A sangre fría: Asesinos por naturaleza, de Oliver Stone

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Siempre hemos admirado el cine de Oliver Stone. Es extraño, pero más que una admiración racional surgida de las calidades estéticas de sus filmes, la nuestra es más visceral, más primaria: tiene que ver con las encontradas reacciones que sus películas suscitan en nosotros. Pasmo, sorpresa, dolor, repulsión, tristeza, ira, temor, son palabras que surgen mientras repasamos su creciente obra cinematográfica, ante la cual el espectador más indolente no puede quedar indiferente: algo se nos revuelve por dentro, nos deja inquietos, insomnes, nerviosos. Stone recurre a una receta tremendamente efectiva: ser capaz de reflejar nuestros temores apelando al ser ancestral que se encuentra en nosotros, egoísta y violento.

De esta manera, este director nos ha paseado a su antojo por el espectro feroz de la guerra en una trilogía de filmes infernales sobre Vietnam: Platoon (1986), Nacido el cuatro de Julio (Born on the Fourth of July, 1989) y Entre el cielo y la tierra (Heaven and Earth, 1993); le recordó al mundo que las verdades de a puño siempre pueden ser debatidas, haciendo tambalear la fe en las malolientes instituciones de una nación tal como vimos en JFK (1991); fue capaz de mostrar de frente las torpezas de la intervención de Estados Unidos en Centroamérica a través de los ojos de un periodista al borde del abismo en Salvador (1986); nos enfrentó al ambiente claustrofóbico y demencial de un talk show radial convertido en una batalla campal entre locutor y oyentes en Talk Radio (1988); pudo transmitirnos la ira de una generación sin rumbo que encontraba en la música una válvula de escape volcánica e hipnótica al ritmo de The Doors (1991); logró convertirnos en testigos de las profundas raíces de la codicia que crecen a la sombra del poder y el dinero como se manejan en Wall Street (1987) e incluso, en uno de sus primeros trabajos, recurría a la exploración de la maldad y el terror en ese filme cerrado y académico que se llamó La mano (The Hand, 1981).

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

Omnipresente y como tema común, la violencia generada por el hombre contra el hombre. En diferentes planos, con diversas texturas, bajo diferentes nombres, pero siempre ahí, agazapada y a punto de atacarnos: salvaje, agresiva, turbando nuestros sentidos, haciéndonos parte de un ritual primitivo, canibalesco y sin leyes.

Stone comprendió cómo era de fácil manipularnos y se divierte demostrándonos sus hábiles artes de titiritero en unas películas de impecable factura, acertada fotografía, montaje magistral y al comando de lo más granado del estrellato de un Hollywood con el que parece -por momentos- no tener compromisos y al que a menudo se enfrenta, pero que lo ha laureado con dos Oscares al mejor director en un lapso inferior a cinco años.

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

No es fácil explicar esta relación de amor-odio entre este realizador y su público. Sus cintas despiertan una rabiosa polémica cuando son estrenadas, parte de la crítica lo ataca sin tregua y, sin embargo, se constituyen en éxitos de taquilla, contando con el beneplácito de seguidores que se cuentan por legión. Pensamos que lo que atrae aquí es a su vez lo que hace que se le rechace: la radicalidad a ultranza de la mirada, que es subjetiva y testimonial en muchos casos. Stone sólo tiene compromisos con él mismo, con su conciencia, Y ante eso solamente hay dos caminos: aceptarlo en su subjetividad o rechazarlo por el mismo motivo.

Welcome to the Jungle
Pero si en el fondo de todas sus películas habita la violencia, Stone pretende ahora sacarla a la superficie haciendo de ella la protagonista evidente, sin que quepan dudas, sin otras interpretaciones. Y para lograrlo parece haber hecho un pacto con el diablo: el resultado está ante nuestros asustados ojos y se llama Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994), un experimento estilístico que desborda las más osadas expectativas que pudimos haber tenido.

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

La película, que surgió de una historia original de Quentin Tarantino, nos relata la saga trágica de un par de criminales psicóticos: Mickey (Woody Harrelson) y Mallory (Juliette Lewis) que arrasan sin piedad con quien encuentran a su paso. Así, el filme se emparenta con Bonnie and Clyde (1967), de Arthur Penn, y en la invulnerabilidad de sus protagonistas, con Cabo de miedo (Cape Fear, 1991), el malogrado remake de Scorsese. Pero son sólo referencias superficiales: Asesinos por naturaleza no se asemeja a nada que hayamos visto antes.

Creada para levantar una tremenda polvareda y una aguda controversia, esta cinta es un macabro viaje a las tinieblas de la mente humana, capaz de los actos más salvajes, sin justificación ni objeto. Mickey y Mallory simbolizan lo peor que se engendra en cada uno de nosotros, nuestro yo animal, nuestro ancestro más primitivo y salvaje. Verlos ejecutar gente inocente en un interminable y sangriento frenesí es una experiencia fantasmagórica que nos deja sin aliento, inermes ante la maldad de sus actos. Nada parece saciarlos, el matar los alimenta y los envicia como un alucinógeno del que piden más y más…

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

La descripción de la mente criminal que hace Stone no es otra que la de la personalidad antisocial o psicopática: inteligencia, encanto, falta de remordimiento, de introspección y de veracidad, egocentrismo, juicio pobre, baja tolerancia a la frustración y una violencia impetuosa. Aquí está todo esto y mucho más, retratado con una crudeza patológica e infame.

