¿Alguien tiene un fósforo?: Lauren Bacall, 1924-2014
El mejor ejemplo de lo que Lauren Bacall fue para el cine proviene de uno de los primeros largometrajes que hizo sin su esposo, ese ídolo que fue Humphrey Bogart. Se trata de Música en el alma (Young Man with a Horn, 1950) del director Michael Curtiz. Es la historia de un trompetista, Rick Martin (Kirk Douglas) realmente apasionado de su arte y que frecuentemente es reprimido y reprendido por los directores de las orquestas en las que trabaja, quienes le insisten que se ciña a la partitura y no divague con improvisaciones jazzísticas. Martin está interesado en una cantante –interpretada por Doris Day- que es toda generosidad y candor. Cuando van unos cincuenta minutos de la película aparece por fin el personaje de Lauren Bacall, una indomable estudiante de psiquiatría llamada Amy North. Desde las primeras palabras que pronuncia con su voz ronca se desata una tormenta eléctrica en la pantalla. Ella es sofisticación, pasión y energía, todo lo opuesto a la mujer convencional, al ama de casa perfecta que representaba Doris Day. Rick Martin ve a Amy tan compleja y llena de vida como el jazz: no es difícil anticipar que terminará obsesionado por ella.
Lo mismo le pasó a los espectadores de cine desde mediados de los años cuarenta cuando Lauren Bacall irrumpió en las pantallas, como si sencillamente hubiera salido de la nada. La cinta en la que debutó se llamaba Tener y no tener (To Have and Have Not, 1944) y era una durísima prueba para esta joven neoyorquina de 19 años que tenía enfrente al director Howard Hawks en una historia escrita originalmente por Ernest Hemingway y adaptada por William Faulkner, y protagonizada por un peso pesado como Humphrey Bogart, la estrella de Casablanca (1942), y con actuaciones secundarias de Walter Brennan –que ya tenía en su hogar tres premios Óscar como actor de reparto- y del francés Marcel Dalio que previamente había actuado para Jean Renoir y Josef von Sternberg.
Era como para asustar a cualquiera y Betty Joan Perske –su nombre real- estaba aterrorizada y temblorosa en su primer día en el plató. Pero de ese susto sacó fuerzas y se autoimpuso una pose con su rostro y su mentón –inclinados ambos hacia abajo- que le diera seguridad. A eso sumó su voz ronca y grave, su peinado a la usanza de Veronica Lake, su estatura y su glamur de modelo de revista y el resultado fue un inconfundible look (The Look, como terminaron llamándola a ella) que hipnotizó al público como en su momento lo hicieran Marlene Dietrich, la Garbo o Katharine Hepburn. Era la encarnación de la femme fatale del cine negro en un empaque absolutamente sofisticado. Cuando por primera vez aparece en escena y pregunta “¿Alguien tiene un fósforo?” se caen todas la estanterías y entendemos que Lauren Bacall llegaba para quedarse, para arrasar con el tercer matrimonio de Humphrey Bogart, casarse con él, hacer otras tres películas juntos, darle hijos, irse con él y John Huston a África a rodar La reina africana, ser su viuda, continuar su carrera en el cine, enredarse con Frank Sinatra, debutar y triunfar en el teatro, y construir su propia leyenda lejos de la sombra de su afamado marido.
Lo más asombroso es que todo empezó por mera casualidad, por haber aparecido en la portada de la revista Harper’s Bazaar en marzo de 1943. Antes había estudiado un año en la American Academy of Dramatic Arts, sin tener fortuna en sus apariciones como extra en Broadway, teniendo que sobrevivir como acomodadora en un teatro y como modelo. Fue el olfato de la editora de modas de Bazaar, Diana Vreeland, la que la puso en la portada de la revista. Esa caratula –donde ya se anticipa la fuerza de su expresión- fue observada con interés por representantes del productor David O. Selznick y de la Columbia Pictures y también fue vista por la esposa del director Howard Hawks, Nancy. Esta se la recomendó como posible prospecto de actriz y Hawks y su agente la convencieron de ir hasta Los Ángeles para hacerle una prueba ante las cámaras. Un buen registro, una voz grave que ayudaron a profundizar y la capacidad de dejarse moldear por Hawks y su esposa fueron más que suficientes para crear una estrella. El romance con Bogart durante el rodaje de Tener y no tener le añadió sazón a este cuento de hadas y convirtió a la pareja en uno de los activos más valiosos de la Warner Brothers.
