Analfabetismo sentimental: Histeria, la historia del deseo, de Tanya Wexler
A lo largo de los siglos la medicina –hija de su tiempo- por lo general ha aprendido tanto de sus aciertos como de sus errores y de las víctimas que lamentablemente estos últimos dejaron. De ahí que el retrato que la película Histeria, la historia del deseo (Hysteria, 2011) de la directora Tanya Wexler –sobrina del director de fotografía Haskell Wexler- plantea de ciertas aproximaciones terapéuticas en la Londres de finales del siglo XIX sea interesante, aunque sin duda ligero.
La descripción de las condiciones de los pacientes hospitalizados en un hospital de caridad –en plena era preantibiótica- agobia ante el sartal de falencias y mitos con los que los médicos ejercían su profesión en esas épocas, mientras que el retrato de un consultorio privado de un especialista en el tratamiento de la histeria femenina –el Doctor Robert Dalrymple- es campo fértil para una historia divertida y complaciente acerca de la “cura” de este supuesto síndrome, que en realidad era mezcla de insatisfacción sexual, ignorancia de su propio cuerpo y agudas represiones sociales y de género.
Ante los buenos resultados de su terapia manual y de frotación –con la que conseguía un liberador orgasmo en sus pacientes- y ante una agenda llena, entra un médico adicional a atender la consulta, el Doctor Mortimer Granville, quien posteriormente introducirá una variante electromecánica y vibrátil como alternativa a tan singular método curativo.
Granville fue un personaje real, así como su popular invento, y aunque la película pocas veces supera lo anecdótico –lo que le sirve como fuente de situaciones graciosas pero agotables- introduce en la narración un elemento de emancipación encarnado en un personaje rebelde y visionario, Charlotte, la hija mayor del Dr. Dalrymple, quien se atreve a desafiar las restricciones (disfrazadas de buenas costumbres y recato) del momento y de su condición, para recordarnos –no importa lo facilista y subrayado del mensaje- que esa supuesta histeria era culpa de los hombres, no de las mujeres, y que tal “enfermedad” se trataba de una fachada para disculpar la incapacidad masculina para complacer a la mujer afectiva y sexualmente.
Pese a lo que pudiera pensarse, en este siglo XXI este es un tema tristemente no superado todavía, una bochornosa asignatura pendiente que aún llena de frustración a muchas mujeres. Histeria, pese a sus limitaciones, sirve como atento recordatorio y voz de alerta. Nuestro inveterado analfabetismo sentimental sigue dejando víctimas.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 27/09/12). Pág. 14
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