Pero si ellos están enfermos, el mundo que se describe alrededor de los dos también requiere terapia intensiva. Los supuestos “buenos” de la película -un detective, un periodista, el director de la cárcel- son personajes sórdidos, feroces y tan ávidos de sangre como los auténticos criminales. El guion los trata con sorna y desprecio: hacen parte del problema y no les interesa estar del lado de la solución, si es que hay alguna. Pero si somos sinceros, en esta cinta no hay ningún ser humano, tan sólo simples caricaturas, seres unidimensionales, anodinos, absurdos en su delirio y así lo han entendido los actores, con sus interpretaciones recargadas, gesticulantes, intencionalmente ridículas: miren a Tommy Lee Jones, transformado en un payaso altisonante.

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

Semejante pesadilla sólo puede ser tolerada si entendemos esta película como una virulenta sátira social. No hay otra manera de comprender qué quiso decirnos Oliver Stone, sino pensar que creó un mundo alterno al mundo real donde todo lo malo de este último ha sido exagerado, inflado, llevado a los extremos más tenebrosos. Y para acentuar esa sensación, el director realizó una puesta en escena irreal pero de un virtuosismo y una complejidad técnica difíciles de igualar: pasa del color al blanco y negro, con uso del super 8, video, 16mm, fotografía fija, dibujos animados, diapositivas, negativos, documentales, filmes antiguos, efectos especiales, juegos de luces de neón, cámara lenta, etc. Todo esto incluido en un montaje de vértigo que tomó once meses en completarse y que fue sazonada con una banda sonora alternativa donde oímos a Cowboy Junkies, Dr. Dre, Nine Inch Nails, Jane’s Adiction , Bob Dylan, Tha Dogg Pound, L7 y Patty Smith, entre otros, para que tengamos así en las manos un viaje psicodélico muy al estilo de The Doors, con la que comparte a Robert Richardson como director de fotografía: shamanes indígenas, alucinaciones visuales, espectros ensangrentados que se deslizan con rapidez por la pantalla, alternando con imágenes efímeras de animales de presa, aves de rapiña y caballos gigantescos que galopan por el cielo. Jim Morrison no lo habría filmado mejor.

Trama macabra
Pero no tocamos aún el punto álgido de este filme y que es el mismo que Stone empezó a delinear en Talk Radio: la responsabilidad de los medios de comunicación en la ola de violencia de la sociedad actual, derivada de la difusión y glorificación que el periodismo (radial, escrito, de televisión) hace de los hechos de sangre. De esta forma, no es casual que en los últimos momentos de Asesinos por naturaleza veamos la casa de David Korech ardiendo en Wako, a Rodney King siendo golpeado, a Lorena Bobbitt, a Tonya Harding, al parricida Menéndez, a O.J. Simpson y a otros personajes tristemente célebres, llevados a la fama por los medios deseosos de un buen rating.

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

Toda la ira de Stone a este respecto se descarga en un personaje repelente: un periodista australiano, Wayne Gale (Robert Downey Jr.), creador, director y presentador de un programa amarillista de televisión, como tantos han surgido ahora, llamado irónicamente American Maniacs, dedicado a exaltar la vida y obra de criminales alienados: el clan Manson, Jim Jones y, claro, Mitkey & Mallory Knox. Manipulador y ambicioso, Gale dedica un programa a la pareja que se torna así en celebridad pública. Luego de su sangrienta captura, llega el clímax: una entrevista en directo con el admirado Mickey Knox desde el penal en horario exclusivo, luego del Super Bowl. Montado el circo audiovisual, Gale despliega su ponzoñoso veneno y, cuando todo se sale de control, aflora su personalidad esquizoide en todo su truculento esplendor. Su final parece -por la sevicia- ejecutado por el mismo Stone en persona.

Es obvio que la prensa juega un papel crucial en la formación del pensamiento de las masas. Lo que no se publica, lo que no sale en televisión, simplemente no existe para el grueso del público, que no tiene otras opciones informativas, ni la disposición para buscarlas. En ese estado de las cosas, el periodista mal intencionado busca lo curioso, lo insólito, todo aquello que alimente el morbo de su audiencia que, idiotizada, no exige profundidad ni análisis alguno, sólo ver alguna cosa que lo saque de su rutina monótona, que alimente con sangre ajena su pobre espíritu. Pero no todo el periodismo es así: el pecado de Stone es la generalización, el olvidar que aún queda ética en buena parte de la prensa y que no todo el público traga entero, que todavía hay quienes logran diferenciar el oro de la escoria informativa que amenaza embrutecernos por completo.

Asesinos por naturaleza (Natural Born KilIers, 1994)

No sé si Oliver Stone piensa que la orgía visual de Asesinos por naturaleza es punitiva y que las cosas mejorarán en la conciencia colectiva luego de este baño de sangre, pero creo que hay otra manera menos salvaje y panfletaría de expresar que el mundo marcha mal y que es culpa de cada uno el sostener el clima de rencor, egoísmo y violencia que vemos a diario. El cine es sólo un medio, un canal de expresión y no la panacea laxante de la maldad como pretenden hacernos ver aquí, en este experimento que proviene de un director brillante que, estamos seguros, tiene mucho más que ofrecernos.

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 28 (Medellín, noviembre, diciembre de 1994), p. 107-110
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1994

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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