Una mujer hecha pedazos: Blonde, de Andrew Dominik
Dejando aparte la extraordinaria actuación de Ana de Armas, que solo merece elogios por su entrega absoluta a un rol que era complejo de asumir por la popularidad del personaje de Marilyn Monroe, por toda la mitología cinéfila y masiva alrededor de esa mujer y por las exigencias muchas veces absurdas del guion, Blonde (2022) resulta –pese a su brillantez técnica y actoral- un filme manipulador, efectista y mórbido en su cruda aproximación a la vida desdichada de Marilyn Monroe, una existencia que el director y guionista Andrew Dominik se ha encargado de hacer aún más infeliz, aprovechando todas las licencias de la ficción que le otorgó el basar este proyecto en la novela homónima que Joyce Carol Oates publicó en 2000.
La escritora en una nota antes del prólogo de su novela aclara el constructo con el que elaboró su relato, advirtiendo que “El lector que desee conocer datos biográficos fidedignos de Marilyn Monroe no debería buscarlos en Blonde, que no pretende ser un documento histórico, sino en biografías autorizadas”, pero eso no está explícito en la película, cuyas imágenes toman un carácter real para el espectador, que supone que los hechos y vejámenes que atestigua ocurrieron así, con tal vulgaridad y crudeza. Quien ve Blonde no es capaz de discernir que fue verdad y que no, sobre todo porque los roles en los que Marilyn actuó aparecen perfectamente recreados por Ana de Armas y eso hace que el público –que tiene esos referentes en su consciencia colectiva- les dé el mismo peso que a otras elaboraciones totalmente ficticias que ve en la pantalla, de las que imagina que simplemente ignoraba que hubieran ocurrido, no que sean del todo falsas.
Fuera de mostrar a Marilyn perpetuamente humillada (intento de filicidio, casting couch, escándalos con una pareja de hombres, abortos obligados, violencia intrafamiliar, abusos sexuales y una victimización permanente), la película se obsesiona en una supuesta búsqueda incesante de la figura paterna que hace a esta mujer vulnerable al influjo (no siempre bien intencionado) de hombres mayores con poder y a establecer relaciones románticas de dependencia tóxica. La otra obsesión de Blonde tiene que ver con los abortos a los que aquí se afirma que fue sometida y lo que representó para ella en términos de terminar con la vida fetal que crecía en su interior, y que una y otra vez vemos (hay la perspectiva vaginal de un espéculo, algo absolutamente innecesario), e incluso uno de esos fetos termina hasta dialogando con la actriz, increpándole las decisiones que otros tomaron por ella.
Pérdida del padre y pérdida del hijo, y en el centro, ella hecha pedazos. Los pedazos con los que el celuloide construye las escenas de sus películas, fragmentos de actuación que alguien edita y da sentido, fragmentos de vida que en Blonde carecen de unidad y que buscan ante todo el escándalo, la desnudez de la protagonista, su degradación más extrema. Fragmentos que dividen su existencia entre una Norma Jean que parecía anularse día a día y una Marilyn que parecía tragarse a la mujer real. La creación que destruye al ser humano que le da vida. Lo peor es que nada hay en este filme que suene a humanidad y a empatía: prevalecen la sordidez y los excesos por encima de la compasión hacia el existir de una mujer de quien nadie se interesó en realidad; todos querían explotarla, lucrarse de ella, inmolarla en el altar de la lujuria más obscena. Marilyn Monroe no fue una diva deseada, fue ante todo una víctima. Y lo peor, lo sigue siendo aún.
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