Aún estoy aquí, de Walter Salles

En los créditos finales de Aún estoy aquí (Ainda Estou Aquí, 2024), después de mostrarnos las fotos de los protagonistas verdaderos de este relato, que está basado en hecho reales, aparecen imágenes del interior de la casa en Rio de Janeiro donde en el pasado vivieron tales personajes. La casa está vacía, pero luce iluminada y en buen estado. No es fantasmagórica, es evocadora de un pasado feliz. Esa casa y la familia que la habitó fueron muy cercanas al director carioca Walter Salles, que tras una infancia en la que vivió en Europa y Estados Unidos -por ser hijo del embajador y banquero Walter Moreira Salles- regresó a Brasil a finales de los años sesenta, convertido en un adolescente, para encontrar a su país bajo el régimen de la dictadura militar, en ese momento bajo la presidencia de Emílio Garrastazu Médici. Salles vivió en ese entonces en Rio de Janeiro y curiosamente fue amigo de los Paiva, la familia protagónica de Aún estoy aquí, pues era contemporáneo de Nalu, la tercera de los cinco hijos que tenía la pareja. Por supuesto que Walter Salles conoció la casa familiar en su época de esplendor.

“En la casa de la familia Paiva, las puertas y las ventana estaban siempre abiertas, que eran el ángulo inverso de lo que representa una dictadura militar. Aquella casa era extraordinariamente polifónica. La política estaba en todas partes. Las discusiones estaban por todas partes en los diferentes grupos que se mezclaban en aquella casa. Siempre había gente nueva, había grupos diversos. Sonaba música brasileña todo el tiempo. Así que lo que encontré en aquella casa me permitió entender más mi país, tanto como el cine, de una manera diferente, me informó sobre el mundo. Y entonces, un día, ocurrió la tragedia, la tragedia que comparte la película, y que estipuló un antes y un después en la vida de todos los que habían estado en esa casa”, refiere Walter Salles en entrevista con Anne Thompson para IndieWire.

Es por eso que la recreación de esa época –empezaban los años setenta- de esa ciudad y de esa casa es tan verista y tan alegre: nos retrotrae a unas vivencias de las que Salles hizo parte activa desde una adolescencia aparentemente despreocupada, pero que no iba a escapar a los terribles dictámenes del régimen que detentaba el poder. Aún estoy aquí está basada en el libro autobiográfico del mismo título del escritor y dramaturgo brasileño Marcelo Paiva, publicado en 2015, en que relata la relación con su madre, Eunice Facciolla, y la desaparición de su padre, el ingeniero y exdiputado Rubens Paiva en 1971. Eunice y Rubens son padres de cinco hijos –cuatro chicas y un niño- y viven en una casa amplia, cerca de la playa, donde –como describe Salles- siempre había visitas, bullicio y alegría. Nada parece capaz de alterar esa idílica situación doméstica, pese a que la televisión habla de secuestros de diplomáticos, canje por presos políticos y detenciones arbitrarias.

Marcelo describe a su madre, Eunice, como “práctica, culta, sensata, delgada, adicta al trabajo” y a ella la encarna la actriz Fernanda Torres con fascinante propiedad. Es un ama de casa alegre, enamorada, excelente anfitriona y con la única preocupación de poner a salvo a su hija mayor, que ya empieza a estar muy consciente de la situación política, enviándola a Londres con unos familiares. La burbuja en la que vive va a estallar sin previo aviso, sin que nada parezca haberle indicado que su familia estaba en riesgo, sin que nadie parezca haberle advertido que algo así podría pasar. Rubens (interpretado por Selton Mello) va a ser detenido por agentes del estado para ser sometido, aparentemente, a un interrogatorio. Empezará para Eunice un calvario que vive también en carne propia y que en vez de someterla, lo que hace es aflorar en ella una enorme fuerza interior. Ese es el núcleo de Aún estoy aquí: el despertar de la consciencia de una mujer que parecía demasiado cómoda con la vida opulenta que llevaba. El personaje se transforma y eso lo traduce Fernanda Torres en una actuación conmovedora y entregada, llena de vigor y energía. Eunice no tiene tiempo de echarse a llorar: tiene una hija mayor en el exilio que quiere explicaciones y tiene cuatro hijos menores de edad junto a ella que requieren de su atención absoluta.

Realmente la película se termina en términos dramáticos cuando la familia se va de Rio de Janeiro en 1971. Lo que a Walter Salles le interesaba era el shock inicial, el modo en que Eunice y sus hijos afrontan los hechos agudos, la destrucción súbita del paraíso que habitaban. Quizá porque eso fue lo que él atestiguó, porque fueron los momentos de los que hizo parte y sentía la necesidad de retratarlos con fidelidad. Lo que pasó después está relatado en el libro que escribió Marcelo Paiva –que por cierto es bastante crítico con su madre- y que la película resume en dos “epílogos”, uno en 1996 y otro en 2014. En el primero Eunice encuentra reparación y justicia, en el segundo encuentra la serenidad que trae el olvido, ese que además de los recuerdos también borra los dolores y con ellos la tortura sin fin de no haber podido nunca decirle adiós al hombre con el compartió los mejores años de su existir.
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