Asomados al abismo: Cabaret, de Bob Fosse

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“Fosse estaba creando la mejor versión cinematográfica de un musical de Broadway de todos los tiempos, y a la vez era tan diferente de la versión teatral de Cabaret, trascendía tanto al original, que se convirtió en algo nuevo”.
– Martin Gottfried

La noche berlinesa conjura al Kit Kat Klub para que abra sus puertas, reciba a sus clientes y el show empiece. No es cualquier espectáculo de music-hall: este es un espejo opaco de la realidad circundante, una catarsis, un ajuste de cuentas, un golpe al hígado, una revancha, un exorcismo, un signo claro del abismo. Sí, todo eso a la vez. La gente se ríe de las ocurrencias del implacable maestro de ceremonias –diablo cojuelo de los escenarios, sumo sacerdote de la ambigüedad- sin darse cuenta que él es quien se ríe, que ellos y sus miserias son el material con el que está construido un show de variedades que les escupe en la cara su decadencia social, política y espiritual. Al Kit Kat Klub no van a divertirse: van a que les recuerden su inminente derrota y los abochornen por ello. El público en realidad no se está riendo, tienen congelado un rictus de pasmo en el rostro.

¿Se dieron cuenta que el maestro de ceremonias solo aparece dentro del escenario del cabaret? ¿Notaron que no tiene una sola línea de diálogo con otro ser humano? Solamente existe en relación al show, no es un personaje real: es conjurado por la noche para estar ahí con los demás freaks que componen la comparsa diabólica que se reúne para zaherir las malas conciencias de quienes, además, pagan por ello. Es que el Kit Kat Klub no es un lugar en la Berlín de 1931, es un estado del alma.

Cabaret (1972)

Entre el público, en una de las primeras noches que atestiguamos el show, vemos a un hombre de menor edad que los aburguesados clientes del cabaret. Viste un uniforme, una camisa parda con una cinta roja en el brazo izquierdo. En la cinta hay un emblema inconfundible: una cruz esvástica. El joven pide apoyo para su causa entre el público. Es pateado y echado del club, sin que nadie le preste importancia al hecho. Pero será la última humillación que sufra. Es el huevo de la serpiente, incubándose entre el calor del Kit Kat Klub y la indiferencia de sus clientes, demasiado ensimismados como para alertarse por un grupo de hooligans alborotadores. Además el show tiene que seguir, ¿verdad?

El del Kit Kat es un espectáculo que se prolonga más allá de ese escenario burlón, para continuar en medio de una sociedad prostituida, arruinada moralmente, donde nada importa, donde todo se vende, sencillamente porque todo tiene un precio; la literatura es pornografía, la ambición se disfraza de amor, la lealtad es solo un negocio, y lo único que importa es el placer vacuo, promiscuo y autodestructivo. “La vida es un cabaret, viejo amigo”, canta Sally emocionada en escena. ¿Cómo no creerle? Además ese es el único credo que quieren oír los clientes del Kit Kat Klub, asomados a una sima insondable que se negaron a admitir. Todos vieron venir el desastre, todos oyeron como eclosionó el huevo de la serpiente nazi, pero prefirieron cerrar los ojos y seguir embriagándose, igual ya no tenían remedio ni salvación. Estaban condenados hace mucho. El maestro de ceremonias los mira atento, mientras sonríe sin ocultar la sorna…

Cabaret (1972)

Sally Bowles, la cantante, es un puente entre la noche del cabaret y el día de Berlín. No es alemana, es norteamericana, pero está igual de contagiada por el ámbito ruinoso en el que vive. Es una gold digger y así se reconoce. Está llena de sueños y de ilusiones artísticas, pero en el fondo sabe que habita una quimera, que se está engañando a sí misma, que jamás podrá escapar del laberinto donde voluntariamente se metió. En las noches brilla en el escenario con su voz privilegiada, pero en el día se debate entre su volubilidad emocional, su ambición y su falta de talento real. Es como si las luces del cabaret la enceguecieran y anduviera siempre a tientas en las horas diurnas, incapaz de distinguir entre el amor verdadero y los que quieren solo entretenerse a costa suya, incapaz también de sentir que a su lado se desmorona una sociedad. Parece a veces un instrumento del maestro de ceremonias del cabaret –titiritero en la sombra- para comprobar que todo está irremediablemente perdido, pero en realidad ella misma es su propio verdugo. Ella sacrifica la esperanza y el futuro, pues sabe que tampoco puede escaparse ya del infierno. Solo le queda cantar.

