Azares imprecisos: Las señoritas de Rochefort, de Jacques Demy

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“Me gustaría que la gente aceptara esta ligereza, pero que no la tomara a la ligera”
-Jacques Demy

Cuando Gene Kelly acepta ser parte del reparto de Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967) está volviendo realidad un sueño que Jacques Demy tenía desde que se lanzó a dirigir largometrajes: hacer un fastuoso musical como los de los grandes estudios de Hollywood. Semejante ambición no pudo concretarse en su ópera prima, Lola (1961), pero su tercer filme, Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964) fue un experimento exitoso: una suerte de opereta totalmente cantada que contó con las melodías y el talento del compositor Michel Legrand, amén de la belleza angelical de Catherine Deneuve. La película ganó la Palma de oro en el Festival de Cannes y puso a Jacques Demy debajo de los reflectores adecuados para impresionar a Gene Kelly y hacerlo considerar su propuesta.

No importa que Demy tuviera que esperar dos años para que Kelly estuviera disponible, nada importaba si podía convencerlo de irse unas semanas con él a rodar a Francia. El actor y bailarín tenía ya 55 años y vivía ya más de la nostalgia que de un presente glorioso. Su último musical había sido Les Girls (1957) y estaba más dedicado a la televisión que al cine, pero no por eso iba a comprometer su nombre en una cinta que no estuviera a la altura de su prestigio. “Aunque Gene era estricto en su oposición a proyectos que lo separaran de su familia, encontró irresistible la posibilidad de aparecer en un musical francés” (1), escriben sus biógrafas Cynthia y Sara Brideson.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

La presencia del bailarín también fue fundamental para que Demy pudiera conseguir financiación norteamericana: cuando el productor Norman Katz de Warner – 7 Arts convenció a su empresa de cofinanciar la película, una de las exigencias que le plantearon era que dos o tres actores estadunidenses prominentes estuvieran en el reparto. Durante el tiempo que Demy estuvo en Los Ángeles convenciendo a Gene Kelly aprovechó para vincular a George Chakiris y a Grover Dale, dos actores y bailarines que representaban un estilo más contemporáneo de baile en la pantalla, ejemplificado por West Side Story (1961), el musical de Robert Wise. Con los tres quedaba listo el “intertexto de celebridad” del filme, definido como “situaciones donde la presencia de una estrella de cine o televisión o una celebridad intelectual [en una película] evoca un género o medio cultural” (2). En este caso los evocados eran tanto el musical clásico –ejemplificado en Un americano en París (An American in Paris, 1951) y en la masculinidad de Kelly- como el musical contemporáneo más cercano al jazz como Gypsy (1962) y más ambiguo sexualmente, como Chakiris y Dale lo representaban.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

Con todo eso en mente – y con el concurso de las hermanas Catherine Deneuve y Françoise Dorléac como protagonistas, pese a haber querido tener a Brigitte Bardot y a Audrey Hepburn como improbables hermanas mellizas- Jacques Demy escribe un guion que es un homenaje a ambos tipos de musical y que, sin embargo, no se parece a ninguno de ellos. Es un musical francés, si es que acaso ese término aplica. No está pensado para ser rodado en estudio ni es tampoco un ballet moderno, es una amalgama de estilos de la que surgió algo intuitivo y auténtico, difícil de encasillar y muy fácil de disfrutar.

Demy no solo hizo los diálogos, también compuso la letra de las canciones usando versos alejandrinos, lo que supuso todo un reto para su músico de cabecera, Michel Legrand, pues además las melodías están emparejadas: para cada pareja de la película hay una canción distintiva y común, pero que difiere en la letra, si la canta un hombre dirá una cosa; si la canta una mujer, dirá algo diferente. Obviamente la letra hará avanzar el argumento, no son canciones fuera del contexto de lo que en la pantalla se está viviendo. El eco de la melodía que hace poco oímos cantar por otro protagonista se queda en la memoria, engarzando y arropando a su pareja que ahora también canta una tonada que se nos hace familiar: la música une a las parejas en la pantalla antes de que el guion explícitamente lo haga. La banda sonora es de veras notable en su capacidad de evocación.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

Catherine Deneuve y Françoise Dorléac van a entrenar y practicar sus bailes durante unos meses en Londres, para luego unirse al equipo de trabajo del coreógrafo Norman Maen y sus bailarines de ballet, todos ingleses. Gene Kelly se encargará de su propia coreografía, tomando como modelo varios de los números de Un americano en París. Demy quiere que Catherine interprete a Delphine Garnier, la profesora de baile, mientras que Françoise será Solange Garnier, la profesora de canto. Ambas además deben sincronizar sus labios con las voces que van a cantar en realidad las canciones: Anne Germain va a doblar la voz de Catherine, mientras Claude Parent hará la voz de Françoise. Pese a que Gene Kelly habla francés con suficiencia no tendrá tiempo de practicar sus canciones y deberá ser doblado por el cantante canadiense de habla inglesa, Donald Burke, cuyo rango vocal da la ilusión de que es el propio Kelly quien habla y canta. La única actriz que no requirió doblaje para cantar fue Danielle Darrieux, quien interpreta a la madre de las hermanas Garnier.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

La ciudad de Rochefort fue elegida por Jacques Demy por su “arquitectura militar, rigurosa, hermosa”, recuerda Agnès Varda, luego de buscar algo similar en ciudades francesas como Saumur o La Roche-sur-Yon. Bernard Evein, el diseñador de producción, hizo pintar de colores pastel cientos de postigos en la plaza Colbert, así como cuarenta mil metros cuadrados de fachadas, tanto en la plaza como en las calles donde se realizarán las tomas. La población participa activamente como extras en las tomas multitudinarias. Y Agnès Varda hace un cameo como una de las monjas que entra a una tienda de música.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

El rodaje tiene lugar del 31 de mayo al 27 de agosto de 1966, y la película se estrena en Francia el 8 de marzo del año siguiente. Puesto que simultáneamente se rodó una versión en inglés, es esta última la que hace crecer en popularidad al filme. Al estreno en Londres pensaba asistir Françoise Dorléac, quien muere en un accidente automovilístico el 26 de junio de 1967 en Villeneuve Loubet, poco más de tres meses después del lanzamiento de la película. Apenas tenía 25 años.

