Al otro lado del río y entre los árboles: La reina africana, de John Huston
¿Quién quiere ver a dos viejos recorriendo de arriba abajo un río africano?
-Alexander Korda
“Debo reconocer que yo no notaba la diferencia de sabor” (1), confiesa John Huston en su autobiografía, al enterarse que el cazador negro que había contratado para conseguir animales con que alimentarse en el campamento que estaban habilitando aledaño al río Ruiki, en el Congo Belga, había sido detenido por unos soldados y luego ejecutado. ¿La razón? “Después descubrimos que en los días anteriores habían desaparecido aldeanos y era por eso, ellos eran la carne que estaba en la olla” (2). ¿Mito? ¿Realidad? Sólo tenemos la palabra de John Huston, un director más grande que su propia vida y que encontraba en su aventura africana, repleta de anécdotas como ésta, un reto del tamaño de su ambición.
Volvamos unos años antes, a 1948, cuando Huston forma una compañía independiente, Horizon, junto al polémico productor de origen polaco Sam Spiegel (quien se hacía nombrar en los créditos de sus filmes como S.P. Eagle, para americanizar su apellido). De esa unión nace una primera película de poco éxito, We were Strangers (1949), y luego de dos trabajos posteriores de Huston para la MGM, deciden realizar una segunda película. Piensan en adaptar La reina africana, novela de C.S. Forester escrita en 1935 y que ya había sido considerada por los grandes estudios de cine. En 1946 la Warner había comprado los derechos para hacer una película con Bette Davis y previamente RKO también llegó a pensar en hacer un proyecto para Charles Laughton y su esposa Elsa Lanchester. Pero el material —que implicaba que dos personas mayores y sin atractivo físico protagonizaran la historia— parecía tener pocas posibilidades comerciales y la Warner estaba deseosa de vender los derechos. Horizon no tenía los cincuenta mil dólares exigidos, pero Spiegel pidió un préstamo a la compañía que alquilaba el sonido a los estudios y además aseguró tanto la participación de una compañía de Chicago, como de Romulus Films, una empresa con sede en Londres, que a cambio se quedaría con los derechos de distribución en Europa.
Ahora Spiegel necesitaba a una estrella para que el proyecto fuera un éxito. Un día hizo una llamada telefónica. Leamos como la describe Katharine Hepburn (3):
“Hola, Miss Hepburn, Soy Sam Spiegel. Voy a hacer una película con John Huston, es una novela de C.S. Forester llamada La reina africana. ¿La ha leído?”.
“No”.
“¿Se la envío? Estoy ansioso de saber cómo le parece”.
“Gracias. La leeré de inmediato”.
A la actriz le pareció interesante el papel que le proponían. Que el personaje fuera una inglesa no representaba problemas para ella. Devolvió la llamada:
“Es fascinante. ¿Quién va a interpretar a —como se llama— Charlie Alnutt?
“Iré a verla” —dijo Spiegel.
Vino y hablamos de todos los hombres posibles —todos ingleses— porqué se suponía que Charlie tenía acento cockney.
Entonces Sam dijo:
“¿Qué tal Bogart? Podría ser un canadiense”.
“¿Por qué no?”.
Spiegel fue entonces a ver a Bogart y le explicó el proyecto. Luego el actor se reunió con Huston. Iba a ser su quinta película juntos, además se apreciaban mucho el uno al otro. El director le dijo en esa ocasión: “El héroe es ruin y tú eres lo más ruin en la ciudad y por lo tanto el más apropiado para el papel” (4). Aceptó. Venía ahora el guion. Huston quería elaborarlo con un hombre al que admiraba: James Agee —poeta, novelista y afamado crítico de cine—, quien había escrito un perfil suyo en la revista Life. Agee, autor de Let Us Now Praise Famous Men, era un hombre con un serio problema de alcohol y de consumo de tabaco, pero queriendo iniciar una carrera como guionista se puso a las órdenes de Huston, quien lo enclaustró, junto a él, en un hotel en las afueras de Santa Barbara, California, para que se dedicaran a escribir, hacer deporte y aislarse de otras tentaciones. Todo pareció funcionar muy bien, incluso Agee demostraba disciplina y oficio a la hora de escribir. Huston tuvo que viajar unos días a San Francisco y cuando estaba allá fue informado que su coguionista había sufrido un infarto.
