Cae el telón: las últimas obras y el adiós definitivo de Alfred Hitchcock
Le explicaba Hitchcock a un guionista en enero de 1971: “En mis películas dejo agujeros deliberadamente, de ese modo, el guion prosigue en infinidad de hogares. El hombre de la casa se levanta de la cama en plena noche, baja las escaleras y saca un muslo de polio del frigorífico. Su mujer le sigue y le pregunta que está haciendo. Y él le dice ‘¿Sabes?, en la película que vimos anoche hay un agujero’. ‘No, no lo hay’, le contesta ella y empiezan a discutir. En consecuencia, vuelven a ver otra vez la película” (1). Se trata del “Síndrome del frigorífico”, tal como Hitchcock se lo contó en una cena a Anthony Shaffer, abogado y dramaturgo, con quien nuestro obeso y ya muy veterano director iba a emprender el guion de Frenesí (Frenzy, 1972).
Shaffer, en su primer día de trabajo con el maestro, se atrevió a acusarlo de ilógico y de dejar agujeros argumentales. Pese a la ofensa lograron trabajar sin dificultad; tomaron como fuente original la novela Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square de Arthur La Bern, que iba a servir para resucitar ese proyecto aplazado por Hitchcock desde 1966: Frenesí, cuyo primer borrador preparó junto al dramaturgo Benn Levy y luego con el novelista Howard Fast para obtener como única recompensa el rechazo de Universal Studios ante la explicita historia de los crímenes de un psicópata sexual y que Hitchcock veía como un filme experimental, con técnicas vanguardistas cercanas al espíritu de la nouvelle vague francesa.
Sin embargo, el Frenesí en el que se embarcó Hitchcock tras un aburrido año de 1970 dista mucho de tener las ambiciones modernistas originales. Clásica en su narrativa y anacrónica en sus diálogos, la película es, por el contrario, arriesgada en su gráfica exhibición de los crímenes cometidos, y supuso un exitoso retomo del director a Londres, ciudad en la que no rodaba desde Pánico en la escena (Stage Fright, 1950). Traía en su valija tres pesados descalabros sucesivos en taquilla y duros golpes de la crítica especializada. Nada de eso importó; fue recibido con toda alegría y toda reverencia.
Frenesí se rodó entre julio y octubre de 1971, tanto en los estudios de Pinewood como en locación en Covent Garden, contando -ante la falta de estrellas y el rechazo de Michael Caine del rol protagónico- con un reparto de actores de la escena teatral inglesa encabezado por Jon Finch, Barry Foster y Alec McCowen. En pleno rodaje Alma -la esposa de Hitchcock – sufrió un infarto y una posterior apoplejía con parálisis del hemicuerpo izquierdo, por lo que debió ser trasladada a Los Ángeles, mientras su marido concluía, muy apesadumbrado, la película.
Frenesí fue estrenada fuera de competencia, y con todo éxito, en el Festival de Cannes de 1972. Aunque carece de figuras reconocidas, la película se sostiene en pie por combinar con éxito las marcas típicas del cine de Hitchcock (el falso culpable, la personalidad dividida de un psicópata, el humor británico) con las nuevas expectativas del público de los años setenta (crudeza, violencia explícita, desnudos), en una historia ágil, narrada con pulso firme y llena de detalles que nos hablan de los muchos quilates que pesa la experiencia de! director: magistral es la secuencia del asesinato de la novia de Richard Blaney, donde la cámara se niega a entrar a la habitación del criminal y retrocede discreta hacia la calle, y ni hablar del contrapunto cómico entre el inspector Oxford y su esposa, dispuesta a hacerlo probar exóticas exquisiteces de la nouvelle cuisine.
Hitchcock se fue de gira promocional con su película por la costa Este de Estados Unidos y por Europa (ya de nuevo en compañía de Alma) y en noviembre regresó a Hollywood. De ese mes es la famosa foto tomada en casa de George Cukor, donde se reunieron, en tomo a un homenaje a Luis Buñuel, realizadores como Wilder, Wyler, Mamoulian, Stevens y Hitchcock. Todos ellos aparecen ahí, en esa fotografía en blanco y negro llena de genios veteranos.
Por esa época le hacen llegar una novela publicada ese mismo año, The Rainbird Pattern, del novelista ingles Victor Canning. Decidido a convertirla en la fuente de su película número 53, piensa de nuevo en Anthony Shaffer para hacer el guion, pero este no está de acuerdo con la orientación que Hitchcock quiere darle al texto. El año 1973 empieza mal para el director, que pasa dos meses hospitalizado; luego sufre un ataque de influenza y un evento cardiaco en agosto. Apenas en septiembre convoca a Ernest Lehman -quien escribió el guion de Intriga internacional (North by Northwest, 1959) para que adapte la novela: el proyecto pasa a llamarse inicialmente Deceit.
