BB vino de visita al vecindario: Paparazzi, de Jacques Rozier
“Después Godard me dijo, «cuando yo veo Paparazzi recuerdo el ambiente del rodaje de El desprecio. Y cuando veo El desprecio me encuentro de nuevo con mis recuerdos de Paparazzi»
-Jacques Rozier
Una amorosa restauración realizada por la Cinemateca Francesa con la colaboración de la Cinemateca Suiza nos trajo de vuelta, en todo su esplendor, uno de los cortometrajes de Jacques Rozier, Paparazzi (1963), rodado en Italia en el momento en que Jean-Luc Godard filmaba ahí El desprecio (Le Mépris, 1963), protagonizada por Brigitte Bardot y Michel Piccoli.
Es la voz de este actor francés la que narra este relato y lo hace en tercera persona, como dirigiéndose a BB y recordándole lo que hizo en ese mayo cuando se fue para la isla de Capri a rodar. Es un recuento íntimo, como un amigo hablándole a una amiga cercana con la que compartió una vivencia. Hay cercanía en esas palabras, hay una sensibilidad inesperada que sorprende y encanta.
Paparazzi sirve también como involuntario detrás de cámaras de El desprecio: como en una máquina del tiempo nos vamos a Capri, a la casa en un acantilado que alguna vez perteneció al escritor Curzio Malaparte y vemos ahí a Godard -sombrero y gafas- dar órdenes y discutir, está el equipo técnico, están los demás actores y por supuesto está ella, que como un imán atrae la atención de Rozier. La Bardot, melena al viento y bikini ajustado, es la idea de la sensualidad. Es “la mujer más fotografiada del mundo” como un collage de portadas de revistas nos lo muestra. Y la cámara difícilmente puede despegarse de ella.
Ni la de Rozier ni la de los paparazzis que desde la costa italiana la han seguido y que camuflados en el acantilado le montan guardia al sol y al agua. El rodaje está protegido por la policía, pero más allá de los confines de la residencia es poco lo que se puede hacer para disuadir a unos hombres que necesitan fotografiarla, que tienen la orden de nutrir con sus imágenes las revistas de farándula. Godard mismo va y discute con ellos, la policía los desaloja temporalmente pero ellos volverán a situarse ahí parapetados entre las rocas.
Rozier no los demoniza, aunque si hace notar que el afán por lograr la foto hace que las imágenes se saquen de contexto y no se identifique en qué situación se tomaron. El director se da a la tarea de conocerlos, de darles nombre, identidad, de conocer su historia, sus angustias y pesares. Son hombres jóvenes, cansados de perseguir y ser perseguidos, de sufrir maltratos y trabajar a horas extremas. Envidian a quien hace la foto fija del rodaje, mientras ellos hacen maromas entre las rocas. Se sueñan con un primer plano del rostro de la actriz y no tener que recurrir a lentes telescópicos que distorsionan la imagen. El montaje establece incluso un improbable diálogo entre ellos y BB, una mujer también fatigada de estar a toda hora huyendo de ellos.
Paparazzi luce moderno, ágil, creativo. Tiene un montaje veloz, humor y gracia, y lo mejor: se siente absolutamente vivo. Es una delicia. Gracias Monsieur Rozier.
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