“Cuando Jim —recordaba Huston—sufrió el ataque al corazón, nuestro guion no estaba terminado. Escribí un final un tanto chapucero, pensando rehacerlo y me fui a Inglaterra con Sam [Spiegel]. Transcurrió año y medio antes de que volviera a ver a Jim. Nos encontramos en el Club 21. Me saludó con una copa en la mano; sus dedos estaban manchados de nicotina como siempre. No había cambiado su ritmo de vida. En 1955 tuvo otro ataque al corazón y ese lo mató” (5).
La historia relata la aventura de una pareja improbable, Charlie y Rose —un ruinoso navegante fluvial canadiense y una misionera inglesa— que emprenden un viaje en una pequeña lancha en una zona de África bajo dominio alemán en 1914. Los alemanes prenden fuego a la aldea donde Rosie y su hermano tenían una misión religiosa y luego ella y su alcohólico acompañante pretenden torpedear un navío de guerra alemán para cobrar venganza. El final del guion difiere del de la novela y lo escribió Huston en África con Peter Viertel, un amigo de infancia que ya había colaborado con él en We were Strangers. Con los ricos recuerdos del rodaje de La reina africana, Viertel escribió la novela Cazador blanco, corazón negro, que Clint Eastwood llevaría al cine en 1990.
África mía
Leamos a Katharine Hepburn evocando de nuevo su primer encuentro con Sam Spiegel:
Spiegel empezó a irse. Lo detuve.
¿Dónde, Sr. Spiegel? ¿África?
“Bien”, dudó, “veremos”.
“Oh, no señor”, dije, “debe ser África”.
Me sonrió. “Estoy tan complacido de que le gustara el libro”.
“Si señor. Me gustó. Pero recuerde, ¡es África!” (6).
¿Por qué rodar esta película en escenarios naturales? No sólo era muy raro en esos momentos en Hollywood, sino que además implicaba una serie de retos logísticos y técnicos que sin duda aumentaba los costos de producción. Pero ambos actores y el director querían rodar en África. Más bien parecía que tenían que hacerlo.
Y tal urgencia partía de la necesidad de limpiar su imagen ante la opinión pública y ante los espectadores de cine. En 1947 Bogart y Huston formaron parte, junto a notables personalidades de Hollywood como Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Gene Kelly y Gregory Peck entre otros, del Comité de la Primera Enmienda, que pretendía protestar por la investigación que el Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado de los Estados Unidos —en ese entonces a cargo de J. Parnell Thomas— estaba haciendo sobre la presunta infiltración comunista de la industria del cine. Hepburn protestó contra esas audiencias en un mitín que honraba al antiguo vicepresidente Henry Wallace, ahora probable candidato independiente a la presidencia. Un periódico de Los Ángeles la criticó titulando una fotos suyas en ese mitín: “En el alboroto de Wallace con un vestido rojo” (7). El Comité de la Primera Enmienda se movilizó en apoyo de los 19 “testigos inamistosos” que el Comité senatorial estaba investigando, y algunos de ellos (Bogart y Huston, por ejemplo) tomaron un avión a Washington y presenciaron algunas de las audiencias. Sin embargo, su falta de preparación política y el clima político de la postguerra obró en su contra.
Tras ser condenados por el Senado los famosos “diez de Hollywood”, y por ello forzados los estudios a despedirlos, la prensa se fue en contra de aquellos que habían conformado el Comité de la Primera Enmienda. Recuerda John Huston: “La información sobre las actividades de nuestro comité en Washington, favorable a nosotros hasta ese momento, ahora era contraria. Había incluso citas equivocadas e interpretaciones manipuladas” (8). Esto afectó no sólo la reputación de un actor tan popular como Bogart, sino también el estreno de su película Dark Passage (1947), de ahí que a principios de diciembre el actor hubiera de retractarse públicamente, lo que inició una cascada de deserciones de dicho Comité, que más tarde empezó a ser considerado una agrupación paracomunista.
Hepburn, Bogart y Huston, los tres de ideas muy liberales, necesitaban sin embargo que sus nombres no fueran asociados a grupos políticos de izquierda. “La idea de irse a otro lado, y sobre todo, de mostrar a Bogart y a Hepburn como superpatriotas dispuestos a hacer una misión imposible en una lancha destartalada para volar un buque alemán para izar la bandera británica, aunque no fuera la estadounidense … los tres eran muy astutos. Sabían lo que tenían que hacer, y ¿qué mejor proyecto que La reina africana? (9)”.
