corresponden a músicos, de Bach a Chrissie Hynde, de Schubert a Patti Smith… Jim Jarmusch ha desarrollado una carrera musical paralela a la cinematográfica. Empezando lo años ochenta hizo parte varias agrupaciones underground y en la actualidad, tras grabar tres álbumes con el laudista Jozef van Wissem, integra la banda de rock SQÜRL junto a Shane Stoneback y Carter Logan, proyecto que con el nombre previo Bad Rabbit contribuyó a la banda sonora de Los límites del control. Con SQÜRL ya ha grabado cinco álbumes, incluyendo la impactante banda sonora de Solo los amantes sobreviven, donde también participó van Wissem, la de Paterson y la de Los muertos no mueren.
Es obvio que en esa pared de la casa de Adam no hay una imagen de Jim Jarmusch. Pero en realidad no era necesario: las demás fotografías lo reflejan para nosotros como en un espejo.
Referencias:
1. Lynn Hirschberg, “The Last of the Indies”, sitio web: The New York Times Magazine, disponible en: http://www.nytimes.com/2005/07/31/magazine/the-last-of-the-indies.html, consulta: mayo 2 de 2015.
2. Bernard Eisenschitz, Nicholas Ray: An American Journey, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2011, p. 476
3. Ludvig Hertzberg (ed.), Jim Jarmusch: Interviews, University Press of Mississippi, 2001, p. 24
Actualización de un articulo Publicado en la revista Kinetoscopio No. 110 (Medellín, vol. 25, 2015), págs. 39-41
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015
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