El amor juega a los dados: Amantes por un día, de Philippe Garrel
Con Amantes por un día (L’amant d’un jour, 2017), el director Philippe Garrel concluye su “trilogía del amor”, compuesta además por Los celos (La jalousie, 2013) y A la sombra de las mujeres (L’ombre des femmes, 2015). Todas tienen en común estar rodadas en 35mm y en blanco y negro, durar alrededor de 75 minutos y haber sido coescritas por los veteranos guionistas Arlette Langmann y Jean-Claude Carrière, acompañados por Garrel y su pareja, Caroline Deruas.
Pese a su sencillez formal –son piezas de cámara muy al estilo de Eric Rohmer- cada uno de los tres filmes ahonda como sin quererlo en las complejas mecánicas y estados del afecto: el romanticismo, el deseo, la aventura pasional, los celos, la infidelidad, el duelo y la minusvalía tras una ruptura, el desengaño, los reproches, los remordimientos, la soledad, la depresión, el perdón, el volver a empezar. Detrás de las diversas puestas en escena y con rostros diferentes película a película, estos temas están siempre ahí, resonando de manera constante.
Transversal a los tres filmes hay una situación común: un hombre es traicionado por su pareja, algo que para él es intolerable. En A la sombra de las mujeres la voz en off del narrador al referirse a Pierre, el protagonista, afirma que: “él pensaba que solo los hombres podían ser infieles y que para las mujeres era muy grave y peligroso. Sentía que su idea era simplista y falsa. Una noción típicamente masculina, pero no podía parar y volver atrás. Se convirtió en una obsesión”. Lo mismo le ocurre a Louis en Los celos y a Gilles en Amantes por un día. Su perspectiva machista los faculta a ser infieles, pero no a sentirse o a verse traicionados.
Obviamente, las mujeres protagonistas de estas películas saben que ese rol pasivo y sumiso que sus parejas quieren que jueguen no tienen por qué asumirlo si las condiciones no son las mismas para todos. En Los celos, al descubrir Louis que Claudia (interpretada por Anna Mouglalis con esa voz fantástica que tiene) tiene otro hombre en su vida que la complace como él no lo hace, le dice “Te necesito. Me duele imaginarte con otro”, a lo que ella le responde “Pues no me imagines. Vive conmigo cuando estamos juntos. Después deja de pensar en eso. Yo estoy contigo cuando lo necesito”. En Amantes por un día Ariane, la joven pareja de Gilles, con quien ha establecido una relación abierta (o al menos eso creía ella), afirma que “Ya sabes, los hombres te engañan sin advertencia ni escrúpulos, pero lo que no soportan es que las mujeres hagamos lo mismo. Así que la única solución es hacer lo mismo. Y no decírselo”. Ya tiene claro que hacer. Las mujeres de esta trilogía son dignas hijas del cine de François Truffaut: quieren algo y lo toman. Luego pensarán en las consecuencias.
En esta trilogía solo hay un matrimonio vigente, el de Pierre y Manon en A la sombra de las mujeres. En los demás filmes hay parejas de hecho y amantes, pero en el único de los largometrajes donde hay una relación de subordinación es en Amantes por un día, que es también el único de los tres donde se establece una brecha generacional entre los protagonistas. Gilles es un profesor de filosofía cincuentón, separado, y su amante es Ariane (Louise Chevillotte, en su debut en el cine), una alumna suya de 23 años. Tienen un romance oculto a la vista de todos en la universidad, pero viven juntos. Entre los dos se estableció un claro pacto que la voz en off de una narradora omnisciente nos aclara: “Por miedo a perderla, Gilles le dijo a Ariane que, a pesar de cualquier infidelidad que ambos pudieran cometer, se quedarían juntos”.
Una noche llega, al apartamento que comparten, Jeanne, la hija de Gilles, a quien su novio ha dejado. Jeanne y Ariane tienen la misma edad, pero su concepción del afecto es muy diferente. Jeanne (interpretada por Esther Garrel, la hija del director) literalmente se está muriendo por haber terminado su relación con Mateo: su llanto asmático, su desesperación, su sensación de colapso interior y su gesto suicida dan cuenta de una mujer dependiente de un ideal romántico que de repente se hizo trizas y sin el cual no imagina la vida. Ante la desaparición del objeto de su deseo lo único que ve es un enorme vacío.
En cambio Ariane se sabe deseada y pretendida por muchos de su edad, y su aproximación a las relaciones con otros hombres es mucho más desprevenida y desprovista de romanticismo. Cuando quiere sexo lo obtiene y ya, sin que eso menoscabe lo que siente por Gilles: él representa seguridad, experiencia y madurez, y eso no se lo van a dar sus congéneres. Esta actitud de Ariane es el de la mujer emancipada sexualmente, segura de sí misma y que capaz de tener múltiples parejas sin que eso implique para ella remordimiento alguno mientras siga siendo fiel a ella misma.
Sin embargo, Gilles –aunque intuye que Ariane no es exclusiva para él- va a seguir el patrón de conducta descrito para los demás protagonistas masculinos de esta trilogía, el del macho ofendido en su honor, olvidando que él planteó ese tipo de relación abierta. La crítica a la actitud machista retrograda e inconsecuente es evidente en las tres películas y alcanza el máximo cinismo con Pierre en A la sombra de las mujeres, un hombre que se atreve a censurar a su esposa infiel, cuando él continua con una amante que tenía previamente a enterarse que su esposa llevaba una relación extraconyugal.
“El amor juega conmigo” se queja Jeanne adolorida, pero en realidad pareciera que el amor jugara a los dados continuamente y no solo con ella, sino con todos nosotros. Como sometidos a los designios del azar, seguimos apostándole con fe a una persona a la que le hemos abierto nuestro corazón y expuesta nuestra alma. A veces ganamos, a veces perdemos, pero nunca dejamos de jugar. Si las cosas salieron mal solo necesitamos del tiempo para sanar las heridas y ahí vamos otra vez, quizá menos confiados, pero con la voluntad de ganar de nuevo. Miren a Jeanne en la última secuencia de Amantes por un día. Volvió a amar y es feliz. No será eterno, pero le basta.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.