La casa en llamas: Babylon, de Damien Chazelle
1. What Price Hollywood?
Escribe Kenneth Anger en su famoso y difamatorio libro Hollywood Babylon, publicado originalmente en Francia en 1959, que “los años veinte se consideran en general “La Época Dorada del Cine”, y dorada era en verdad la exuberante creatividad fílmica que redundaba en fabulosos ingresos. Se describe a la gente de cine de dicho período como individuos a los que sólo les importaba, fuera de la pantalla, regocijarse en placeres sin fin. No obstante, la leyenda pasaba por alto un hecho: el miedo. Ese temor siempre presente de que la base de sus dorados sueños se derrumbase en cualquier momento. En la década del “maravilloso sin sentido”, los escándalos explotaban como bombas de relojería, mientras, una tras otra, eran destruidas carreras cinematográficas. Cada estrella se preguntaba a cuál le llegaría el turno de convertirse en el nuevo chivo expiatorio. Porque, en Hollywood, la fabulosa “Era Dorada” significaba algo más que un deslumbrante picnic al borde de un precipicio móvil; el camino hacia la gloria se hallaba sembrado de astutos cepos”. Así era en ese entonces Hollywood, la “Tinseltown”, la ciudad del oropel que no tenía compasión, y que exigía sacrificios humanos permanentes. Sobre esa época voraz se asienta Babylon (2022), a sabiendas que lo que tiene para contarnos va a derrumbarnos mitos románticos y a quitarle el falso lustre a ídolos que solo brillaban allá en la pantalla grande, pero que al apagarse los reflectores mostraban su verdadera y despiadada esencia.
“-Es Los Ángeles. Ellos adoran todo y no valoran nada”, le dice Sebastian a Mia en La La Land (2016), el filme previo que el director Damien Chazelle hizo sobre Hollywood y el medio artístico de “la ciudad de las estrellas”. Esa película fue un musical y por ende tan escapista y soñadora como dictan los cánones del género. Su mirada es nostálgica sobre los tiempos ya idos, romantizando un pretérito artístico –el reconocimiento justo del talento, el esplendor del cine clásico, la pureza del jazz ortodoxo- que ya no existe y que los protagonistas añoran. Babylon es el lado B de La La Land, la historia que Sebastian y Mia desconocen y que nada tiene de romántica ni de pura. Hollywood se construyó a punta de un ejercicio despiadado del poder económico: para vender ilusiones no necesitaron hadas madrinas, sino empresarios con un ojo en el negocio y otro en la satisfacción de sus hedonistas deseos personales. Se dieron cuenta que allá no habían reyes ni reinas, que ellos –ejecutivos, productores, directores y estrellas- constituían la realeza del lado occidental del océano Atlántico y que el público que iba a cine era la plebe que había que mantener felizmente alelada, construyendo para ellos leyendas contemporáneas: murieron dos mujeres, Theodosia Burr Goodman y Lucille Fay Le Sueur, y de sus cenizas surgieron dos estrellas, Theda Bara y Joan Crawford, por solo mencionar dos ejemplos.
En ese ámbito el periodismo de chismorreo, pagado muchas veces por los mismos estudios, se volvió tan importante como manipulador: de ahí surgían los nuevos ídolos, apuntalados por un perfil biográfico tan encantador como falso, y ahí morían -muchas veces caprichosamente- los artistas que caían en desgracia entre escándalos sexuales, pedofilia, violencia doméstica, o consumidos por el alcohol o las drogas. Obviamente no todo salía en la prensa: algunas cosas se callaban para siempre. El director Peter Bogdanovich, que fue un cronista sagaz de la industria que lo alimentó, hizo una película a partir de un suceso trágico del que nunca hubo claridad, pero que fue tan inflamable como el nitrato que servía de soporte a los filmes del momento. La película en mención es El maullido del gato (The Cat’s Meow, 2001), ambientada en 1924. Los protagonistas del escándalo son el magnate de la prensa William Randolph Hearst, su amante la actriz Marion Davies (ambos aparecen en Babylon), el director Thomas Ince y Charles Chaplin. Hubo un muerto.
