Better Man, de Michael Gracey

En los créditos finales de Better Man (2024) escuchamos cantar a Robbie Williams la canción “Forbidden Road”, compuesta expresamente para esta película. En uno de sus apartes dice: “Quizás nunca estoy satisfecho/ Tome muchas malas decisiones / Sí, hice algunas revisiones/ Y sigo intentando hacerlo bien/ Soy una contradicción viviente, la cura y la aflicción”, resumiendo en buena parte lo que es esta biopic sobre él mismo: la continua lucha de un artista contra sí y contra sus inseguridades, contra el peso abrumador de una fama y de un éxito que a la vez lo atraen y lo repelen. Esto no es nada nuevo en realidad, son muchas las historias biográficas sobre estrellas del espectáculo que al intentar alcanzarlo todo, terminan con las manos vacías, consumidos por los excesos autodestructivos que los acechan constantemente, como si ese fuera el precio que tuvieran que pagar por alcanzar una cima reservada para pocos. Es una cima y además una sima, un abismo.

Sin embargo, a diferencia de otras biopics (que por lo general son póstumas), Robbie Williams está vivo, fue el productor ejecutivo de la película, él cuenta esta narración en primera persona y con su propia voz, y no hay un actor que lo represente en su juventud: hay un chimpancé (creado por imágenes generadas por computador –CGI- sobre el rostro del actor Jonno Davies mediante captura de movimiento) en su lugar. Sí, un chimpancé: exactamente como Robbie Williams se ve a sí mismo dentro de la industria musical. Luego de unos momentos de extrañeza los espectadores captamos la idea y nos acostumbramos a verlo así: no pensando –por su conducta erratica- que es un freak, sino viéndolo convertido en una rareza. En un simio. “He sido un mono descarado toda mi vida. No hay simio más descarado que el adicto al sexo y consumidor de drogas que encontramos en la película”, declaraba Williams en entrevista para Associated Press el 7 de enero de 2025.

Esta decisión estilística no es un capricho atado a las posibilidades de la CGI: verlo convertido en chimpancé es a la vez ver a un hombre que se mira al espejo y no ve al ídolo pop, sino a la criatura frágil que canta y baila para nosotros al borde del caos. El director y coguionista Michael Gracey nos hace preguntarnos si el verdadero espectáculo está en el escenario o en las jaulas que nosotros mismos construimos para alejarnos de los demás. Williams, vivo, altivo y narrando, no busca redención ni compasión; busca, acaso, que entendamos que el mono no es él, sino nosotros cuando descubrimos, con bochorno, que durante un concierto de una mega estrella nos convertimos en marionetas que hacemos lo que ese artista diga, embriagados colectivamente por su atractivo artístico.

Better Man funciona perfectamente como reflejo de su vida y su carrera –que fue meteórica- porque imita la velocidad de su éxito con unas logradas transiciones de escena a escena –por momentos surrealistas- que evitan los tiempos muertos. En ese vértigo narrativo, la película se convierte en un torbellino que nos arrastra, sin dejarnos respirar, como a esos fans enloquecidos por Williams de los años noventa (no dejen por favor de admirar la interpretación que hacen acá de “Rock DJ”), pero también nos detiene frente al abismo de un hombre que, como Ícaro, voló demasiado cerca del sol y cayó con sus alas derretidas. Michael Gracey no solo filma una biografía; filma una danza por momentos macabra entre el éxtasis y la caída, un tableau vivant que recuerda a los excesos de Velvet Goldmine (1998) o al frenesí trágico de All That Jazz (1979). Williams, con sus inseguridades a flor de piel y su simio interior, nos dice al oído que el momento definitivo no es llegar a la cima, sino el instante antes de saltar tras ella, cuando el público grita y el alma tiembla de miedo frente a un posible fracaso.

“No puedo disculparme por la verdad, y la verdad es que hay algo en esta fama que dobla la realidad, como si fuera una lavadora, que es profundamente malsano. No importa qué trabajo tengas o qué camino elijas en la vida, pasas los segundos veinte años de tu vida resolviendo los primeros veinte años. Solo que en mi caso lo hice en público y le conté a la gente exactamente qué estaba pasando mientras ocurría. Y todavía lo hago”, declaraba Robbie Williams en la entrevista mencionada. No le falta razón y esta película está ahí para confirmar esas palabras. Es él al desnudo, con todo lo bueno y lo malo, mostrándonos su verdad. Exhibiéndose –como siempre lo ha hecho- pero ahora como un hombre con un pasado público y un presente más privado que desea ajustar cuentas con ese “simio” que fue y con el que se hizo tanto daño. “The Ego has Landed” es el nombre de un álbum recopilatorio de sus éxitos lanzado en 1999. Ese título se refería sin duda, sin bochorno alguno, al enorme ego que lo caracterizaba y en la película hay una presentadora que lo recibe así en un show. Visto ahora en perspectiva –Better Man se estrenó cuando Robbie Williams tenía 50 años- puede uno decir que a ese ego lo ha aterrizado, a su pesar, la vida.
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