70 años después, duele todavía: Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini
“El primer pase público de Roma, ciudad abierta tiene lugar un lunes, el 24 de septiembre de 1945, inaugurando la segunda semana del festival del teatro Quirino de Roma…”, escribe Tullio Kezich en su biografía de Federico Fellini. Tenía lugar en ese entonces el “Primer festival internacional del arte cinematográfico, dramático y musical”, en el que se exhibieron diecisiete largometrajes, la mayoría importantes producciones europeas que no habían llegado a Italia debido a la guerra. Roma, ciudad abierta (Roma città aperta) era una de las pocas producciones locales y sin duda la que tenía la gestación más dolorosa y humilde.
Su director era Roberto Rossellini, un hombre que había empezado a hacer cine dentro del aparato estatal fascista. En agosto de 1944, dos meses después de la liberación de Roma, Rossellini comienza a trabajar en el guión de la película junto con su amigo Federico Fellini y con el escritor y guionista comunista Sergio Amidei. La idea era contar –en un documental- la historia de un sacerdote católico asesinado por los nazis, para lo cual contaban con el apoyo financiero parcial de una aristócrata. A lo que era inicialmente un cortometraje se sumaron otras anécdotas trágicas de la ocupación para conformar una película episódica de 105 minutos de duración. Roma, ciudad abierta sería entonces en palabras de su director, “un filme sobre el miedo, el miedo que sentíamos todos y yo en particular. También tuve que esconderme, también estuve en fuga. Tenía amigos que habían sido capturados y asesinados”.
Se rodó en las calles, en sótanos y apartamentos, sin poder contar con sonido en directo. Tampoco había película de celuloide y tuvieron que utilizar colas de negativos descartados. En un momento dado Rossellini y la actriz Anna Magnani tuvieron que salir a vender su ropa para poder conseguir recursos. Fuera de ella y del actor Aldo Fabrizi, la mayoría de los participantes eran actores no profesionales, sin ninguna experiencia. Nacía entonces el neorrealismo italiano y lo hacía a partir de las carencias, pero -sobre todo- de la necesidad de contar en voz alta y clara lo que habían sufrido.
Jean-Luc Godard expresaba en 1959 que “todos los caminos conducen a Roma, ciudad abierta”. Setenta años después de su estreno aún nos llevan hasta ella.
Publicado en la columna Séptimo arte del periódico El Tiempo (Bogotá, 27/09/15), sección “debes hacer”, pág. 6
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