Solo con El sueño eterno (The Big Sleep, 1946) se repitió la magia de la interacción de ambos en pantalla -no es casual que este título sea uno de los ejemplos más representativos del cine negro pese (o debido) a su confusa trama. No es que las otras dos cintas que hizo junto a Bogart, Dark Passage (1947) y Cayo largo (Key Largo, 1948), carezcan de interés, es más, la última es una de las mejores obras de John Huston, pero no se le ve tan cómoda a Bacall haciendo de mujer convencional o conformista. Lo suyo es de más hondura, de más calado dramático, de más independencia y compromiso. No por nada fue ferviente activista del Comité por la Primera Enmienda, un grupo de actores y directores de Hollywood que protestaron en Washington por la “cacería de brujas” del Comité de Actividades Antinorteamericanas del Senado de los Estados Unidos.
Esas características suyas hicieron que conseguirle papeles no fuera tan sencillo para la Warner. A las órdenes de Michael Curtiz tendría éxito en Música en el alma, pero la prostituta de buen corazón enamorada del hombre equivocado en Bright Leaf (1950) no es un personaje memorable. Imaginarla en una comedia no es fácil, pero algo tan sofisticado como Cómo casarse con un millonario (How to Marry a Millionaire, 1953), en la que actuaba junto a Marilyn Monroe y Betty Grable, le sentó muy bien, sobre todo porque el director Jean Negulesco (con quien hará otras dos películas) la situó como la líder y cerebro de un trío de solteras que sueñan con atrapar un marido acaudalado. Ya había tenido los dos hijos de su matrimonio con Bogart y se veía en plena forma física.
En los años cincuenta trabaja con dos autores dueños de un estilo muy propio, Vincente Minnelli y Douglas Sirk. Para el primero –gran formalista- hará dos filmes, el drama siquiátrico The Cobweb (1955), que sería su debut en la MGM, y la divertida comedia romántica Designing Woman (1957) junto a Gregory Peck; con Sirk, maestro absoluto del melodrama, realiza Escrito en el viento (Written on the Wind, 1956), donde interpreta a Lucy Moore, una publicista que es la secretaria ejecutiva de una empresa petrolera, que terminará casándose con el díscolo heredero de la fortuna familiar y siendo amada por el menor amigo de su esposo. Solo Sirk era capaz de manejar con dignidad semejante material, que incluye celotipia, sospechas de infidelidad y de falsa paternidad, aborto, muerte y una falsa acusación criminal. Su papel realmente es de víctima, pero no desentona nunca en el universo atormentado y en saturado Technicolor de Sirk. Estos son los años del declive de la salud de Bogart y Lauren Bacall opta por dedicarse a levantar a sus hijos y a cuidar de su esposo, que fallecerá de un cáncer de garganta en enero de 1957. “Recuerdo cada momento desde su primer diagnóstico, la cirugía, hasta cada altibajo de esa cima de un año de duración: un paso hacia adelante, tres pasos para atrás. Realmente nunca enfrenté el hecho de que su enfermedad fuera terminal. Yo iba día a día manejando el hogar, jugando con los niños, volviéndonos amigos, como si así fuera a continuar para siempre. Así es como él lo quería”, escribe ella en su autobiografía.
En los años sesenta solo hace tres largometrajes. En esa década se casa con el actor Jason Robards, en una unión que durará hasta 1969. En esos años se pasa a las tablas y tiene éxito en el drama Cactus Flower. En 1970 revalida su interés en el teatro con su actuación en el musical de Broadway Applause, que era una adaptación del filme Eva al desnudo (All About Eve, 1950). Recorrerá el país e incluso viaja a Londres a escenificarla ahí con gran suceso. Incluso de Applause se hace una película para la televisión en 1973 y al año siguiente Bacall vuelve al cine con Asesinato en el Expreso de Oriente (Murder on the Orient Express, 1974). En 1978 publica su autobiografía –By Myself– que actualizará 27 años después. En 1994 publica otro libro semi autobiográfico y de reflexiones llamado Now.
En los años ochenta vuelve al teatro para hacer allí el musical Woman of the Year, recreando el papel que Katharine Hepburn hiciera en la cinta homónima de 1942. En 1981 ganó el premio Tony por su papel en esa obra de Broadway. En 1997 fue nominada por primera vez a un premio Óscar en su larga carrera por su papel en The Mirror Has Two Faces (1996), pero no lo obtuvo. La Academia de Hollywood la premiará con un Óscar honorifico en el 2009 “en reconocimiento a su lugar central en la edad dorada del cine”. Al recibir ese premio, de manos de Angelica Huston, Lauren Bacall expresó al final de su discurso que: “¿Qué más puedo decir? Es lo que siento. Y me siento muy emotiva, muy agradecida, sin mencionar que aún estoy viva, quiero decir que -después de todo- a algunos eso les sorprende, ¿verdad? Sin embargo aquí estoy y acá estoy para quedarme. Mejor acostúmbrense a la idea. Gracias”.
Apreciada Lauren, fue fácil acostumbrarnos a ti.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 24/08/14). Págs. 12-13
©El Colombiano, 2014
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