Anita en las manos de Fellini
El 11 de enero de 2015 falleció, a los 83 años, Anita Ekberg, la mujer que se convirtió en símbolo eterno del cine gracias a La dolce vita.
Una ambulancia del Hospital San Camilo retumba en la noche romana. Pretende pasar por el lado izquierdo de la Fontana di Trevi, pero unos andamios y un gentío se lo impiden. Están rodando una película en las aguas de esa fuente. –“¿De Sica?”- pregunta uno de los camilleros de la ambulancia. –“No. Fellini”, le responden. En el agua están los dobles de Anita Ekberg y Marcello Mastroianni, mientras el actor está sentado cerca al borde de la fuente flirteando con una aspirante a actriz y Anita está en sesión de maquillaje. Fellini coordina todo desde una cámara instalada sobre un riel encima de la fuente y se aprecian muchos curiosos asomados a ver la filmación de esta escena de La dolce vita que se volverá emblema de la película.
Lo que vemos, sin embargo, es una representación de la secuencia real. Un homenaje que Ettore Scola le hace a su amigo Federico Fellini en una de sus cintas más hermosas, Nos habíamos amado tanto (C’eravamo tanto amati, 1974). Mastroianni y Fellini se prestaron para aparecer ahí, quince años después del rodaje original de La dolce vita recreándose a sí mismos. Pero lo que ocurrió en marzo de 1959 no fue muy distinto, según le relataba Fellini al periodista Costanzo Costantini: “Las tomas en la fuente de Trevi se prolongaron por ocho o nueve noches. Algunos de los dueños de las casas que ven hacia la fuente les cobraban a los curiosos para dejarlos asomarse a sus balcones, ventanas o terrazas. Al final de cada toma la gente gritaba. Un espectáculo dentro del espectáculo. Cada vez que veo la foto de la Ekberg en la fuente de Trevi tengo la sensación de revivir aquellos momentos mágicos, aquellas noches insomnes, entre el maullar de los gatos y la gente que llegaba desde todos los rincones de la ciudad para estar en la filmación”.
En la película Anita es Sylvia Rank y Mastroianni es Marcelo Rubini. Ella es una actriz norteamericana que llega a Roma a participar en un largometraje, él es un extenuado periodista de farándula. La diva es recibida con honores mediáticos en la ciudad, tanto en el aeropuerto como en la rueda de prensa que hace en su hotel. En ambos instantes Marcello está presente, pero indiferente ante la mujer. Solo se ve flechado por ella cuando la acompaña a subir por la cúpula de la basílica de San Pedro al día siguiente, mientras ella está ataviada con un ceñido disfraz de sacerdotisa. En la noche la acompaña a bailar al club Caracalla´s y ahí se muestra casi obsesionado por la belleza de esta mujer. “¡Eres la primera mujer del primer día de la creación. Eres la madre, la hermana, la amante, la amiga, el ángel, el diablo, la tierra, la casa! ¿Por qué has venido acá? ¡Vuelve a América, hazme el favor! ¿Entiendes? ¿Qué voy a hacer ahora?”, le dice Marcello. Ella lo mira y sonríe divertida. Bailará con otros y ante un desaire de su novio, se va acompañada de Marcello. La espera la noche romana, un gatito blanco, unos callejones solitarios y la Fontana di Trevi. La espera, sin saberlo, la inmortalidad.
