El “toque Anderson”: El gran hotel Budapest, de Wes Anderson
Escribe Stefan Zweig en su novela La embriaguez de la metamorfosis: “Se detiene ante un gran hotel, atraída por su magnetismo. Acaba de detenerse un automóvil ante la puerta, los mozos de librea se precipitan hacia afuera, cogen la maleta y el bolso de una dama de aspecto un tanto oriental, la puerta giratoria se mueve y los absorbe. Christine, incapaz de seguir, se queda mirando la puerta que la atrae como un embudo; siente un deseo irresistible de ver el mundo anhelado aunque sólo sea durante un minuto. Entraré, piensa. ¡Qué puede ocurrirme?”. Estamos en 1926 y Christine es una joven austriaca empobrecida que gracias a una tía, casada con un adinerado empresario holandés, pudo pasar unos días en un hotel de lujo en los Alpes suizos y vivir ahí como si el cuento de Cenicienta se hubiera hecho realidad, con todo y caducidad del hechizo.
Ahora leamos a Wes Anderson en una entrevista que George Prochnik –autor de la reciente biografía de Zweig titulada The Impossible Exile– le hizo en marzo de este año en el diario inglés The Telegraph: “En La embriaguez de la metamorfosis la descripción del gran hotel en Suiza que hace Zweig es muy evocadora. La protagonista es una chica que trabaja en una oficina de correos. A ella la invitan a quedarse en este hotel como un regalo de su tía rica, y cuando ella llega a este lugar la gerencia piensa que ella está ahí para entregar un domicilio. Su maleta es una canasta. Finalmente se dan cuenta que ella en realidad va a hospedarse en el hotel, que es muy diferente a cualquier sitio en el que ella hubiera estado antes” (1).
Anderson descubrió a Stefan Zweig hace aproximadamente seis o siete años cuando se topó con La piedad peligrosa. Luego lee La embriaguez de la metamorfosis y queda sorprendido. “El gran hotel Budapest tiene elementos que de alguna forma fueron robados de ambos libros”, confiesa Anderson en la entrevista con Prochnik. Pero también hay elementos de otros textos de Zwieg como su libro de memorias El mundo del ayer o su relato The Fowler Snared. No es sin embargo El gran hotel Budapest un traspaso fiel del mundo literario y creativo de Zweig a la pantalla grande. De eso ya se encargaron Max Ophüls con su Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1848) y Roberto Rosselini con La paura (1954). Lo que ha hecho Wes Anderson en esta ambiciosa y lograda película es trasladar la atmosfera de la Europa entre guerras que Zweig tan elegante y a veces tan melancólicamente describió, y servirse de ella para hilvanar una narración que es 100% propiedad de su curioso universo fílmico.
Rodada en Görlitz, una pequeña población en la frontera germano-polaca, la cinta está, sin embargo, ambientada en un país imaginario situado en Europa oriental llamado Zubrowka. Sin embargo, lo que Anderson aspiraba era reproducir la sensación que producían las películas de los años treinta y cuarenta el siglo XX, ambientadas en Europa pero hechas en estudio en California, como la Varsovia recreada en Ser o no ser (To Be or not to Be, 1942), la Budapest imaginada en El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940) o el Paris de Ninotchka (1939). Que estos tres largometrajes hayan sido dirigidos por Ernst Lubitsch no es nada casual. “Creo que logramos un poco de esa sensación, de esa Europa en un estudio de Hollywood, aunque realmente vamos a ir a Europa a hacerla. Tiene algo de eso. Siempre es bueno aspirar a las películas de Lubitsch” (2), expresaba el director.
En El gran hotel Budapest sucesivos flashbacks –marcados incluso por cambios en el formato de la imagen -de pantalla ancha a académico (1.37:1)- nos adentran cada vez más en el pasado de un literato un hotel y un país. Ese literato interpretado, según el momento temporal del relato, por Tom Wilkinson y Jude Law, es el alter ego de Zweig, nuestro inesperado guía al pretérito de otro hombre, el señor Moustafa, propietario del Gran Hotel Budapest, que va a contarle los pormenores de su juventud y su trabajo como botones al lado de M. Gustave, el afamado conserje del hotel en los años treinta. Como ven por esta somera descripción, cada vez que avanzamos hacia atrás en el tiempo nos introducimos en una historia aún más compleja y más ramificada, una “construcción en abismo” que asemeja la estructura de las muñecas rusas, donde cada una contiene a la otra.
El núcleo de la narración lo constituyen las desventuras de M. Gustave (interpretado por Ralph Fiennes) y el botones, que se antojan tomadas de la mecánica narrativa desplegada por Hitchcock en The Lady Vanishes (1938), filme que también ocurre en una nación ficticia del oriente de Europa, mezclada con la sustancia episódica y la misma verosimilitud de Las aventuras de Tintin. La trama, que involucra la herencia y la tenencia de un cuadro que M. Gustave va a defender a toda costa, tiene más movimiento, velocidad y acción que todas las creaciones previas de Wes Anderson juntas, amén de una puesta en escena todo lo abigarrada, puntillosa y creativa que ustedes puedan imaginar. El formalismo de Anderson llevado al paroxismo visual y cromático, pero puesto al servicio de una historia de época que se beneficia de esa mirada tan provocativa.
El personaje de M. Gustave, suave, enigmático y seductor, es todo lo elegante y atractivo que Anderson necesitaba para hacer un homenaje explicito al cine de Lubitsch, el autor de esas operetas picarescas y sensuales protagonizadas por Maurice Chavalier como El desfile del amor (The Love Parade, 1929); Herbert Marshall, Un ladrón en la alcoba (Trouble in Paradise, 1932) o Gary Cooper en Una mujer para dos (Design for Living, 1933). El “toque Lubitsch”, era algo indefinible, una alquimia que se producía en sus filmes luego de mezclar diálogos de doble sentido, elegancia formal, detalles argumentales muy simbólicos y una atmósfera de ensueño donde todo podía pasar.
Anderson tiene su propio “toque”, manierista y de humor absurdo, que también es fácilmente reconocible. El merito grande de El gran hotel Budapest es haber sido capaz de hacernos sentir el “toque Lubitsch” a partir del mundo literario de Stefan Zweig, sin haber traicionado al uno u al otro. Y lo mejor, sin haberse traicionado Anderson como autor. El experimento que hizo para medir sus propias fuerzas funcionó. La película que nos entregó – divertida, emotiva, nostálgica- es un triunfo de sus enormes capacidades y su ingenio.
Citas:
1. George Prochnik, ‘I stole from Stefan Zweig’: Wes Anderson on the author who inspired his latest movie, página web: www.telegraph.co.uk, disponible en: http://www.telegraph.co.uk/culture/film/10684250/I-stole-from-Stefan-Zweig-Wes-Anderson-on-the-author-who-inspired-his-latest-movie.html
2. Kevin Jagernauth, “Wes Anderson Says ‘Grand Budapest Hotel’ Takes Place 85 Years Ago, Inspired By The Films Of Ernst Lubitsch & Billy Wilder”, página web: www.indiewire.com, disponible en: http://blogs.indiewire.com/theplaylist/wes-anderson-says-grand-budapest-hotel-takes-place-85-years-ago-inspired-by-the-films-of-ernst-lubitsch-billy-wilder-20121031
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