Casa tomada: Rabia, de Sebastián Cordero
“Pero es de la casa que me interesa hablar”, escribe Cortázar en el cuento cuyo título tomamos prestado para bautizar este texto. Y de una casa hay que hablar cuando de Rabia (2009) se hace referencia, pues es tan protagonista como José María y Rosa, la pareja de inmigrantes latinoamericanos que han ido a España, como tantos otros, a intentar probar fortuna. Ella es una empleada doméstica, él es un obrero de la construcción. Ella es hermosa, él tiene celos patológicos y se torna extremadamente violento si alguien irrespeta a su mujer. Ya el drama está planteado.
De repente está la casa. Es un caserón enorme, antiguo, decadente, habitada por una familia igual. El lugar está lleno de habitaciones que nadie visita, un ático polvoriento, escaleras que crujen, sombras que pueden ocultar una presencia hasta hacerla esfumarse. Si alguien necesita desaparecer sin dejar rastro esa casa es perfecta. Nadie va a buscarlo allí, nadie tiene porqué enterarse que ahí está, oculto bajo una cama, mimetizándose entre la oscuridad, mirando con timidez e interés a los otros habitantes de la casa. Adrede, no nos explican bien la arquitectura del sitio, suerte de laberinto incomprensible que recorremos a pedazos con ese hombre que se oculta y que cree tener todo bajo control.
El giro interesante que propone este filme claustrofóbico es que la casa va trasformando a su inesperado ocupante. Cuando el encierro se prolonga y el contacto con el otro llega a cero, su mente empieza a cambiar, a volverse más primaria, a aflorar los instintos. Hay un náufrago en esa casa, su aspecto físico así lo revela, su comportamiento es el de un hombre dejado a la deriva y que encuentra en una rata al único ser al que se atreve a mirar a los ojos. A veces lo que pensamos es que el protagonista está muerto y que Rabia nos cuenta de un fantasma que se mimetiza en un hogar. Sólo su voz en un teléfono que encuentra nos persuade de esa idea. Tal es lo enfermiza de la situación que vive, tal es el grado de aislamiento en el que se encuentra y que la película describe con tanta propiedad en esa atmosfera irrespirable que constituye su relato. Súbitamente entendemos que esta situación extrema es un purgatorio en vida que el ocupante debe padecer como castigo a sus culpas y que si sale de ahí será ya perdonado. Pero, ¿saldrá de ahí? ¿Hay algún escape posible? ¿Hay aún oportunidad de dar marcha atrás o ya las heridas mentales son demasiado profundas? Preguntas que quedan para el público que se enfrenta a este filme tenso, cerrado y muy bien concebido.
El director y guionista ecuatoriano Sebastián Cordero partió de la novela homónima del escritor argentino Sergio Bizzio, le añadió el elemento de inmigración y por ende de indefensión, y volvió al personaje central más oscuro, menos dispuesto a buscar una salida para su situación. Con esto construyó un guion que requería para florecer de varias fuerzas en simultáneo estado de gracia: la dirección artística de un veterano como el escenografista y decorador mexicano Eugenio Caballero, la cinematografía virtuosa de Enrique Chediak -véanse un par de planos secuencia de notable complejidad y belleza; y la capacidad camaleónica del actor mexicano Gustavo Sánchez Parra, a cuya transformación física y sobre todo mental asistimos sobrecogidos todos los espectadores. La ecuación esta vez fue exitosa: Rabia es un estudio minucioso de los límites de la mente del hombre y, a pesar de todo, de su capacidad de redención. Así sea demasiado tarde.
Publicado en la revista Arcadia No. 62 (Bogotá, Noviembre de 2010). Pág. 28
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