Una criatura excepcional
-“Eres mi imaginación hecha realidad” le dijo Federico Fellini a Anita Ekberg cuando la conoció, en Roma, en los jardines del techo del Hotel de Ville en 1959. Él había visto tiempo atrás una fotografía suya en una revista norteamericana: “una poderosa pantera interpretando a una joven traviesa, a horcajadas sobre el pasamanos de una escalera”, tal como él la evocaba. Era como si una de sus estrambóticas caricaturas se hubiera encarnado en la figura rotunda de esa mujer nacida en Malmö, Suecia, en septiembre de 1931 y que había sido señorita Suecia en 1950. Tras participar en Estados Unidos al año siguiente en el concurso de Miss Universo, obtuvo un contrato con Universal Studios e inició una discreta carrera en Hollywood que la llevó a hacer parte del reparto de Abbott and Costello Go to Mars (1953) o Hollywood or Bust (1956), mientras se la relacionaba románticamente con Tyrone Power, Gary Cooper y Frank Sinatra. “Dios mío, no me dejen conocerla alguna vez”, pensó en esos momentos Fellini mientras la veía en la revista. Era exactamente como la había soñado, era el personaje de Sylvia convertido en una mujer real. Todo un buen presagio para La dolce vita.
Ahora la tenía frente a sí, caminando hacia él. La acompañaba su marido y sus agentes, seres anónimos que parecían desaparecer “como sombras alrededor de un halo de una fuente luminosa”. Anitona, así iba a rebautizarla. Sin embargo la actriz fue muy cortante con él. –“No me voy a acostar con usted”, le dijo en ese primer encuentro. A Fellini no le sorprendieron sus palabras, la belleza de esa mujer debía ser irresistible para cualquier hombre. La actriz quería saber acerca de su papel, sobre si su personaje era positivo, sobre el guion y respecto a los demás actores y actrices que participarían. Fellini tenía pocas respuestas en ese momento.
Anita Ekberg rememora ese día con menos romanticismo: “yo le dije a Fellini: ‘Déjame ver el guion’. Fellini respondió: ‘El guion no existe’. ‘Esta es una payasada’, le dije a mi agente. Fellini me dijo: ‘Mira, te cuento lo que debes hacer y luego escribimos el guion’. ‘Éste está loco’, le dije a mi agente. ‘Si quieres, escribe tú el guion’, dijo Fellini. ‘Está totalmente loco’, le dije a mi agente. La entrevista terminó sin llegar a ningún acuerdo, pero pocos días después Fellini me envió al hotel unas hojitas con líneas de diálogo escritas en un inglés pésimo, horrendo. Las leí y me ataqué de risa. Me dije a mí misma: ‘A lo mejor sería divertido, pero no puedo hacer una película con un loco como este’. Pero mi agente firmó el contrato y me encontré atrapada”.
Ante la insistencia de Mastroianni por conocerla, Fellini lo invitó a unirse a una cena con la actriz, seguro que ambos se causarían una buena impresión, pero no fue así. La frialdad entre ambos era notoria. Mastroianni le comentó que Anita le recordaba a un soldado de la Wehrmacht que durante una redada lo había forzado a subir a un camión en tiempos de guerra. “Después ella me dijo que no encontró atractivo a Marcello. Y él me dijo que no la encontró atractiva. No tuvo importancia. Yo había encontrado a mí Sylvia”, recordaba Fellini en conversación con la biógrafa Charlotte Chandler.
Sin embargo, tratándose de este director es probable que nada de lo acá relatado haya sucedido de esta forma, pues su biografía está siempre entremezclada –voluntariamente- con el mito. Por ejemplo, el gran Indro Montanelli en el libro Memorias de un periodista, publicado póstumamente en 2003, tiene una versión diferente, picaresca y casi surreal de este primer encuentro: “Cuando Anita Ekberg llegó a Roma para rodar La dolce vita, lo primero que hizo fue llamar a Fellini e invitarlo a su habitación de hotel, donde lo recibió desnuda en la cama y pronta al sacrificio. Pero Fellini no era de esos de aquí te pillo aquí te mato y, presa del pánico, nada mejor se le ocurrió para salir del paso que fingir un ataque de apendicitis, y tan bien lo hizo que lo operaron de verdad”.
Anita es La dolce vita
El rodaje de La dolce vita se inició el 16 de marzo de 1959 y aunque se prolongaría durante casi seis meses, las secuencias con Anita Ekberg se hicieron en las primeras jornadas debido a compromisos previamente adquiridos por la actriz. Durante la filmación -según nos informa el biógrafo Hollis Alpert- Fellini tuvo hacia Anita “una aproximación coqueta, le daba pequeños abrazos e insinuó una pasión hacia ella a la que no le podía dar una expresión real”. Y a aquellos que le preguntaban si se había acostado con ella durante la filmación Fellini les decía “Ustedes digan que sí”.
