Arde la pantalla: Sexo en el cine

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Decía Woody Allen que “El amor es la respuesta, pero mientras esperas la respuesta, el sexo plantea algunas preguntas bastante interesantes”. Sin duda con la frase del director neoyorquino coincidiría Christian Grey, el protagonista de Cincuenta sombras de Grey, la súper exitosa novela de E.L. James que ya dio el salto al cine de la mano de la directora inglesa Sam Taylor-Johnson. La película se une así al selecto y polémico grupo de largometrajes que desde hace más de cien años han intentado echarle mano al sexo y con él condimentar las pantallas de cine, desde ese beso que se dieron la matrona May Irwin y John Rice en 1896 en los 47 segundos que dura The Kiss, y que recrea la escena final del musical The Widow Jones. La exhibición pública de ese casto beso en los cines de la época causo escándalo, protestas e intervención policial. Un abochornado crítico de cine de entonces escribía que “El espectáculo del prolongado pastoreo en los labios del otro era suficientemente bestial en tamaño natural en el escenario teatral, pero magnificado a proporciones gigantescas y repetido tres veces es absolutamente repugnante”.

The Kiss (1896)

The Kiss (1896)

No me imagino la reacción si el autor de ese comentario hubiera subido a una imaginaria máquina del tiempo y aterrizado el 21 de mayo de 2003, cuando en el Festival de Cine de Cannes se exhibió de The Brown Bunny, cuya escena final tenía reservada una sorpresa para los espectadores: el actor y director Vincent Gallo, personificando al motociclista Bud Clay, está en una habitación con su antigua amante Daisy (la actriz Chloë Sevigny). Se besan, se acarician, ella se pone de rodillas y procede a hacerle sexo oral no simulado frente a la cámara. Algo me dice que ese espectador del siglo XIX no habría sobrevivido lo suficiente a ese impacto visual como para contarlo. No habría alcanzado a ver, diez años después, las explicitas secuencias de sexo entre Adèle y Emma en la premiada cinta francesa La vida de Adèle, ganadora en Cannes

Secuencias como las de The Brown Bunny y La vida de Adèle son excepcionales en el cine diferente al pornográfico, del que no vamos a tratar acá. Las películas de los grandes estudios –sobre todo en Estados Unidos- han estado sometidas a fuertes regulaciones de censura que moderaron lo que se podía mostrar o no en las pantallas. El Código de Producción de 1930 –vigente más de 35 años- especificaba respecto a las escenas de pasión que “No deben mostrarse besos excesivos y lujuriosos, abrazos lujuriosos y posturas y gestos sugerentes. En general la pasión debería recibir un tratamiento que haga que estas escenas no estimulen los elementos más bajos y viles”. La creatividad de los guionistas empezó entonces a reemplazar lo que no podía mostrar con lo que podía sugerir.

Martha Vickers y Humphrey Bogart en El sueño eterno (The Big Sleep, 1946)

Martha Vickers y Humphrey Bogart en El sueño eterno (The Big Sleep, 1946)

El lápiz de labios de Lana Turner que rueda a los pies de John Garfield para llamar su atención y para que él por primera vez la vea, sensualmente vestida de blanco en El cartero siempre llama dos veces (1946); las conversaciones de absoluto doble sentido entre Barbara Stanwyck y Fred MacMurray en Double Indemnity (1944); la “casual” caída de la coqueta Martha Vickers en los brazos de Humphrey Bogart en El sueño eterno (1946)… los ejemplos podrían continuar de manera interminable. El público era más inteligente que los censores y sabía del material que les estaban hablando, así no pudieran verlo. Mientras tanto en Suecia Ingmar Bergman desnudaba a la actriz Harriet Andersson en una playa rocosa para deleite de los espectadores escandinavos que disfrutaban viendo el sensual naturalismo de Un verano con Mónica (1953), un voltaje demasiado elevado para las castas pupilas norteamericanas, ya suficientemente excitadas al ver la falda de Marilyn Monroe elevándose gracias al chorro de aire de una rejilla de ventilación del subway en La comezón del séptimo año (1955).

América se reprimía y Europa ardía lentamente. Una gamina francesa llamada Brigitte Bardot sorprendía con su desparpajo y su voraz apetito sexual en Y Dios creó a la mujer (1956). Unos años después la humanidad inverosímilmente rotunda de la sueca Anita Ekberg se metía a la Fontana di Trevi en La dolce vita (1960) y Sophia Loren le hacía un striptease infartante a Mastroianni en Ayer, hoy y mañana (1963), mientras se tenían noticias de la belleza inaudita de Claudia Cardinale y de las andanzas Gina Lollobrigida que iba –el título lo dice todo- Desnuda por el mundo (1961). ¿Alguien ha podido olvidar el cuerpo desnudo de la austriaca Romy Schneider al principio de Las cosas de la vida (1970)? ¿Alguno no vio a Sylvia Kristel despertar al sexo en Emmanuelle (1974)?

