Arrivederci, Tonino
“La única manera de vencer a la muerte es permanecer durante mucho tiempo en la memoria de los demás. Yo creo que todo lo que he escrito y he hecho en esta vida no tenía otro objetivo”.
-Tonino Guerra
Recordemos esta escena de un filme español: Judit Garcia, directora de producción y agente del guionista Harry Caine, prepara su maleta para irse unos días fuera de Madrid a trabajar con unos cineastas norteamericanos. En el proceso de empacar le acompaña su hijo Diego.
-“Dame el libro de Tonino Guerra”, le dice ella.
El joven toma de la mesa de noche el volumen de la Poesía completa de Tonino, en la edición publicada por la Universidad Popular José Hierro, y se lo entrega a su madre, que lo guarda en la maleta.
Judit (interpretada por Blanca Portillo) y Diego son dos personajes de Los abrazos rotos (2009), un filme en el que Pedro Almodóvar rinde este sencillo pero significativo homenaje al poeta, novelista y guionista italiano Tonino Guerra, quien falleciera en su país natal el 21 de marzo de 2012, a los 92 años. Leamos a Almodóvar al momento de hacer Los abrazos rotos: “Hace cuatro años Tonino Guerra me envió una antología de sus poemas, la recibí tan emocionado que no pude por menos que sacar el ejemplar en la película que inmediatamente rodaría, Los abrazos rotos. Era el único libro que Blanca Portillo introducía en su maleta, en la escena en la que se prepara para salir de viaje. De ese modo cumplía el deseo natural del autor de que sus poemas fueran una buena compañía para la persona que los lee. Fue mi pequeño tributo a la dedicatoria que, con una letra muy firme para alguien que ya tenía 88 años, me escribiera en la primera página: “Queridísimo Pedro, de vez en cuando en mi memoria oigo tu nombre”. Firmado, Tonino”.
Como Almodóvar, son muchos los agradecidos con la preciosa tarea que Tonino llevó a cabo a lo largo de muchas décadas en el cine, traducida en más de cien guiones acreditados, y que lo llevó a colaborar con algunos de los directores más importantes del mundo, como Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Francesco Rosi, Theo Angelopoulos y Andréi Tarkovski.
Fue bautizado como Antonio Guerra tras nacer el 16 de marzo de 1920 en Sant´Arcangelo di Romagna, un poblado montañoso a unos diez kilómetros de Rímini, el pueblo a orillas del Adriático donde Fellini había nacido dos meses antes. Tullio Kezich en su preciosa biografía de Fellini escribe que “Cuando quiere hacer rabiar a Tonino, Federico le dice que Sant´Arcangelo fue siempre «la periferia de Rímini», a lo que el otro contesta que a los fanfarrones ribereños los echaban los del monte a puñetazos”. Cuando tenía 22 años fue puesto preso en el campo de concentración de Troissdorf en Alemania, luego de haber sido arrestado con otros antifascistas de la región. En la prisión empezó su afición por las letras: “Allí escribía poemas y canciones para hacer compañía a los prisioneros romañolos que estaban conmigo. Desde entonces toda mi poesía sólo pretende eso: hacer compañía a quien la lea”, declaraba en una entrevista hecha para la revista de poesía La dama duende por Juan Vicente Piqueras, que tradujo su poesía al español desde el dialecto romañolo en el que siempre escribió.