La mítica secuencia de la fontana di Trevi reproduce un episodio real que le ocurrió a Anita cuando un verano la estaban fotografiando. Andaba descalza y se cortó un pie. Buscando donde lavarse encontró la fuente, se subió la falda y se metió al agua, mientras la fotografiaban. Pero ahora estaban en otra época del año y el rodaje nocturno era otra cosa. “La Ekberg venía del norte, era joven, ostentaba una salud para jactarse, de leona. No hizo el mínimo melindre. Se quedó metida en la fuente quién sabe cuánto tiempo, inmóvil, impasible, como si el agua no la tocara, a pesar de que estábamos en marzo y en la noche tiritábamos”, rememoraba Fellini.
La actriz siempre defendió la importancia que tuvo su papel en el filme. “Yo fui la que hizo famoso a Fellini, no él a mí. Cuando la película se presentó en Nueva York, el distribuidor reprodujo la escena de la Fuente de Trevi en un cartelón del tamaño de un rascacielos. Mi nombre estaba en medio del cartel, gigantesco, y de Fellini abajo, chiquito, chiquito. Ahora el nombre de Fellini se ha vuelto grandísimo y el mío pequeñito. Todos decían que yo no tenía talento, que lo único que tenía era el cabello largo y los senos majestuosos, pero La dolce vita fue como un paseo para mí, hubiera podido filmarla con los ojos vendados”. Parece olvidar lo que era su carrera antes de este filme. Unos meses después de acabar el rodaje se separa de su esposo, el actor británico Anthony Steel y acepta un rol en una película de Renzo Merusi, Apocalisse sul fiume giallo.
“La Dolce vita cambió la vida de Anita Ekberg. Después de eso, ella no podía alejarse demasiado de la fontana di Trevi. Había encontrado el lugar donde verdaderamente existía y Roma se volvió su hogar”, relataba Fellini, que volvió a contar con Anitona para Las tentaciones del Doctor Antonio (Le tentazioni del dottor Antonio), un segmento del filme colectivo Boccaccio ’70 (1962), en el que aparece con un vestido escotado retratada en un enorme cartel publicitario en el que se promociona el consumo de leche, para desespero del moralista Doctor Antonio, que hará lo posible por evitar semejante atentado a las buenas costumbres. Pero su peor pesadilla aún no ha empezado: la imagen del cartel cobra vida y se enfrentará a su censor.
La magia de Mandrake
En 1987 Fellini estrenó Intervista, un falso documental sobre la preparación y el rodaje de una supuesta película basada en América de Kafka. En un momento dado, Mastroianni se aparece en las oficinas del director en Cinecittà caracterizado como el mago Mandrake y Fellini se lo lleva a hacer una visita. Se dirigen a Grottaferrata, exactamente a Villa Pandora, donde reside una diva semiretirada llamada Anita Ekberg. La robusta y otoñal mujer los recibe con alegría y los invita departir a su casa. Ahí Mastroianni pone a prueba su personaje de Mandrake y hace aparece un telón blanco en el que se proyectan imágenes de La dolce vita donde ambos actores están juntos. Ellos observan esos momentos de esplendor –físico y cinematográfico- con especial nostalgia. Una que otra lágrima corre por el rostro de Anitona. Pero el hechizo es fugaz y poco después el efecto desaparece. Perdura entre quienes lo vimos.
Lentamente todos se han ido. Fellini en 1993, Mastroianni en 1996 y Anita en 2015. Su cuerpo fue fugaz, como el de todos, pero su presencia perdurará entre nosotros gracias a la magia –esa sí eterna- del cine.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 25/01/15), págs. 12-14
©El Colombiano, 2015