Bueno… y además de esos motivos, Huston quería cazar un elefante. Obviamente sus razones públicas fueron otras: “Yo tenía que hacer esta película en exteriores [explicaba Huston en una entrevista] Yo quería que estos personajes sudaran cuando el guion lo solicitara. En un estudio uno lo finge, pero en África usted no tiene que imaginar que hace calor, es tan caliente y tan húmedo que los cigarrillos se ponen verdes de los hongos; realmente es caluroso y la ropa se llena de hongos en la noche y cuando la gente suda no es con la ayuda del maquillista. África era el único lugar donde conseguir lo que yo buscaba (10)”. Huston venía de pasar un trago amargo con el rodaje de La roja insignia del valor (The Red Badge of Courage, 1951), película que sufrió la obstrucción e intromisión constantes de los ejecutivos de la MGM, y África parecía lo suficientemente lejos como para escapar de tales productores. Empezaría así un periodo de diez años en que filmaría fuera de Hollywood.
Encabezando la avanzada que se desplazaría al continente negro estaban Huston, Spiegel y el director artístico del filme, Wilfred Shingleton. Volaron sobre África más veinticinco mil millas sobre Kenia, Uganda, Rhodesia y el Congo, tratando de encontrar un río y una selva con las características ideales, para al final decidirse por las oscuras aguas del río Ruiki, afluente del Lualaba, cerca a Biondo, en las profundidades del Congo Belga. Que en ese país le facilitaran a Huston los permisos para cazar parece que fue un motivo principal de tal elección, pues en Kenia le negaron la solicitud. Cerca del Ruiki construyeron el campamento para alojar al equipo técnico y a los actores, y fue durante ese periodo en que ocurrió la anécdota del presunto canibalismo que practicaron por culpa del cazador que terminó fusilado.
Al llegar Kate, Bogart y su esposa Lauren Bacall a Stanleyville desde Londres —previa escala en Roma— se encontraron con que Huston se había ido una hora antes para el campamento del Ruiki… aparentemente a cazar. Tras una parada de seis días y tras viajar en auto, tren y ferry, todos se reunieron por fin en el campamento. El director los esperaba en el bar, y los saludó alegremente: “Tenemos casi todas las clases conocidas de enfermedad y casi toda especie conocida de serpiente”, les dijo a los recién llegados (11). Hepburn quería insistentemente darle un vistazo al guion, pues le parecía inacabado y obra de un inexperto. Huston…. quería irse de safari. Es más, el primer día de rodaje abandonó todo, pues fue avisado de la presencia en las cercanías de una prometedora manada de elefantes.
El bote que iban a rebautizar Reina Africana fue encontrado en Butiaba, una terminal de ferrocarril a orillas del lago Alberto, en Uganda. Tras ser reparado fue trasladado al Ruiki, para ser el primer eslabón de la caravana fluvial del rodaje. Remolcaría en primer término una réplica suya fragmentada, donde acomodarían las cámaras de Technicolor para filmar en los interiores del navío; luego venía una balsa con el equipo y la utilería, después una tercera balsa con el generador de energía y, por último, el camerino y el baño privado de miss Hepburn. La caravana resultó ser muy pesada para el motor de la Reina Africana y a la primera oportunidad tuvieron que deshacerse del baño de Kate, quien debió usar para esos menesteres la selva, como todos los demás…
La actriz recuerda como fue la forma en que Huston la dirigió, tal como lo relata A. Scott Berg:
“El segundo día de rodaje […] Huston fue a verla a su choza, aparentemente para tomar una taza de café.
—Sin entrometerse en mi trabajo —explicó Kate más tarde—, John me sugirió amablemente que tenía algo que decir sobre mi papel. Acababa de interpretar una escena terriblemente triste. Todo era muy solemne. Pero a él no le parecía que la vieja Rosie fuera alguien triste, y que sería bastante pesado que se pasara así toda la película.
En esencia, Huston trataba de hacerle ver la diferencia entre ser solemne y ser seria.
