Palabras de amor: Adiós a Eric Rohmer

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El hombre que el 11 de enero de 2010 falleció en París sabía un secreto: que el amor y los afectos se expresan con miradas, con gestos, con caricias, pero sobre todo con palabras. Con palabras que son como puentes que van de un sentimiento a otro, que son como mensajes de S.O.S. que buscan salvación en la oscuridad de la noche del alma. Por eso el cine que hizo es un homenaje a las posibilidades de las palabras y del diálogo como herramienta y como terapéutica. Sus personajes hablan, discuten, callan, piensan, divagan. Son seres movidos por un amplio espectro de motivos, todos de índole afectivo: el deseo, la pasión, la soledad, los celos, la desilusión, el dolor. Y lo que sienten lo cuentan. Y el cine de este realizador francés no hizo otra cosa que mostrarnos lo que querían expresar con sus palabras. Con palabras de amor, ante todo.

Ese hombre cuya partida lamentamos era Eric Rohmer, ese “hermano mayor” de los jóvenes agrupados alrededor de Cahiers du cinéma –Godard, Truffaut, Chabrol- y que como ellos enarboló las banderas de la nueva ola y se convirtió también él en director, en el más discreto de todos los del grupo. Si Godard era la militancia, Truffaut lo autobiográfico y Chabrol la maldad burguesa, Rohmer era el intimismo. Siempre fue coherente y honesto con unos postulados artísticos que se funden con sus creencias personales: Rohmer prefirió la vida real y la existencia cotidiana como material para sus guiones y a ellas siempre fue fiel, desde su debut con El signo del León, en 1959 hasta su película final, El romance de Astrea y Celadón, en 2007. “He respetado esa idea de que se podía hacer cine sobre la cotidianidad, que no eran necesarias las grandes construcciones dramáticas para tratar la realidad”, afirmaba. Por eso uno siempre sabía que esperar de su cine, por eso no había lugar a frustraciones. Rohmer siempre fue fiel a él mismo.

La rodilla de Clara (1970)

La sencillez de su puesta en escena y de su técnica narrativa carente de mayores adornos contrastan con la complejidad sentimental e intelectual de los dilemas a los que se ven enfrentados sus personajes, seres muy estructurados en lo académico que afrontan crisis éticas y morales que en ocasiones ignoraban que tenían, y que de repente ven tambalear sus certezas, y se reconocen desnudos y frágiles frente a los afectos y a la falta de ellos, así como también víctimas del azar, que juega con ellos a su antojo.

Filmes como Mi noche con Maud (1969), La rodilla de Clara (1970), El amor después del mediodía (1972) o El rayo verde (1986) hacen parte de la invaluable herencia que nos deja. Lo añoraremos siempre.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá) 21-01-10 Pág.1-14
©Casa Editorial El Tiempo, 2010

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