Como cosas así pasaban, era natural que en el arco fugaz que iba entre una naciente carrera y un ocaso precipitado, los artistas y su corte se excedieran más allá del borde de la moral y de lo legal. Lo suyo –azuzado por el dinero y el éxito repentino- era aprovechar cada segundo de ese cuarto de hora de fama al que tenían derecho, así sus actos fueran tan escandalosos como reprochables. En esa constante embriaguez física y mental no tenían límites ni freno: el placer y la lujuria los dominaban. Y ellos disfrutaban de esa efervescencia donde todo se valía, donde todo era posible, donde cada persona tenía un precio. Y lo mejor es que ellos tenían el dinero para pagarlo. Babylon no busca ser complaciente porque sencillamente no tenía por qué serlo. Sus protagonistas no están necesitando nuestra compasión, porque desde su perspectiva no tienen que ser redimidos, ni perdonados, ni guiados por otro sendero. La reflexión sobre lo qué están haciendo no cabe en sus cabezas. Por eso la película empieza en 1926 en una hiperbólica fiesta/orgia en la mansión de Bel Air de uno de los todo poderosos movie moguls del momento.
Ahí en medio de esa sordidez desenfrenada van a confluir los cuatro personajes de este filme coral: Manuel –Manny- un empleado de origen mexicano que trabaja para el dueño de la mansión; la súper estrella de Holywood Jack Conrad; Sidney Palmer, un trompetista negro que toca en una banda que ameniza ese tipo de eventos, y la recién llegada Nellie LaRoy, una aspirante a estrella que hará lo que tenga que hacer para triunfar. What Price Hollywood? se pregunta el título de una película pre-Code de George Cukor estrenada en 1932. La respuesta puede darla Nellie: el precio que sea. Y eso que el director y guionista Damien Chazelle fue benévolo con ella, pero si quieren ver en realidad como las noveles actrices de esta industria conseguían los papeles estelares, remítanse por favor a Blonde (2022), o a la escena de El último magnate (The Last Tycoon, 1976) en la que el alto ejecutivo de un estudio de cine, Pat Brady (Robert Mitchum), es sorprendido por su propia hija haciendo un particular casting en su oficina…
2. Good Morning Babylon
El elefante parece ser el símbolo de la desmesura de Hollywood. Los hermanos Taviani lo convirtieron en el motivo central de Good Morning Babylon (Good morning Babilonia, 1987), su manso tributo a la labor de dos mamposteros inmigrantes italianos que contribuyeron a la elaboración de los decorados de Intolerancia (Intolerance, 1916) de D.W. Griffith. Esos elefantes de tamaño natural hechos en cartón piedra que están alineados a cada lado de la estructura que representa en la pantalla de cine a la Babilonia del año 539 AC ejemplifican el culmen de la extravagancia visual que Griffith aspiraba a representar -la película tiene una duración de 3 horas y 17 minutos- y se convirtieron simbólicamente en Hollywood y en su capacidad infinita de lograr lo imposible.
No es de extrañar entonces que Babylon empiece con un elefante que tratan de subir, contra todo pronóstico, en un pequeño camión colina arriba. Se ve como una broma, pero es una metáfora de todo lo que vendrá después. Convenido ya que ese paquidermo es Hollywood y que esa cuesta a subir es el futuro, la única forma de lograrlo es aligerando peso, excretando lo inservible, o sea las estrellas en decadencia, los actores que ya no tienen el favor del público, las actrices que envejecen más allá de lo permitido, las starlets que son reemplazadas por otras más jóvenes y ambiciosas, los directores sin éxito en la taquilla, los productores con malas ideas. Todo eso es material desechable, fácilmente sustituible. Sunset Blvd. (1950) dio un vistazo amargo a esas vidas descartadas, sometidas al ostracismo y al olvido ingrato.
Babylon trata de eso, por eso su tono es el de un réquiem, no solo por una época en transición –el paso del mudo al sonoro- sino por las vidas y las carreras sacrificadas por ello. Jack Conrad (un maravilloso Brad Pitt), es el galán rompecorazones del momento y a la vez un idealista sobre las posibilidades del cine como arte, pero su tiempo es finito, y va a presenciar él mismo, al llegar el cine sonoro, su propia caída. Con Nellie LaRoy (interpretada por una Margot Robbie espléndida) ocurrió algo similar, pese a ser más joven y muy bella, sin embargo el sonido reveló su ordinariez, lo que aunado a su falta de habilidades sociales para perdurar en la “realeza”, fue suficiente para que cavara su propia tumba. Es inexplicable que en la película no sea sometida a chantajes sexuales para conseguir nuevos roles o que no se hubiera convertido en la amante de algún ejecutivo, tal como era “natural” que ocurriera. Se nota que el guion la necesitaba lo menos contaminada posible (pese a sus adicciones) para volverla el perenne interés romántico de Manny.