—¿Has visto alguna vez esos documentales en que aparece Eleanor Roosevelt visitando a los soldados en los hospitales? —le preguntó.
Kate los había visto.
—Todo era muy serio —dijo él—. Pero Katie, querida, nunca era adusto. Porque ella siempre lucía aquella encantadora sonrisa. Tú tienes esta dulce boca con las comisuras hacia abajo, Katie, y trasmites coraje cada vez que sonríes.
En un tono extremadamente educado, sugirió que Hepburn adoptara la actitud de Eleanor Roosevelt diciéndose: “Barbilla alta, chica. Las cosas irán mejor. Ten fe. Y siempre la sonrisa. Una sonrisa de circunstancias”.
Huston salió de la choza sin decir nada más. Simplemente había arrojado una piedra a un lago. El agua se rizó en cada escena de la película, definiendo el carácter de Hepburn.
—¿Sabe? —dijo Kate años más tarde—, la gente se pregunta a menudo cómo trabajan los directores. Y, por supuesto, cada uno trabaja de manera diferente. Pero esas pocas palabras que John me dijo fueron pura inspiración. Fue la mejor manera de dirigir a un actor que jamás había visto y que jamás volví a ver” (12).
El rodaje continuó con los imprevistos esperados de filmar en una tierra tan exótica y agreste, pero imperó la buena disposición. “Todos seguíamos el ejemplo de John, y nos dimos cuenta de que teníamos que trabajar con los insectos y las serpientes y el barro y el mal tiempo, no intentando evitarlos. Luchar contra todos los elementos habría sido inútil” (13), contaba Kate. El campamento y sus habitantes fueron atacados por hormigas soldado, avispas negras de la selva, escorpiones y serpientes venenosas; algunos padecieron lepra y malaria (como Jack Cardiff, el director de fotografía) y prácticamente todos sufrieron disentería por las pésimas condiciones del agua que utilizaban para beber, incluyendo un agua embotellada que hicieron traer. “En todo este tiempo ni Bogie ni John se habían enfermado. Estaban bien. […] Estos dos enclenques indisciplinados tenían tan forrado su interior con alcohol que ningún bicho podía vivir en esa atmosfera” (14), relataba Hepburn con humor. Bogart lo confirma cuando anotaba que: “Todo lo que yo comía eran frijoles asados, espárragos enlatados y whisky escocés. Cada vez que una mosca me picaba a mí o a Huston, caía muerta” (15).
Mencionemos además que en los primeros días del rodaje no paró de llover, que la Reina Africana terminó hundida en el Ruiki y hubo que sacarla entre todos, que Huston convenció a Kate de acompañarlo a cazar y por poco son arrollados por elefantes y atacados por un jabalí; y que a Huston y a su secretaria —que iban en una pequeña barca— casi los vuelca un hipopótamo en una zona infestada de cocodrilos… el anecdotario es interminable. Por cierto, Huston no logró matar ningún elefante.
Tras concluir el rodaje en el Ruiki pasaron a Butiaba, donde filmaron el incendio de la misión colonial y por último concluyeron todo en las cascadas Murchison, cerca al lago Alberto. Una parte de la película se filmó en Inglaterra, sobre todo las secuencias donde los protagonistas están en el agua y todas las escenas donde aparece Robert Morley, el actor que interpreta al hermano de Kate. Concluye Huston: “En conjunto, teniendo en cuenta que todo lo que necesitábamos tenía que ser traído en avión o por transporte terrestre con grandes dificultades, el rodaje fue muy bien. No teníamos lujos, pero sí las comodidades básicas, y comíamos bien, fundamentalmente gracias a Betty Bogart, que se encargó de la cocina. Siento especial ternura por La reina africana y todas las personas relacionadas con ella. Me dio cierta pena cuando llegó el momento de abandonar las cataratas Murchison y regresar a Entebbe… y a la civilización” (16).
Sería la última película que haría para Horizon, pues disolvería la sociedad y terminaría su relación profesional con Sam Spiegel, quien nunca fue claro con las ganancias derivadas de este filme, que al parecer sólo lo benefició a él.
