La sobreviviente: Aquarius, de Kleber Mendonça Filho
El tema de Aquarius (2016) –como muchos en el cine- es recurrente y socorrido: el enfrentamiento entre los intereses corporativos y el interés individual. Más específicamente entre un urbanizador que desea demoler un edificio antiguo para construir un nuevo proyecto residencial, y uno de los propietarios, que no desea vender su propiedad. Ese es el pulso que veremos en este filme brasileño, el segundo de su director, Kleber Mendonça Filho, tras su debut con Sonidos vecinos (O Som ao Redor, 2012).
El punto de vista del largometraje es el de la dueña de ese apartamento, el único que sigue habitado en el edificio Aquarius, frente a la playa de Boa Viagem en Recife. La propietaria es Doña Clara, una sobreviviente. Sigue en pie pese a la enfermedad, la muerte de seres amados, los temblores sociales y políticos de su país, la soledad, la vejez. Tiene 65 años y es una mujer vital, culta, melómana e investigadora y crítica musical (detrás del personaje se esconde Mendonça Filho quien fue crítico de cine). La película –dividida en tres partes, siempre referidas a ella- empieza en 1980 en una suerte de prólogo que incluso va a ir más atrás en el tiempo para, a través de otro personaje, mostrarnos tres elementos que son vitales para este filme y por ende para Doña Clara: los objetos materiales, la nostalgia y el sexo como energía liberadora.
Clara no es una anciana excéntrica que no quiere vender su apartamento por un capricho senil. Ese espacio –que ya habitaba en 1980- representa su pasado, su familia y su ser. Ahí están su música, sus libros, sus muebles, sus secretos, sus recuerdos. Estos últimos no solo están en su cabeza y en las fotografías, están en todos los rincones de ese hogar, en las habitaciones, en las paredes, en las ventanas que miran al mar. Pese al consejo de sus familiares ella se resiste a entregar todo eso, se niega a capitular. La película la acompaña, la entiende, la deja ser quien siempre ha sido. En entrevista con Robert Koehler para la revista Cinema Scope No. 67 el director explicaba que “incluso si los valores cambian con el tiempo, algunas personas permanecen fieles a sí mismas y eso siempre es un reto, más aún para una mujer”.
Los sobrevivientes han desarrollado técnicas para seguir vivos y ella es una, recordémoslo. Y hará lo que tenga que hacer y resistirá lo que tenga que resistir con tal de defender su privacidad, su estilo de vida y su propiedad. Añado que es de gran elegancia el manejo que el director y guionista le da al tema de la sexualidad en una mujer como ella. Yo le he expresado antes y gustosamente lo repito: el que envejece es el cuerpo, no el deseo.
Contrasta la sensibilidad expuesta frente al personaje –que interpreta una dama como Sonia Braga- con la torpeza y la caricatura con la que son retratados los representantes de la compañía constructora y los métodos de disuasión que utilizan para que Doña Clara ceda a sus pretensiones. Los juegos sucios a los que echan mano para ponerla a prueba son entre obscenos y absurdos, y queda siempre latente la posibilidad de que escalen en violencia y conviertan el filme en otra cosa.
Aquarius, pese a la inteligente y honesta descripción de su protagonista, termina contagiada de la incompetencia de los constructores. Tristemente su final es catártico pero obtuso, nada consecuente con el desarrollo previo de su accionar. Es una lástima que, pese a sus 146 minutos, el filme no haya logrado redondear un relato que contaba con una protagonista tan interesante. La película fue corroída por dentro por la termita de la precipitud y contra esa plaga no hay como luchar.
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