Más mortal que la tuberculosis: Café Society, de Woody Allen
Life is a comedy written by a sadistic comedy writer
-Bobby Dorfman en Café Society
“El amor no correspondido mata más gente en un año que la tuberculosis”, afirma Steve, un personaje secundario de Café Society (2016), para que entendamos el tipo de drama que vive el protagonista de este filme, un joven neoyorquino llamado Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg, devenido en avatar veinteañero de Woody Allen) que se va a Los Ángeles buscando trabajo en el cine gracias a la ayuda de su tío materno, un poderoso productor de Hollywood.
Son los años treinta –en cartelera están The Woman in Red (1935) y Swing Time (1936) – y todavía es posible entrar a esta industria desde los oficios más humildes e ir ascendiendo lentamente, sobre todo si uno es sobrino del gran Phil Stern (a quien Steve Carell da vida con toda aplicación), un tiburón corporativo poco escrupuloso. Sin embargo este no es un relato de éxito en la escalera artística del cine, esta es una historia de amores difíciles. Pero es mucho más: hace tiempo Woody Allen no hacia una narración tan intrincada, y tan hermosa en todos sus detalles formales.
Para hacer Café Society Woody se ha inspirado en su propio cine. Es como si hubiera elaborado un destilado de los temas que ha abordado recurrentemente a lo largo de su extensa filmografía y los hubiera amalgamado para ponerlos al servicio de este filme, que pese a eso se siente curiosamente original. Los enredos amorosos, donde una mujer a la que pretendemos es amante de alguien a quien conocemos, están en Manhattan (1979), de donde proviene también el final abierto de Café, que en ese aspecto también adeuda mucho a Annie Hall (1977) y, por supuesto, a Hannah y sus hermanas (1986). El amor no correspondido y sus dolores los vimos en Septiembre (1989), mientras que de la fascinación por el cine fuimos testigos en La rosa púrpura del Cairo (1985). El lujo de esa época nos evoca muchos momentos de Días de radio (1987), filme en el que también vemos el enorme influjo de la familia judía y el apoyo que en ella encuentran sus integrantes.
Todo lo que he mencionado aparece en Café Society transformado en el relato agridulce –contado a tres voces– de un hombre que debe recomponer su vida lejos de una mujer a la que sinceramente amaba. Bobby regresa a Nueva York, a su hogar natal, y tiene mucho éxito administrando un club nocturno que su hermano adquirió de manera poco ortodoxa. Ahí se reúne la “realeza” de la costa este, los millonarios y famosos de Nueva York, cuya fama y prestigio no dependen de la taquilla de una película ni del número de menciones en las revistas de farándula, como ocurre al otro lado del país (el guiño de Woody a la poca confianza que Hollywood le genera es más que evidente). Nuestro hombre florece, tal como le prometió a esa mujer -Vonnie se llama y la interpreta Kristen Stewart, una actriz que para sorpresa de todos ha podido tener una trayectoria sólida lejos de Crepúsculo– que optó por la seguridad económica, la experiencia y lo conocido, dejando de lado todo lo que de aventura y utopía juvenil representaba quedarse al lado de Bobby.
Un abordaje más obvio hubiera tenido al protagonista cobrando venganza por su corazón roto, triunfando para demostrarle a Vonnie que se equivocó en su decisión, quizá aplastando económicamente a su pareja y por ende a ella. Pero Woody Allen prefiere la sutileza y la generosidad para sus protagonistas. Cada quien vive su vida y obtiene lo que merecía, lo que construyó. Si hay nostalgia por lo que no pudo ser, esta no es aparente. Bobby no pasa su existencia frustrado pensando en Vonnie. Pero un día ella y su esposo visitan Nueva York y van al club nocturno de moda en la ciudad, el suyo. Ahí se reencuentran.
-Te ves bien.
-Realmente me lastimaste.
-No fue a propósito, tú sabes. Quiero decir, yo… solo era la manera en que veía las cosas entonces.
Este dialogo no hace parte de Café Society, es del final de Manhattan, pero aplica perfectamente, subrayando la idea que expresé previamente sobre el origen de esta cinta. Aquí Bobby y Vonnie vuelven a verse tras años de estar alejados y sienten que quizá perdieron una oportunidad de ser felices juntos. ¿Estarán a tiempo de volver? ¿Seguirán siendo las mismas personas que un día se hicieron promesas?
Dejo estos interrogantes para los espectadores de un filme que no solo es una comedia romántica deliciosa, con puyas a la familia y a la ortodoxia judías incluidas, sino que además contó con unos valores de producción insólitos para un filme de Woody Allen, que logra una recreación brillante de una época y dos sociedades (la de ambas costas de Estados Unidos) tan opulentas como diferentes. El profesionalismo del director de cinematografía, el enorme Vittorio Storaro consigue maravillas a la hora de iluminar las escenas, creando unos momentos de singular belleza, en consonancia con lo que experimentan los personajes. Si se añade la banda sonora repleta de standards, empezando por la recurrente I Only Have Eyes For You de Harry Warren y Al Dubin, lo que obtendremos será un filme entrañable y tremendamente humano.
Puede que en realidad la tuberculosis provoque más víctimas que el amor no correspondido, pero este deja heridas más profundas. Tanto, que ni el tiempo logra a veces cicatrizarlas del todo. Quedan ahí. Para siempre.