El improbable amor
En el número de la revista Cahiers du Cinéma de diciembre de 1990, dedicado a Jacques Demy, Paul Vecchiali escribe sobre Las señoritas de Rochefort y revela el destino que el director tenía originalmente para el personaje de Maxence (interpretado por Jacques Perrin), un marinero y pintor que busca un ideal de mujer, sin saber que ese ser que él imagina es Delphine Garnier (Catherine Deneuve), con quien nunca coincide en Rochefort. Escribe Vecchiali: “Jacques [Demy] me dijo que, en la primera versión de la película, Jacques Perrin fue aplastado por los camiones de carnaval. Esta es la esencia del trabajo de Jacques. La vitrina es brillante, atrevida en sus colores, pero en la trastienda se esconde una mirada cruda y trágica sobre la vida y los personajes” (3).

Francoise Dorleac y Gene Kelly en Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

En la versión final no ocurre algo así de trágico, y Maxence tendrá la oportunidad –fuera de campo y off camera– de conocer a Delphine. Que esa mujer no responda a sus expectativas ya está fuera del control de Jacques Demy, que hizo todo para que no se encontraran. Por ejemplo, ella se iba de un lugar, él entraba después a ese sitio o viceversa, en un juego de azares imperfectos que no favoreció que se vieran. Se anhelaban mutuamente, pero jamás se vieron, Demy no les dio la oportunidad de arruinar esa relación idealizada y utópica. Quizá sabía que así tenían más chance de perdurar, de resistir al desgaste de una relación real. Delphine tiene una, con un galerista adinerado, Guillaume Lancien (Jacques Riberolles), a quien no ama, pese a su insistencia y a la seguridad que le brinda. Lancien es el prototipo de hombre machista que pasa por encima de los sentimientos de los demás con tal de complacer los suyos, pero se enfrenta esta vez a una mujer que no va a ceder a sus caprichos.

Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

La película describe un fin de semana –de viernes a lunes- en el que se celebra un festival en Rochefort y hasta allá llegan una tropilla de artistas ambulantes, encabezados por Etienne (George Chakiris) y Bill (Grover Dale), que en teoría serían los que van a conquistar a las hermanas Garnier, aburridas de la vida pueblerina que llevan. Sin embargo, ellos representan la falta de compromiso, el deseo sin ataduras, la inmediatez de un sentimiento inmaduro. Aunque las dos terminan trabajando para ellos ese fin de semana –en un número musical cuya coreografía y atuendos remiten directamente a Marilyn Monroe y Jane Russell en Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen Prefer Blondes, 1953)- la verdad es que ambos hombres saben que ninguna de las dos va aceptar sus propuestas de sexo sin que medie algo más. El azar les permitió conocerlas y estar junto a ellas, pero eso no garantizó la satisfacción de sus deseos.

Catherine Deneuve durante el rodaje de Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

Solange Garnier, la profesora de piano, visita la tienda de música de Simon Dame –interpretado por Michel Piccoli, que viene de hacer Les créatures (1966), de Agnes Varda-buscando unas partituras y un contacto con un amigo de él, un músico llamado Andy Miller (Gene Kelly) que le permita tener una oportunidad en París. Dame representa el amor irresoluto, la oportunidad perdida, el despecho. Una mujer que amó decidió dejarlo y no ha logrado superar ese vacío existencial. Pero la vida le tiene una sorpresa cerca.

En el catálogo romántico de Las señoritas de Rochefort faltaba el amor a primera vista, el flechazo ciego. Ese es el que sufrirá Andy Miller al toparse con Solange, quien luego sabrá también quien es el hombre que recogió sus partituras en la calle. Los dos se entregan con el arrobamiento idílico de las tradicionales historias de amor.

Agnès Varda,  Jacques Demy y Catherine Deneuve durante el rodaje de Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967)

Tres son las parejas que se forman aquí: una de manera convencional, un reencuentro y un acaso. Las tres están cruzadas por el azar, pero no el azar que todo lo arregla y todo lo junta. Este es un azar tan caprichoso como se espera que deba serlo, tan inesperado y aleatorio como suponemos. Las parejas quedan con los caminos abiertos ante sí, pero no con un futuro definido. Es el amor, y ese material es bastante resbaladizo. Jacques Demy era un romántico, pero no era un tonto. Sabía de la fragilidad de los afectos, de la caducidad que todo sentimiento trae implícito. Este es un musical, pero eso no quiere decir que el sol siempre tenga que brillar.

Referencias:
1. Cynthia y Sara Brideson, He´s got rhythm: The life and career of Gene Kelly, Lexington, University Press of Kentucky, 2017, p.

2. Svea Becker & Bruce Williams (2008) What ever happened to West Side Story? Gene Kelly, jazz dance, and not so real men in Jacques Demy’s The Young Girls of Rochefort , New Review of Film and Television Studies, 6:3, 303-321, DOI:
10.1080/17400300802418610
Online: https://doi.org/10.1080/17400300802418610

3. Paul Vecchiali, Cahiers du cinéma, n. 438 (diciembre de 1990), p. 43

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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