Cabaret (1972)

Sally (interpretada magistralmente por Lisa Minnelli) es el catalizador de las otras historias que componen Cabaret (1972). Junto a ella veremos aparecer a Brian Roberts (Michael York), otro exiliado que ha dejado las aulas de Cambridge para sobrevivir en Berlín enseñando inglés, y a Maximilian von Heune (Helmut Griem), un disoluto miembro de la rancia nobleza germana. Entre los tres se establece un triángulo sexual lleno de ambigüedades y desazón, y que representa la imposibilidad de la plenitud romántica, de poder verse auténticamente en el otro, de poder discernir entre el amor verdadero y el capricho. Dos de los alumnos de Brian, Fritz Wendel y la acaudalada Natalia Landauer también terminan por conocerse. Ella pertenece a una acaudalada familia judía y él ve en ella inicialmente la oportunidad de resolver sus problemas económicos. Ella encontrará un despertar sexual inesperado y él tendrá que aceptarse enamorado y reconocer su verdadera naturaleza. Las dos historias corren paralelas y junto a ambas vemos al nazismo floreciendo y prosperando lentamente, sin que sus actos de violencia parezcan preocupar demasiado a los protagonistas y a los demás berlineses. Es más, que se deshagan de los comunistas parece una buena idea al fin y al cabo.

Cabaret (1972)

La ambición de Sally y de Fritz, el antisemitismo creciente que rodea a Natalia, el triángulo amoroso de la cantante y sus hombres bisexuales… de todo este material es que se nutre el show del Kit Kat Klub, que satiriza con canciones y bailes lo que los personajes diurnos están padeciendo, sus luchas internas, sus fracasos… como si acaso el cabaret fuera testigo de esas vivencias y se convirtiera en una conciencia esperpéntica y aleccionadora.

¿Vieron una superficie esmerilada que aparece al principio y al final de la película como una especie de telón del show? ¿Vieron que refleja las imágenes pero que también las deforma y las colapsa? Esa es la esencia del Kit Kat Klub. A eso van sus enajenados clientes: a verse desmoronarse como sociedad, a ser testigos de su autodestrucción. Pero el cabaret no quedará solo. Las sillas vacías que van quedando las ocupan hombres de camisa parda y una cinta roja en el brazo izquierdo.

It’s show time!
Fueron muchas las transformaciones que tuvo que hacer Cabaret para llegar a ser la película que dirigió Bob Fosse en 1972. Originalmente fue una novela breve, “Sally Bowles”, escrita por el inglés Christopher Isherwood en Berlín en 1937, e incluida dos años después en su colección “Adiós a Berlín”. Todo el material que escribió durante sus años en Alemania apareció publicado en 1945 con el hombre de “The Berlin Stories”. “Sally Bowles” y otro relato de Isherwood sobre un gigolo que pretende conquistar a una heredera judía, fueron el material con el que John Van Druten hizo el drama teatral I Am a Camera, en 1951. Cuatro años después esta obra llegó al cine, dirigida por Henry Cornelius y con Julie Harris repitiendo el rol protagónico que ya había hecho en el teatro.

Cabaret (1972)

En 1966 el productor y director Harold Prince convirtió todo esto en un musical de Broadway, Cabaret, pero añadiendo una línea temática diferente a la de Sally, la de una casera alemana enamorada de un tendero judío, e introduciendo al enigmático maestro de ceremonias del club, interpretado por Joel Grey desde ese entonces. A Sally Bowles la encarnó la actriz inglesa Jill Haworth. El libreto lo escribió Joe Masteroff y las canciones fueron composiciones de John Kander con letra de Fred Ebb. La coreografía estuvo a cargo de Ron Field. Cabaret en Broadway fue un éxito fenomenal: la temporada original estuvo en las tablas casi tres años seguidos.

En 1970 Harold Prince, Neil Simon y Bob Fosse estuvieron juntos en una memorable cena. Allí Fosse supo que Prince –que acababa de llegar de Alemania de dirigir su primera película, Corrupción de una familia (Something for Everyone, 1970)- iba a montar a continuación un musical escrito por Stephen Sondheim y por eso no haría la adaptación al cine de Cabaret, cuyos derechos de adaptación a la pantalla habían sido adquiridos por ABC Pictures y Allied Artists por $1.5 millones de dólares. Esa noticia fue –literalmente- música para los oídos de Fosse, urgentemente necesitado de un proyecto exitoso para rehabilitar su imagen, golpeada por el fracaso de su ópera prima, Dulce Caridad (Sweet Charity, 1969). Cabaret podría y debía ser su redención. Pero para ello debía primero convencer al productor Cy Feuer para que lo vinculara al proyecto.