Romy Schneider en Max et les ferrailleurs (1971)

Romy Schneider en Max et les ferrailleurs (1971)

En 1968 entró en vigencia en Estados Unidos el sistema de clasificación de los públicos según el contenido de las películas y pese a atrevimientos como Bob & Carol & Ted & Alice (1969) de Paul Mazursky, Midnight Cowboy (1969) de John Schlesinger, o Animal House (1978) de John Landis, la mayoría del cine erótico floreció en Europa de la mano de Tinto Brass (Salon Kitty, 1976), David Hamilton (Bilitis, 1977), Alberto Lattuada (Cosi’ Come Sei, 1978) y un largo y lujurioso etcétera.

Las grandes compañías de cine norteamericanas no se arriesgan –por motivos publicitarios y comerciales- a que sus largometrajes vengan rotulados como NC-17, o sea estrictamente para mayores de 18 años de edad, y prefieren autorregularse. Cincuenta sombras de Grey –la película- recibió una clasificación R (los menores de 17 años deben ir acompañados con un adulto responsable) por “el fuerte contenido sexual, incluyendo diálogo, comportamiento inusual y desnudez gráfica”. Sin embargo las lectoras del libro sienten que la versión cinematográfica se quedó corta. Ahí faltó química, pasión, calor. La premisa de la cinta de por sí es bastante enfermiza y si en el texto la descripción de lo que siente Anastasia durante estos encuentros es explícita, eso no se traduce adecuadamente en las imágenes del filme, demasiado estilizadas y glamorosas como para ser todo lo excitantes que prometían ser.

Scarlett Johansson en Don Jon (2013)

Scarlett Johansson en Don Jon (2013)

Cincuenta sombras pretende ser escandalosa al mostrarnos los desinhibidos encuentros sexuales de los protagonistas, pero realmente no lo es pese a los desnudos de Anastasia. Parece que olvidaron que en el cine sigue siendo mejor sugerir, entrever, que mostrar directamente Lo erótico antes que lo explicito. El cómo antes que el qué. El striptease de Kim Basinger en Nueve semanas y media, mientras en la banda sonora Joe Cocker canta “You can leave your hat on” es mucho más sensual que todo el sexo desangelado de El último tango en París, sin importar la desnudez de Maria Schneider en este último largometraje. Lo mismo ocurre con Scarlett Johansson, convertida en la mujer más deseable del planeta en Don Jon (2013) y al año siguiente desprovista de cualquier asomo de erotismo en Under the Skin, donde aparece totalmente desnuda.

¿No es más emotiva la desnudez masculina teñida de romanticismo y deseo en Lucía y el sexo (2001) que la que vemos, cruda y mecánica en Ninfomania (2014), del inefable Lars von Trier? Y a propósito de esto, ¿Por qué son habitualmente las actrices las que terminan desnudas y no los actores? Obviamente porque el cine sigue siendo machista y los espectadores queremos ver una mujer provocativa y dispuesta, y no a un musculoso y bronceado rival de nuestro ego.

Jamie Dornan y Dakota Johnson en Cincuenta sombras de Grey (2015)

Jamie Dornan y Dakota Johnson en Cincuenta sombras de Grey (2015)

Cincuenta sombras de Grey era en ese aspecto la esperanza del público femenino, pero creo que también se vieron defraudadas. El señor Grey solo apareció sin ropa del abdomen para arriba, mientras Anastasia nos enseñaba todo su cuerpo. Y que conste que la película estaba dedicada a ellas. Contradicciones impuestas por presiones de mercadeo, que privilegió el aspecto sádico de las relaciones entre ambos personajes, dejando a un lado la pasión que Anastasia le puso a esos encuentros.

Para terminar volvamos a Woody Allen, esta vez para una de las preguntas interesantes que él mismo mencionaba al principio de este texto. “¿Es sucio el sexo? -Sólo cuando se hace bien”. El señor Grey estaría de acuerdo.

Publicado en la revista Credencial No. 340 (Bogotá, marzo de 2015) págs. 50-52
©Magazines Culturales Ltda., 2015

La directora Sam Taylor-Johnson con los protagonistas durante el rodaje de Cincuenta sombras de Grey (2015)

La directora Sam Taylor-Johnson con los protagonistas durante el rodaje de Cincuenta sombras de Grey (2015)

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