El despertar de la juerga: Cómo tener sexo, de Molly Manning Walker
La invasión primaveral y veraniega de adolescentes y de adultos jóvenes norteamericanos a Florida y a México, y de su contraparte británica a las playas de Ibiza, Magaluf y Malia es una plaga social que ha merecido despliegue noticioso y preocupación creciente en términos de salud pública y vandalismo colectivo. En Spring Breakers (2012), Harmony Korine nos mostró su perspectiva del fenómeno desde el punto de vista estadounidense y ahora la directora y guionista Molly Manning Walker nos enseña en Cómo tener sexo (How to Have Sex, 2023), su largometraje debut, lo que ocurre desde la perspectiva británica con tres adolescentes que recién terminados sus estudios de secundaria, se unen a la juega sin fin que representa vivir sus vacaciones en el balneario de Malia, en Creta. Em, Skye y Tara son tres compañeras y amigas, tan despreocupadas y bulliciosas como el resto de turistas coetáneos que atiborran los hoteles del lugar. El alcohol, el desenfreno y las ganas de experimentar –y en el caso de Tara el perder la virginidad- es lo que las mueve.
En un principio la película no se diferencia mucho de Spring Breakers: excesos, rumbas sin fin, estragos alcohólicos, neón, música electrónica, sexualización de todos los actos y celebraciones… parece un documental sobre la juventud desenfrenada, vacua y trash, pero la directora quiere ir más allá. Tara (interpretada por Mia McKenna-Bruce) se comporta de forma similar a sus amigas en términos de falta de introspección y de ganas de vivir a tope esos días sin importar lo que cueste, pero en un momento dado parece despertar del trance colectivo. Lo que está presenciando ya le parece excesivo incluso para sus estándares. Además esa misma noche tiene un primer encuentro sexual con un joven tan alicorado como ella, acto que aunque es consensuado, no es exactamente lo que ella imaginaba que iba a ser.
No tengo claro que imaginaba ella de cómo sería ese encuentro, sobre todo en ese ámbito absolutamente etílico y sin lugar a sentimentalismos o a compromisos en el que Tara y las demás se encuentran, pero sin duda a ella esa situación le dejó un sinsabor que no hace sino crecer a medida que se agolpan nuevas sensaciones, vivencias con otras personas, más borracheras y resacas. Tara no logra reajustarse después de todo lo vivido, como si en ella surgiera por fin una consciencia de lo que es negociable y lo que no. Entre sueño y vigilia está de nuevo involucrada con el mismo joven de la primera vez, pero este intento de encuentro sexual es tan poco vinculante desde lo afectivo como el primero. El muchacho que ha estado con ella – Paddy (Samuel Bottomley)- se ganó ese privilegio solo porque a todas les parecía el más atractivo. En cambio el que parece realmente interesado por Tara, Badger (Shaun Thomas), y quien además es el único que muestra un gesto compasivo hacia con ella, es ignorado por la joven.
Supongo que lo que más echa de menos Tara es la falta de vínculo. Paddy no muestra hacia ella el más mínimo afecto o consideración después de lo que vivieron. Para ella fue significativo así haya sido en esas condiciones tan poco ideales, para él no. Ella buscaba un poco de ternura acaso, un asomo de sensibilidad en medio de tanto fragor, delirio y estupidez. Por eso su shock, por eso su despertar, su extrañeza. De repente fue consciente de su humanidad y de la dignidad que ella conlleva y se sintió inerme, casi asaltada sexualmente en medio de la indiferencia de Em y Skye, cada una buscando su propia satisfacción, cada una encerrada en su hedonismo.
Cómo tener sexo, así en la superficie no parezca, invita a una reflexión como la que hizo Tara. ¿La cultura del “todo vale” nos hizo indolentes frente a las necesidades de los demás? ¿Cuáles son los límites? ¿A qué podemos condescender? ¿A qué no? ¿Cuánto hay que ceder ante la presión social? Hay un momento en que todo lo que luce relativo empieza a tener peso. En ese momento abrimos los ojos y nos descubrimos auto engañados, víctimas de nuestra propia fragilidad. Y muy solos, sin duda.
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