Lehman no pensaba que la labor iba a ser tan difícil esta vez. Largas reuniones y discusiones que parecían no llevar a ninguna parte concluyeron en abril de 1974 con un borrador de guion que el director comentó y criticó detalladamente. Volvieron a reunirse con poco éxito; Hitchcock veía en las ideas de Lehman y en su actitud nerviosa un obstáculo para el progreso del proyecto, que se detuvo cuando en septiembre de 1974 le instalan al director -que un mes antes había cumplido 75 años- un marcapasos. Fiebre, colitis y cálculos renales complicaron la intervención. Además en noviembre la artritis (¿gotosa?) lo atacó.
En enero de 1975 empiezan a reunir un reparto de rostros jóvenes (Jack Nicholson y Liza Minnelli fueron considerados inicialmente) y en mayo se inicia el rodaje de un filme en el que al fin de cuentas poco interesó la opinión de Lehman. Al termino del proceso creativo ya no se hablaban, solo se enviaban mensajes; el guionista fue además sacado de los estudios de Universal. Hitchcock quería una historia liviana, ambientada en Estados Unidos, donde los antihéroes (una falsa médium y su amante) sobreviven, en medio de una atmósfera que parece ante todo una farsa. El rodaje tuvo un contratiempo llamativo, pues Hitchcock despidió al actor que hacia el papel antagónico, Roy Thinnes, para reemplazarlo por William Devane, quien tampoco tuvo una participación destacada.
La película se estrenó el 9 de abril de 1976, rodeada de una enorme campaña de expectativa publicitaria y un gran despliegue de prensa. Al final la crítica tuvo opiniones divididas. Trama macabra (Family Plot) es una película sobre el engaño, sobre la falsedad. La médium no lo es, su amante el taxista ni es abogado, ni detective privado, ni siquiera taxista: es un actor; la mujer del comerciante de joyas no es rubia ni tan alta como parece; la identidad del joyero no es real, ni tampoco lo es la fuente de su riqueza, en realidad es un desalmado secuestrador. Son dos parejas aparentemente no relacionadas, que antes que encontrarse van a colisionar. De tal choque surgirá el drama de una película ligera – casi una comedia- pero no desprovista de interés. Sus diálogos están llenos de doble sentido, y las dos protagonistas femeninas, Karen Black y Barbara Harris, son hermosas en su terrenal estilo, muy lejano del de las preciosas divas que Hitchcock tenía en sus manos 25 años antes.
Un ataque cerebral masivo reduce a Alma a la cama y paraliza los proyectos de Hitchcock, que solo en mayo de 1977 empieza a trabajar en el guion de su siguiente filme, The Short Night, sobre la novela de Ronald Kirkbride. Tras fracasar con el guionista James Costigan, el argumento cae en manos de Ernest Lehman, con quien aparentemente ya había superado sus diferencias previas. Pero tras una “luna de miel” creativa los problemas vuelven y la escritura del guion se prolonga durante todo 1978; incluso en diciembre de ese año es vinculado un nuevo escritor al proyecto, David Freeman, con quien trabajaría cinco meses en un proyecto que ambos sabían, en el fondo, que no iba a realizarse: la salud y la lucidez de Hitchcock se comprometían cada vez más, como pudieron verlo los espectadores de la cena en la que el American Film Institute le entregó el galardón en homenaje a toda una carrera. Freeman escribió en un diario sus experiencias junto al maestro, que se publicó como The Last Days of Alfred Hitchcock.
A finales de 1979, luego de cumplir 80 años, fue nombrado Caballero Comendador del Imperio Británico por la Reina Isabel, título que le entregó el cónsul británico. Anticipando el final definitivo, la caída del telón de su vida, Hitchcock cierra su oficina en Universal Studios y se refugia en casa. Prácticamente no sale de ella en sus últimos meses, como si hubiera decidido bajar los brazos y entregarse a la muerte. Y esta acude puntual a la cita infalible en la mañana del 29 de abril de 1980.
El último plano de la última película de Alfred Hitchcock es el del rostro de Blanche, la médium que interpreta Barbara Harris. La mujer mira a la cámara, sonríe y hace un guiño con su ojo derecho. Un signo inequívoco de cercanía, de complicidad entre el cine y el público. Un signo que refleja el acercamiento juguetón y lleno de vida que tuvo Hitchcock con un arte que él ayudó a transformar en una experiencia vigorosa y apasionada. “Hitchcock no solo ha intensificado la vida, ha intensificado el cine” (2), escribe François Truffaut como frase final de sus entrevistas con este director. A él quiero sumarme hoy.
Referencias:
1. Patrick McGilligan. Alfred Hitchcock, una vida de luces y sombras. T&B Editores, Madrid. la. Ed., 2005. Pag. 378
2. François Truffaut. Hitchcock / Truffaut (Edición definitiva). Ediciones Akal S.A., Madrid. la Ed. 1991. Pag. 296
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 95 (Medellin, Vol. 21, 2011), págs. 40-43. ©Centro Colombo Americano de Medellin, 2011
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