El adiós del vagabundo: Tiempos Modernos, de Charles Chaplin
“Siempre sospecho de las películas con mensaje”
– Charles Chaplin
La imagen es imborrable: al hombrecillo recién recuperado de una crisis nerviosa le recomiendan tranquilidad y una vida en calma. Va por la calle con su sombrero hongo, su saco estrecho y sus grandes zapatos, y a su lado un camión deja caer una bandera -roja, supongo- que advertía sobre su carga larga. El hombrecillo la recoge y apura el paso gritándole al conductor del camión mientras agita la bandera, sin notar que a su espalda se aproxima una manifestación callejera que -rauda- lo acoge como a uno más de sus miembros. He aquí al hombrecillo, gritando en medio de una multitud con una bandera al aire en sus manos. Por unos mágicos segundos está ahí, convertido en abanderado de la libertad y de la búsqueda de una vida justa. Luego llega la policía y reprime con violencia a los manifestantes. Nuestro hombrecillo, ajeno a todo, es perseguido y detenido por la ley, acusado de ser el líder del movimiento. Nuestro hombrecillo es, claro, Charles Chaplin en medio de Tiempos modernos (Modern Times, 1936).
Había pasado un lustro desde el estreno de Luces de la ciudad (City Lights, 1931) y Chaplin, en la cumbre de su popularidad, se encontraba ante la disyuntiva de continuar con su estilo de comedia gestual o de dar el salto hacia el cine sonoro como ya lo hacían todos -unos con más facilidad que otros- a su alrededor. Millonario y famoso, Chaplin llegó a considerar que era el momento de retirarse: había hecho un largo viaje por Europa y Asia y venía dándole vueltas a la idea de establecerse en China o en Hong Kong, dejando atrás su carrera en el cine. De vuelta a casa escribió Un comediante descubre el mundo (A Comedian Sees the World) -un recuento de sus experiencias de viaje y de sus opiniones sobre la situación mundial aparecido en cinco partes en la revista Women’s Home Companion-, mientras continuaba con una agitada vida social. En esos días, el productor Joe Schenck lo invitó a pasar un fin de semana en su yate y allí conoció Charlot a Paulette Goddard, una joven divorciada que venía de su natal Nueva York a trabajar en el cine bajo contrato con el estudio de Hal Roach. De inmediato se volvieron inseparables: salidas a sitios nocturnos, prolongados paseos a lo largo de la costa y fines de semana en yate se hicieron rutinarios entre los dos. Chaplin compró su contrato, le regaló clases de actuación con Constance Collier, y le sugirió que no volviera a teñir su cabello de rubio sino que se dejara su color negro natural.
Impresionado por su belleza, juventud y actitud rebelde, Tiempos modernos fue inicialmente una disculpa para darle un papel protagónico a su nuevo objeto amoroso y surgió -según relata Chaplin en su autobiografía- de una entrevista en la que un reportero del diario neoyorquino World, le contó del empleado de una fabrica donde se utilizaba un sistema de bandas sin fin, quien tras cuatro o cinco años de trabajo mecánico, sufrió una crisis nerviosa. En la génesis de la cinta se encuentra también la película A nous la liberté (1931), de René Clair, cuyos productores alemanes -Tobis- demandaron a Chaplin por plagio.
El filme, que durante el periodo de producción se llamaba The Masses, estuvo listo a principios de 1936 y se estrenó en Nueva York en el teatro Rivoli el 5 de febrero a casa llena. Nada relata Chaplin sobre la prolongada filmación de la película, que tuvo lugar entre el 11 de octubre de 1934 y el 30 de agosto de 1935, sólo describe brevemente las preocupaciones que le producían los rumores -previos al estreno- de que se trataba de un filme de perfil comunista. No queriendo saber de los resultados iniciales de taquilla, tratándose de una comedia prácticamente muda, Chaplin dejó a Tiempos Modernos en cartelera y se embarcó de nuevo hacia Oriente, donde no sólo conoció a Cocteau, sino que se casó con Paulette Goddard. Era su tercer matrimonio.