La pareja dispar
El 20 de marzo de 1952, La reina africana le daría a Bogart el único Óscar de su carrera, justo premio a la larga trayectoria de un actor digno de todo reconocimiento. Curiosamente el galardón le llegó por un papel que no era el que habitualmente solía hacer. El tipo duro y sagaz de otros filmes fue reemplazado por un hombre frágil e inculto pero noble a su manera. Es más, en esta ocasión el actor no polariza toda la atención. Tiene a su lado una actriz de muchos quilates y Huston no iba a perder la oportunidad de lucrarse de tan inédita pareja protagónica. De la lucha de poderes histriónicos y de la enorme química entre ellos se beneficiaron tanto Kate como Bogart, pues ambos brillaron sin opacarse.
En este filme Huston deja de lado la narración detallada y nostálgica de un fracaso —uno de sus motivos favoritos como autor— y se decanta por contarnos lo que resulta de la lucha de contrarios, del choque cultural y social entre sus personajes, como ocurre en filmes suyos como Heaven Knows, Mr. Allison (1957), The Barbarian and the Geisha (1958) o The Unforgiven (1960). El elemento adicional que diferencia a La reina africana de estas películas es el humor. Huston y Agee crearon una comedia romántica que hace incluso homenaje a un tipo de comedia fílmica (la screwball comedy) que para los años cincuenta ya estaba pasada de moda. Ese subgénero tenía como convención y punto de partida la gestación de una pareja completamente opuesta, que tras muchas aventuras terminaba hallando valores, comprensión y amor en el otro. Títulos como Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934), The Awful Truth (1937) o Bringing Up Baby (1938), ejemplifican esa tendencia.
Charlie y Rose son esa pareja dispareja e improbable. La mirada compasiva de Huston hace que minuto a minuto nos sintamos más cómodos con ellos y que veamos sus aventuras como una suerte de “ritos de paso” necesarios para que ambos terminen por aceptarse y aceptar al otro. Esto es más evidente en Rose, que al principio es una mujer acartonada, llena de rigidez y temores, para luego liberarse y descubrir lo que es capaz de hacer y sentir. “En un personaje que es similar al de Tracy Lord, interpretado por Hepburn en The Philadelphia Story (aunque sus problemas no son comparables), Rose descubrirá que es una mujer, descenderá de su torre de marfil y aceptará su corporalidad” (17). Ella se contagiará de la manera sencilla y vital con la que Charlie afronta su existir y aprenderá a disfrutarlo. El final feliz —de esta historia y de esta película— es más que merecido.
Referencias:
1. John Huston. Memorias (2a ed.). Madrid: Espasa, 1998, p. 260.
2. Declaraciones de John Huston en Playboy Interview, septiembre de 1985. Reproducidas en el documental Embracing chaos: The making of The African Queen (2010).
3. Katharine Hepburn. The Making of the African Queen; or How I Went to Africa with Bogart, Bacall and Huston and Almost Lost My Mind. (3a reimpresión). New York: Alfred A. Knopf, 1987, pp. 6-7.
4. Ann Sperber y Eric Lax. Bogart. New York: William Morrow and Company, 1997, p. 439.
5. John Huston, Op. Cit., p. 252.
6. Katharine Hepburn, Op. Cit., p. 7.
7. Ann Sperber y Eric Lax, Op, Cit., p. 360.
8. John Huston, Op. Cit., p. 180.
9. Declaraciones de Nicholas Meyer y William J. Mann en el documental Embracing chaos: The making of The African Queen (2010), de Eric Young.
10. Citado por Andrea Passafiume en http://www.tcm.com/thismonth/article/?cid=158024&rss=mrqe
11. Ann Sperber y Eric Lax. Op. Cit., p. 442.
12. A. Scott Berg. Recordando a Kate. Barcelona: Debolsillo, 2007, pp. 239-240.
13. A. Scott Berg, Op. Cit., p. 239.
14. Katharine Hepburn, Op. Cit., p. 118.
15. Ann Sperber y Eric Lax., Op. Cit., p. 444.
16. John Huston, Op. Cit. p. 271.
17. Pablo Echart. “Strange but close partners. Huston, Romantic Comedy and The African Queen”. En: Tony Tracy y Roddy Flynn. John Huston. Essays on a Restless Director. McFarland & Company, Inc, 2010, p. 28.
Publicado en la Revista Universidad de Antioquia No. 302 (octubre, diciembre /2010), págs. 110-116
©Editorial Universidad de Antioquia, 2010
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.