3. The Last Tycoon
En la cadena alimenticia de Hollywood, el productor ejecutivo del estudio es el depredador mayor. En Babylon aparece el boy genious Irving Thalberg, pero solo como el poder en la sombra: Chazelle no quiso darle un protagonismo mayor, sino mostrarnos como se gesta un productor desde cero en esa época, desde que es mayordomo y empleado de oficios varios como Manny (el actor mexicano Diego Calva), hasta que por casualidades y buena suerte va ascendiendo peldaños dentro del estudio, adquiriendo mayores responsabilidades y protagonismo, hasta llegar a posiciones de poder ejecutivo. Sin embargo, el guion lo hace frágil ante el amor, un sentimiento por el que arriesga a echar por la borda todo lo conseguido, muy en la línea del sucedáneo de Thalberg que nos mostró Elia Kazan en El último magnate y que allí se llamó Monroe Stahr (Robert De Niro) –el guion lo hizo Harold Pinter a partir de una novela de Scott Fitzgerald- un hombre que solo a veces muestra su enorme poder y su talento. La mayoría del tiempo sufre por un amor irresoluto, lo que al final hace tambalear su carrera. Suena ligeramente similar, ¿verdad?
En Babylon, Manny es el personaje más cercano al espectador de cine, el menos alienado, el que sirve de pivote para las demás historias, que fluyen y ligeramente confluyen en él. ¿Un latino en Hollywood en los años veinte? Por supuesto. El director René Cardona, el actor y cinematografista Enrique Juan Vallejo, el ídolo de matiné Ramon Novarro. Aunque la película muestra una diversidad racial y sexual que puede parecernos insólita para la época (sí, si habían mujeres directoras, como Dorothy Arzner), siento un poco metido a la fuerza al personaje del trompetista afroamericano devenido en actor, Sidney Palmer (Jovan Adepo), pero es que para Chazelle y su partner in crime, el compositor Justin Hurwitz, tener a un personaje relacionado con la música era una obligación, más cuando la película tiene lugar en el periodo en que las películas con sonido requirieron la participación activa de músicos. Sidney Palmer parece concebido para la anécdota insólita que le hace perder la fe en esta industria.
4. Once Upon a Time in Hollywood
Babylon es una película excesiva y agresiva. El guion parece hecho por Quentin Tarantino, Paul Verhoeven y Ken Russell, tal es su pungencia y su visceralidad, rayana a veces con lo punitivo, con las ganas de incomodar al público, de hacer pedazos su ideal romántico de Hollywood como la perfecta fábrica de sueños e ilusiones, para mostrarle, gústele o no, su cara lavada, sin maquillaje, sin luces artificiales, sin efectos visuales. Así, al desnudo.
Chazelle utiliza continuas referencias a Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, 1952) para exhibir, gracias a ella, el revés de la historia oficial: en ese musical hay una fiesta en la casa de un productor, de la que Debbie Reynolds sale de una enorme torta en medio de un baile con coristas; en Babylon hay una orgia. En Cantando… nos parecen graciosas las retomas que hay que hacer debido al naciente y rudimentario sistema de sonido en los estudios, en Babylon esas repeticiones de una escena nos sacan de quicio de lo exasperantes. En aquella cinta el ídolo repite “te amo, te amo, te amo” en un diálogo que causa risa al público; en la cinta de Chazelle esa misma frase lleva implícita entre las risas el patetismo del fracaso de una carrera para siempre arruinada. En Cantando… los productores y los actores trabajan al unísono, en Babylon los primeros utilizan a los segundos como marionetas. “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda”, es la frase más citada de The Man Who Shot Liberty Valance (1962), de John Ford. Y así ocurre en Hollywood: Cantando bajo la lluvia es la leyenda impresa que todos dan por cierta. Babylon es la realidad sucia que todos callan.
Ambiciosa y desmedida, Babylon es un delirio cinéfilo, un caballo desbocado al borde de un abismo, una mirada alucinada a una época llena de contradicciones, doble moral, injusticias y abusos, que -sin embargo- hizo nacer una de las industrias del entretenimiento más sólidas y perdurables. Babylon es durante todo su extenso metraje, una casa en llamas, que quema a todos sus habitantes, para entre las cenizas, renacer de nuevo con nuevos habitantes que ya saben en el fondo lo que les espera. Esa casa es Hollywood, como un personaje del filme lo menciona. Las cucarachas salen corriendo apenas perciben el humo.
“-I’m in pictures. Mr. Carey, I’m in pictures!”
“-Well, don’t blame me.”
Diálogo en What Price Hollywood? (1932)
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