Lejos de sí mismo: Ad Astra, de James Gray

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“Las recompensas del espacio, de la infinita exterioridad eran tres: heroísmo vacío, baja comedia y muerte inútil”.
-Kurt Vonnegut “Las sirenas de Titán” (1959)

Leamos este diálogo entre un padre y su hijo, que tiene lugar en el sitio más remoto imaginable:

– “La vida está llena de misterios, hijo mío. Sabemos muy poco de este mundo. Pero tú y yo hicimos un viaje que ningún otro hombre imaginaría. Y dotó de entendimiento a nuestros corazones”.
– “Te amo padre”.
– “Te amo, hijo”.

Cualquier espectador que ya haya visto Ad Astra (2019) supondría -con razón- que ese diálogo hace parte del filme, y que son los astronautas Clifford McBride y su hijo Roy McBride los que lo pronuncian mientras están en la orbita del planeta Neptuno. Pero no es así. Ese diálogo hace parte de una película de James Gray, pero no de esta. Esas palabras las pronuncian el Mayor Percy Fawcett y su hijo Jack, ambos exploradores, en medio de la selva amazónica en Z: La ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016). Lo que sucede es que ambas películas de Gray comparten un mismo tema, un destino común. Si bien Z: La ciudad perdida ocurre en las primeras décadas del siglo XX y Ad Astra en un futuro cercano, las dos están protagonizadas por hombres que tienen una misión inusual: llegar a los límites de lo desconocido, de lo jamás explorado.

Ad Astra (2019)

Para el Mayor Percy Fawcett ese sitio era la selva amazónica brasileña, un lugar prácticamente virgen y totalmente agreste al que llegó por primera vez en los albores del siglo XX en una exploración que tenía como objetivo secundario ayudar a rehabilitar el nombre de su padre; en cambio para el Mayor Roy McBride ese lugar era el espacio exterior, mucho más allá de Urano, buscando controlar unas descargas de energía que amenazan la Tierra, pero también intentando limpiar el nombre de su padre, un héroe de la exploración espacial, desaparecido hace décadas. No es posible que sean casuales tantas similitudes entre ambos filmes: pareciera que Gray quisiera en Ad Astra expandir la propuesta narrativa de Z: La ciudad perdida llevando los hechos a una frontera aún más extrema, a un lugar todavía más desconocido: nuestro espíritu, nuestra esencia como seres humanos. Ese realmente es el viaje hacia el corazón de las tinieblas.

Ad Astra (2019)

James Gray hizo una apuesta arriesgada con este filme: las expectativas que generan una producción de alto perfil, proveniente de un estudio de Hollywood como la 20th Century Fox y con el papel protagónico de una estrella masculina no son exactamente las de contar una historia introspectiva ni reflexiva. Pero su propósito como autor era claro: “Yo tiendo a creer que la verdadera terra incognita es el alma humana”, ha declarado él en diferentes entrevistas a propósito del estreno de Ad Astra, y probablemente ese sea el sentido último de su película, una exploración a los confines de nosotros mismos. El gigantesco viaje de Roy McBride (interpretado por Brad Pitt) desde la Tierra hasta la órbita de Neptuno –que la película describe llena de efectos especiales y de toda una parafernalia espacial futurística- es en realidad una metáfora de lo difícil que es viajar hacia el interior de cada uno, hacia las profundidades del alma y reconocerse frágil, dejando de sentir miedo a ser o mostrarse vulnerable.

Ad Astra (2019)

El héroe militar que fue Percy Fawcett -incapaz de discutir una orden superior y de tener un momento de introspección- deviene acá en un astronauta extraordinariamente preparado para cumplir cualquier misión, pero al que James Gray dota de una voz interior que en la que nos confiesa sus temores, sus debilidades, sus carencias, su dolor, su soledad y su rabia. Esa voz interior se escucha también como una plegaria, como la oración de un hombre que está cansando de aparentar ser perfecto e infalible mientras por dentro se siente solo y con una vida familiar en ruinas. Su voz, su lamento, suenan similares a ese bíblico “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” en su urgencia, en el lamentar la ausencia de un padre que para Roy nunca tuvo respuestas, solo silencio.

Ad Astra (2019)

Con esa figura paterna ausente tiene muchas deudas por cobrar, muchos reclamos que hacer, muchas explicaciones que pedir. El adolescente que Roy era cuando su padre desapareció se convirtió en un hombre que no solo siguió sus pasos profesionales, sino que se volvió un ser frío, impasible, perfecto para la labor espacial, pero incapaz de sentir, de expresar sus sentimientos. Roy está encerrado en sí mismo, como lo está cuando aborda una de las naves espaciales que conduce. La desolación es su única compañía. Se antoja similar al viaje fluvial del Capitán Benjamin Willard en Apocalypse Now (1979) pero más desesperado, más extremo.

Ad Astra es el camino de expiación que debe recorrer un hombre para, más que reencontrar a su padre, encontrarse a él mismo y pedirse perdón por ese autismo afectivo en que ha vivido. Regresando de Neptuno le separaban de la Tierra alrededor de 4.3 mil millones de km, pero en realidad la distancia mayor era la que había frente a sí mismo, esa era, verdaderamente, el trayecto enorme que Roy -lo sabía ya- estaba dispuesto a cubrir.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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