Cabaret (1972)

Feuer ya tenía varias cosas adelantadas: rodaje en el estudio Baviera de Munich, la vinculación de Lisa Minnelli y Joel Grey como protagonistas –este último repitiendo el rol del maestro de ceremonias que ya había hecho en Broadway- y a Jay Presson Allen para escribir el guion. Cuando Bob Fosse lo presionó para que le permitiera dirigir el filme, Feuer no tuvo que pensarlo demasiado. Su razonamiento era imbatible: “Si el guion se dirige con diez por ciento menos de maestría y todos los números musicales funcionan, entonces tienes un éxito entre manos. Pero si el guion se dirige al cien por cien correctamente y los números musicales son malísimos, entonces tienes un fracaso. Si protegemos los números, ya nos las arreglaremos con el guion, pero no hay nadie mejor para los números musicales que Bob Fosse” (1).

Las conversaciones entre Fosse y la guionista Jay Presson Allen no condujeron a ninguna parte y se decidió que Hugh Wheeler hiciera una reescritura, eliminando la subtrama de la casera y el tendero, e introducir –sacado de las historias de Isherwood- el romance entre la heredera judía y un hombre que pretende seducirla, ocultando su identidad religiosa. Fosse aceptó que el personaje de Brian Roberts –alter ego de Isherwood en la pantalla- fuera bisexual y apoyó la idea de Feuer de eliminar todos los números musicales que ocurrieran fuera del cabaret. Todos estarían orgánicamente integrados al relato y fue idea de Fosse el hecho de que las canciones se relacionaran con las situaciones que viven los personajes del filme. Para reemplazar las canciones faltantes, los compositores originales del musical de Broadway, John Kander y Fred Ebb, escribieron tres nuevas canciones, “Mein Herr,” “Money,” y “Maybe This Time”.

Cabaret (1972)

En Munich las relación laboral entre Bob Fosse y el productor Cy Feuer se hizo pedazos cuando este último se resistió a contratar al director de fotografía que Fosse pretendía, el norteamericano Robert Surtees –el mismo de Dulce Caridad- y vinculó en vez de él al inglés Geoffrey Unsworth. A partir de ahí Feuer estuvo muy alejado del proceso de rodaje. En febrero de 1971 y durante seis semanas, se hicieron los arduos ensayos de las escenas dramáticas y de los números musicales, para luego pasar a un rodaje caracterizado por la exigencia y el perfeccionismo de Fosse. En el plató el escenario del cabaret medía tres por cuatro metros y a ese límite se circunscribieron siempre. Recuerda el director: “Tuve que trabajar bajo esas restricciones. Intenté hacer que los números de baile no parecieran coreografiados por mí, Bob Fosse, sino por otro tipo que debía de estar en la miseria” (2). Esas limitaciones, la oscuridad del sitio y los filtros que utilizó Geoffrey Unsworth contribuyeron a crear la atmósfera de sordidez y decadencia de ese cabaret alemán que atrae como un imán a las almas perdidas que se atreven a cruzar sus puertas. Tras concluir el rodaje en Europa, el montaje del filme se hizo en Nueva York, en un largo proceso que tomó seis meses.

La película se estrenó el 13 de febrero de 1972 con enorme éxito de taquilla (sus ganancias superaron los 20 millones de dólares) y de crítica. Fue nominada a diez premios de la Academia de Hollywood y ganó ocho, incluyendo mejor director para Fosse, mejor actriz para Liza Minnelli, mejor actor de reparto para Joel Grey, mejor fotografía, montaje, dirección artística, banda sonora y sonido. Un extraordinario botín para un filme que era una bofetada al musical clásico, mucho más cercano en su cinismo al mundo de La ópera de los tres centavos de Kurt Weill & Brecht y al de La caída de los dioses (La caduta degli dei, 1969) de Visconti, que al del soleado universo de los musicales de Arthur Freed para la MGM.

Liza Minnelli y Joel Grey con los premios Óscar obtenidos por Cabaret (1972).

Epílogo (que en realidad fue un augurio)
Una de las primeras proyecciones de Cabaret antes de su estreno fue en una función privada en Nueva York, a la que asistieron familiares y amigos de los creadores del filme. Leamos que ocurrió cuando finalizó la proyección: “No hubo aplausos. Las luces de la sala se encendieron. Fosse no se movió de su butaca. Todavía con la sala en silencio, una persona del público se levantó. Era Vincente Minnelli. Con el abrigo en la mano dio la vuelta y empezó a recorrer lentamente el pasillo. Tenía los ojos clavados en el suelo, sin mirar adelante ni a los lados. Al llegar a la última fila, levantó los ojos y vio a Fosse. Se detuvo y agarró a Bob de la mano. «Acabo de ver la película perfecta», dijo, y se fue” (3).

Referencias:
1. Martin Gottfried, Bob Fosse, vida y muerte, Barcelona, Alba Editorial, 2006, p. 283
2. Ibid., p. 298
3. Ibid., p. 313

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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