Como una mariposa inasible: Sidney Lumet
En esa antesala triste a la muerte que es recibir el premio Oscar honorario a toda la trayectoria, Sidney Lumet expresó, ese 27 de febrero de 2005 en Los Ángeles, su agradecimiento al cine. “Hay tantos con los que nunca trabajé y a los que les debo mucho. Quiero decir, ¿cómo le agradezco a Spielberg, Scorsese y Coppola? ¿Cómo le agradezco a Jean Vigo y Carl Dreyer, Willy Wyler, Kurosawa, y Buster Keaton?”. Ese anciano de 80 años tenía la respuesta en sus propias películas. Ese agradecimiento que no sabía como expresar está disperso a lo largo de cincuenta años de una producción cinematográfica que honró con su calidad la memoria y el ejemplo de los maestros y colegas que esa noche mencionó con la generosidad que le era propia.
Seis años después, el sábado 9 de abril, Sidney Lumet nos dejó ya. Me sorprende que su nombre no sea tan reconocido y que muchos le nieguen el título de autor que con creces merecía. ¿No será un gran director el responsable de filmes como 12 hombres en pugna, El prestamista, Serpico, Tarde de perros, Network, Será justicia y Daniel? ¿No será un director muy lúcido alguien que a los 83 años dirige una obra tan brillante como Antes que el diablo sepa que has muerto?
Parece que sus orígenes en la televisión, sus ideas liberales, el compromiso social que demostraba, las ganas de denunciar con su cine las prácticas corruptas públicas y privadas, su independencia creativa alejada de la intromisión de Hollywood, el buen trato que daba a los actores y su respeto por los calendarios de rodaje y el cuidado del presupuesto, que se tradujeron en una obra prolífica y por ella no exenta de descalabros, lo hicieron un personaje exótico, demasiado romántico para su propio bien. Alejado de los malos vientos que soplan en la costa oeste y que le impedían rodar con independencia, filmaba en Nueva York esos dramas rigurosos, clásicos en lo formal, donde mezclaba sus ideas por momentos pesimistas sobre la justicia, la verdad, la familia y esa corrupción que todo lo contamina, que todo lo pervierte.
“Nunca hice una película porqué estuviera con hambre. Cada filme que hice fue un deseo activo, creíble, apasionado”, explicaba. Y eso se nota en estas cintas protagonizadas por unos seres falibles movidos por una sed –dolor, venganza, codicia, soledad- que muchas veces no entendemos. Sus razones nos eluden como esa mariposa inasible que un niño intenta atrapar en la primera escena de El prestamista. Lumet respetó esos motivos. Ese fue su secreto.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 14/04/11). Pág. 20
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