La muerte y la reverencia: Annette, de Leos Carax
Henry McHenry, el personaje que Adam Driver interpreta en Annette (2021), es un provocador del stand-up comedy, un artista incómodo, punzante y carismático, que un día tiene, junto a su pareja Anne, una hija a la que llaman Annette, una criatura llena de talento, pero con una particularidad que solo entenderán los que hayan visto la película. En Henry quiero ver al director Leos Carax y en su hija a este filme, un absoluto artificio que rebosa talento. Parto de la base de que el cine es de por sí un artificio que pretende, en muchas ocasiones, reproducir la vida real, pero que en este caso ni siquiera lo intenta porque su pretensión no es esa, sino todo lo opuesto: mostrar las costuras, el truco, el efecto, todo lo que lo distancia de la realidad. Por eso, para empezar, Annette es un musical.
Un musical, pero no en los parámetros clásicos –eso sería un imposible en Carax, sino a la manera libérrima de Godard en Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961) o de Jacques Demy en Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964), en la que prácticamente todos los parlamentos son cantados, a manera de una opereta o en este caso, una ópera. Anne (nadie menos que Marion Cotillard) es una famosa cantante de ópera y la película parece contagiarse tanto de su lirismo y de su aura trágica, como del humor grotesco de los shows de Henry, para en una curiosa amalgama, convertirse en una curiosidad fílmica –un drama semicómico sobre el showbusiness que deriva en tragedia- cuyos números musicales, donde muchas veces hay un coro que interactúa con los protagonistas, funcionan maravillosamente. Hubo una gran cantidad de ingenio involucrado aquí y eso se nota en un filme cuyo ritmo no decae, pese a contar una historia cuyo núcleo parece extraído de alguna de las versiones de Nace una estrella (A Star is Born) o de Pinocho (Pinocchio), pero que en manos de Leos Carax se antoja auténtico, contemporáneo y mucho más oscuro, pues nos lleva a los extremos enfermizos a los que la megalomanía puede llevar.
“Si vas a hacer un musical, tienes que ser ambicioso o pretencioso” (1), afirma Leos Carax en una entrevista con Beatrice Loayza para The New York Times. Annette es ambas cosas. El director se alió con el grupo pop Sparks, de los hermanos Ron y Russell Mael, que escribieron no solo las canciones del filme, sino además el guion, lleno de autoreferencias y de un constante juego con la diégesis de la película, que la emparentan por consanguinidad directa con el cine de Godard y su permanente rompimiento de las reglas de juego narrativas. Aquí Carax se engolosina con esas posibilidades de trasgresión radical y nos trasmite esa fascinación por mostrarnos desde adentro cuánto del cine es solo una ilusión que nosotros damos por cierta. Los espectadores somos marionetas guiados por titiriteros expertos en esconder los hilos con los que nos manipulan, parece decirnos este realizador francés, que por este filme obtuvo el galardón a la mejor dirección en el Festival de Cine de Cannes de 2021.
El ser un musical cuyos protagonistas son un comediante y una cantante de ópera le dan a Carax una libertad insospechada, pues cualquier cosa que haga, por absurda que parezca, cae en los dominios escapistas y oníricos de un género que se distancia 180 grados de la realidad cotidiana. Un tema clave del filme es la muerte como representación, la muerte escenificada, que en la ópera es sublime, pero que en el stand up comedy se antoja patética, más cuando la representa Henry, el “Jake LaMotta” de los comediantes. Cuando Anne muere cada noche en el escenario “salva” a su público (son sus palabras), que termina ovacionándola; pero en cambio Henry los extermina y por eso va perdiendo el favor de unos espectadores que quieren reírse con un hombre que no quiere hacerlo y que destila su bilis cada noche frente a ellos.
¿Complacer o trasgredir? ¿El gran arte o el número aparentemente improvisado que exorciza los demonios del propio comediante? ¿El sacrificio o la euforia extática? Leos Carax, sin respondernos nada, ha hecho acá una obra tan indómita como todo su cine, pero dotada esta vez de una sutileza y una sensibilidad poco frecuente en él. Annette es un filme hipnótico, es fácil caer bajo su embrujo trágico, pero a la vez la película permanentemente quiere que prescindamos de cualquier sensación de comodidad que pueda generarnos. Es un pez hermoso lleno de espinas externas e internas: no dejas de admirarlo, pero te pinchas al tocarlo y te ahogas al morderlo. Están advertidos.
Citas:
Beatrice Loayza “Leos Carax on ‘Annette’ and the Cinema of Doubt”, The New York Times, 13/08/21
Disponible online en:
https://www.nytimes.com/2021/08/13/movies/leos-carax-annette.html
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