Antes de levantar vuelo: El nido vacío, de Daniel Burman
Previamente hemos celebrado las bondades de la carrera del director argentino Daniel Burman (Buenos Aires, 1973), cuyas últimas tres películas se han exhibido comercialmente en el país: El abrazo partido (2004), Derecho de familia (2006) y ahora El nido vacío (2008), todo un éxito de taquilla en Argentina. Si tomamos como base estos últimos tres filmes (hay otros tres previos a estos), uno podría decir que el cine de Burman tiene como eje específico a la relación no siempre fácil que se establece entre padres e hijos. Sea porque haya un padre ausente, o porque se deba asumir una paternidad, o que cuando esta ya se asume los hijos parten, Burman nos envuelve en historias locales y muy particulares en las que, sin embargo, hay un componente de identificación muy grande con el público, lo que las hace entrañables y cálidas.
Entre El abrazo partido y Derecho de familia se establecía un lazo de continuidad por la presencia en ambas del actor uruguayo Daniel Hendler como protagonista. Pareciera que el personaje evolucionara para asumir primero el papel de hijo y luego el de padre de un niño. Burman no lo incluye en El nido vacío, pues necesita a un actor de más edad, reemplazando el supuesto personaje que Hendler hubiera interpretado por uno que encarna el veterano actor argentino Oscar Martínez, en el papel de Leonardo, un dramaturgo casado con Martha (Cecilia Roth, con su habitual eficacia) y padre de tres hijos.
La historia se detiene en él. Leonardo debe aprender a aceptar un momento de su vida que se antoja crítico: el instante en el que los hijos levantan vuelo, se van lejos y queda la soledad, la pareja con la que a veces hay más silencios que palabras, la vejez que asoma a la puerta y algunos se niegan a verla. Leonardo es un artista de las palabras y ellas, junto a su imaginación, a su mundo creativo, le ayudan a ver qué camino seguir, qué conducta se antoja la más digna. Fantasías y realidad se mezclan en la cabeza de un hombre inconforme, en busca de un referente vital esquivo y que él mismo no puede concretar. Un libro que no puede empezar nunca a leer es una buena metáfora de un estado de inquietud y de un bloqueo creativo que lo acosan. Es curioso como el director deja de lado a Martha, cómo la mira siempre desde afuera y desde lejos, cómo no la ve como una posible solución al desasosiego de Leonardo. Quizá piense que la solución tiene que venir de dentro de él mismo.
Al final, Burman pone todo en su sitio. En ese momento entendemos varias cosas, algunos cabos aparentemente sueltos, algunas licencias narrativas impensadas. Entendemos, sobre todo, que cine tan lúcido como este es el que deberíamos ver más a menudo.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 29/11/08). Columna Cine, pág. 1-22
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