Es curiosa la falta de atención que Chaplin da a Tiempos modernos en su autobiografía, parece que con la intención de querer minimizar el impacto que esta película causó en su momento. Feliz por volverlo a ver, el público la convirtió en un gran éxito de taquilla, pero más allá de divertidos momentos de gran comedia, esta película es un claro testimonio de los peligros de la sociedad capitalista industrial por completo deshumanizada, donde el ser humano es una pieza más de la maquinaria, que cuando no funciona es reemplazada fácilmente por otra, y donde la justicia y la ley están de lado de los poderosos. Con un argumento episódico, la cinta despega con una significativa metáfora: un rebaño de ovejas se difumina para dar paso a la imagen de un apretado y uniforme grupo de personas rumbo a su trabajo en una línea de ensamblaje industrial, donde los obreros rasos realizan un trabajo perpetuamente monótono. Como lo anticipó George Orwell en 1984, el ojo omnipresente del amo se cierne sobre los trabajadores en un sofisticado sistema de vigilancia audiovisual, moderno incluso para los estándares de hoy.
En ese mismo episodio, Chaplin es víctima de una máquina de alimentación automática que reduciría al mínimo el tiempo que los obreros dedican a comer, una vieja idea que el director tenía desde su productiva época con la Mutual en 1916. La acción cierra con la crisis psicótica de nuestro obrero, llevado al hospital mental, del que egresa recuperado. A partir de entonces, el vagabundo empieza a experimentar los rigores del desempleo: encarcelado por su equivoca participación en una manifestación, encuentra en la cárcel un hogar y, una vez libre, va a intentar regresar a ella por todos los medios a su alcance. Solo la aparición de una gamina huérfana (Goddard) y sus ansias de libertad le hacen cambiar de idea. El panorama al que se enfrenta es desolador y el filme no nos ahorra ninguno de los males que aquejaban a la sociedad de ese momento, males estos que hoy en día han aumentado en vez de disminuir: huelgas, tumultos, fábricas cerradas, filas de desempleados, hambre, la necesidad de robar, la irrupción de la drogadicción (la cocaína de la cárcel), la perpetua actitud represora de la policía, el dolor y la muerte. Sin embargo, la actitud del director es de alguna manera optimista y la pareja del vagabundo y la gamina logra sobrevivir, a pesar de las adversidades.
Dejando de lado el argumento, me parece interesante destacar que Tiempos modernos, pese a ser una película muda con ochenta y un intertítulos diseminados en sus ochenta y cinco minutos de duración, está también llena de efectos sonoros (ladridos, ruidos intestinales, aplausos, silbidos), música incidental y voces humanas que salen primero de medios electrónicos (parlantes, grabaciones, radios) y luego de su propias gargantas (gritos, canciones) hasta el inesperado momento en que le vagabundo, luego de veintidós años de silencio, decide hablar. Y lo hace -claro- sin traicionarse, interpretando una canción cuya letra improvisada es una incomprensible mezcla de lenguas romances que a veces parece italiano y por momentos francés. Es Chaplin intentando adaptarse a las exigencias técnicas y de lenguaje cinematográfico que ya para El gran dictador (The Great Dictator, 1940) se ha realizado por completo.
Pero había algo más. Chaplin entendía que en ese nuevo mundo no había ya espacio para su vagabundo ingenuo y generoso. La vida era otra, más amarga, más egoísta, más difícil: los vientos de guerra estaban por soplar. Y oír su voz era como oír su testamento, ya no lo veríamos más, ésta sería su despedida. El personaje del barbero de El gran dictador se le asemeja, pero no es el mismo: tiene un trabajo estable, un hogar, un credo. Con Tiempos modernos Chaplin se despide para siempre de su alter ego, que entra en ese momento en la inmortalidad.
Y de esta manera lo vemos alejarse por un camino, como tantas veces lo vimos antes, en su mano izquierda un bastón y un lío de ropas y en su mano derecha -por vez primera- la mano de una mujer, la misma con la que nuestro pequeño hombrecillo compartiría, a partir de entonces, alegrías y tristezas. Era pues la vida, en suma, que se abría ante ellos.
Publicado originalmente en la Revista Kinetoscopio no. 38 (Medellín, vol. 7, 1996) págs. 63-65
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1996
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