Abbott & Costello vienen de visita: La llegada, de Denis Villeneuve
“Conversely, now that I know the future, I would never act contrary to that future, including telling others what I know: those who know the future don’t talk about it”.
-Ted Chiang, Story of Your Life
“Solía pensar que este era el comienzo de tu historia. La memoria es una cosa extraña. No funciona como yo creía que lo hacía. Estamos tan atados por el tiempo. Por su orden”, son las primeras palabras que pronuncia en off, la protagonista de La llegada (Arrival, 2016), una lingüista llamada Louise Banks, que unos minutos después –cuando la hemos visto junto a su hija– añade “Y ahora no estoy tan segura de creer en los comienzos y finales”. No entendemos muy bien sus palabras, que parecen ante todo cubiertas de nostalgia y dolor. Ella ha sufrido una pérdida irreparable y suponemos que a eso se está refiriendo. De suposiciones así y no de certezas está llena La llegada, un filme de ciencia ficción que desafía lo que habitualmente esperamos de este género.
Una invasión extraterrestre es uno de los tópicos más recurrentes del cine y este lo ha abordado desde la paranoia y la amenaza a la raza humana, el enfrentamiento abierto con una civilización hostil, el despliegue de nuestra intolerancia y nuestra xenofobia, el contacto amistoso y hasta la posibilidad de beneficiarse de semejante situación. Es un campo fértil para la acción y no exactamente para la reflexión. Confieso que tenía un poco de prevención con la aproximación que tuviera este filme sobre el tema, pues un proyecto de casi cincuenta millones de dólares y con un reparto de alto perfil encabezado por Amy Adams, Jeremy Renner y Forest Whitaker, por lo general tiene unas intenciones comerciales inocultables. Aunque la dirección del canadiense Denis Villeneuve inspiraba confianza, temía que ya estuviera demasiado influido por el modo Hollywood de hacer las cosas. Por fortuna mis temores eran falsos.
La mirada de Villeneuve se impuso y La llegada resulta una experiencia cinematográfica fascinante. Parte de un cuento de Ted Chiang, Story of Your Life, publicado en 1998, y a partir de ahí el guion de Eric Heisserer –un escritor acostumbrado a elaborar cine de terror- nos presenta una narración en la que lo importante no es la presencia de doce enormes naves nodrizas extraterrestres esparcidas por medio mundo (China, Rusia, Inglaterra, Australia, Venezuela), sino los intentos de poder establecer una comunicación con los alienígenas y así averiguar sus intenciones. Si en otras películas los extraterrestres se comunican con nosotros perfectamente en inglés, los de este filme no tomaron ningún curso de idiomas que facilite un acercamiento con ellos.
Buena parte del metraje se lo dedica la película a la dificultad que implica entender a seres que no se comunican mediante un lenguaje verbal o escrito, sino utilizando signos circulares que comprenden en sí mismos una idea. Los dos alienígenas hectápodos que reciben a Louise (Amy Adams) en una suerte de antecámara de la nave -y a los que bautizan como Abbott y Costello- le presentan el enigma de su lenguaje de tinta (como si fueran calamares) y ella intentará develar este misterio, mientras le llegan permanentemente imágenes de su hija, aparentemente evocaciones que le hacen avanzar en el desencriptamiento de unas señales que no son de este mundo. La memoria cinéfila me hizo evocar el lenguaje tonal, la sencilla melodía que sirve para pactar una cita con los extraterrestres de Encuentros cercanos del tercer tipo (Close Encounters of the Third Kind, 1977) de Steven Spielberg. Realmente no se logró con ellos ninguna comunicación diferente a la necesaria para acordar –mediante coordenadas geográficas- un sitio para el aterrizaje de las naves espaciales. El científico francés que en ese filme interpretó nada menos que François Truffaut jamás llegó a tener un conocimiento sobre los extraterrestres como lo tuvo Louise.
La llegada es un filme acerca de la dificultad de establecer una buena comunicación. Y eso se traslada de los alienígenas al resto de los humanos que están tratando de descubrir que quieren los ocupantes de esas naves. La desconfianza ante la información privilegiada que algunos hayan podido descubrir, y que represente una ventaja competitiva para sus respectivos países, lleva a que las naciones dejen de trabajar mancomunadamente y que –paradójicamente- eso sea lo que busque la invasión extraterrestre. Pero en eso la película también desbarata conceptos preconcebidos.
Cuando mencioné previamente que fue la mirada de Villeneuve la que se impuso aquí, me refería a la complejidad narrativa del filme, que es una marca de su cine. A este realizador le gusta la fragmentación, los relatos-rompecabezas, las piezas que el espectador debe completar por sí mismo. En esta ocasión suma la estrechez del rango narrativo: la información que se nos brinda está muy restringida y eso hace que no tengamos claras las motivaciones de Louise, su conducta, sus visiones y recuerdos. Villeneuve quiere que solo al final tengamos todas las pistas y ya en ese punto reconstruyamos la historia en nuestra cabeza. Entonces volvemos a las palabras de Louise al principio del filme: “Estamos tan atados por el tiempo. Por su orden”. Y entendemos.