Tonino regresó a su país en 1945 para trabajar como maestro. Luego de doctorarse en Pedagogía en la Universidad de Urbino se traslada a Roma. Ya tiene 30 años. Gracias al pintor Renzo Vespignani conocería ahí a Elio Petri, en ese entonces asistente del director Giuseppe De Santis, quien le da su primer oportunidad como guionista en la película Hombres y lobos (Uomini e Lupi, 1957). Sin embargo su gran salto a la popularidad va darse cuando hace para Antonioni los guiones de La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse (1962) y El desierto rojo (1964), haciendo entrar al cine italiano a la modernidad post neorrealista. Es el cine de la alienación, aquel que está poblado de seres cuyas vidas han perdido el sentido, sometidos a dilemas existenciales que los superan y los llenan de angustia, impidiéndoles comunicarse con sus semejantes. Eso visualmente se refleja en unas películas donde abundan la introspección, los tiempos muertos, los planos largos, las narraciones no cohesionadas y de final abierto. Tonino siempre dijo que su papel en esos guiones siempre había sido técnico, dando una cohesión interna a la estructura narrativa. Pero la poesía implícita en su vida también iba a colarse en esas narraciones ambiguas que Antonioni nos ofreció. La colaboración entre ambos iba a prolongarse con Blowup (1966), Zabriskie Point (1970), El misterio de Oberwald (1981), Identificación de una mujer (1982) y Más allá de las nubes (1995). Toda una vida trabajando juntos.
En los años sesenta también laboró con Vittorio De Sica en el guión de Matrimonio a la Italiana (1964) y Los girasoles de Rusia (1970); y con Francesco Rosi en Siempre hay una mujer (C’era una volta…, 1967), El caso Mattei (1972), Lucky Luciano (1973), Excelentísimos cadáveres (Cadaveri eccellenti, 1976), Cristo se detuvo en Éboli (1979), Crónica de una muerte anunciada (1987) y La tregua (1997). ¿Y con su amigo Fellini? Aunque desde los tiempos de La dolce vita (1960) habían contemplado la posibilidad de trabajar juntos, solo es hasta Amarcord (1973) en que pueden hacerlo, combinando recuerdos de infancia propios y ajenos. “A él y a mí nos une el mismo dialecto, y una infancia pasada en la misma campiña, la misma nieve, el mismo mar”, decía Fellini. Por eso la simbiosis fue tan perfecta que no se sabe dónde empiezan las añoranzas de uno y donde las del otro. El título del filme se refiere al término a m’arcòrd, “yo me acuerdo” en dialecto romañolo, pero Pier Paolo Pasolini decía que debió haberse llamado Asarcurdem, “nosotros nos acordamos”, para hacerle justicia a Tonino. El resultado es una película excepcionalmente bella, un oasis en medio del barroquismo al que se dirigía en esos momentos la obra de Fellini, que retrocede hacía el registro directo y feliz de su vida en Rímini: un año en la existencia de un muchacho y de un pueblo junto al mar en medio de la paranoia fascista, contado con especial sinceridad y deleite. Volverían a unir fuerzas para Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1986). La primera es evocación y juego cinéfilo, la segunda es ironía y decepción.
Tras conocer a Andréi Tarkovski y hacer con él el guion de Nostalgia (1983), explorando “la nostalgia de un mundo sin fronteras, un mundo que con frecuencia cada uno de nosotros imagina que existe o que pudo existir” -según sus palabras, su nuevo compañero de ruta artística será otro hombre fallecido hace poco, el gran maestro griego Theo Angelopoulos, para quien escribiría los guiones de filmes como Viaje a Cythera (1984), Paisaje en la niebla (1988), La mirada de Ulises (1995) o La eternidad y un día (1998). “Lo que más me impresionaba de Angelopoulos era su cercanía tan profunda con el pasado: siempre andaba esperando un soplo de inspiración que le llegara de sus antepasados, de los griegos antiguos, de la gran civilización ateniense, en suma”, recordaba al enterarse de la trágica muerte de Theo.
Tonino se fue un marzo, pero por fortuna siempre nos acompañarán sus historias, sus poemas, sus ideas y frases en los guiones, cosas que para él fueron siempre lo mismo, mezclándose, intercambiándose, floreciendo: “Para mí no existe una diferencia profunda entre escribir poesía y escribir guiones, ambas conducen a la mismo: la creación de imágenes. Un guionista debe tener mil imágenes en su cabeza para conquistar a hombres como Fellini o como Antonioni”, declaraba. Descansa en la eternidad, querido maestro. ¡Arrivederci!.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano. Medellín, 01/04/12. Págs. 4-5
©El Colombiano, 2012
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