Con ojos nuevos: Cero en conducta, de Jean Vigo
“Si tuviera que decir cuál es el verso más hermoso de ese poema llamado Zéro de conduite, elegiría la vuelta apresurada de Colin a su cama, ante la que le aguarda, cómplice, la cámara”
– Paulo E. Salés Gomés
1. Jóvenes rigurosamente vigilados
El internado que aloja a los muchachos de Cero en conducta (Zéro de conduite, 1933) tiene un grupo administrativo enorme: director, inspector jefe de estudios, profesores, vigilantes, cocinera. Demasiados y demasiado atemorizantes. Ante ellos hay que luchar, sublevarse, alzarse en armas, vencer y huir. Suena a juego de adolescentes con ganas de que no se les imponga autoridad alguna, pero en manos de un director tan militante como Jean Vigo la confabulación de cuatro de los muchachos se convierte en un acto subversivo puro, completamente anárquico, sorprendentemente onírico, gloriosamente poético.
Es claro que las intenciones de Vigo son satíricas y punitivas: el director del internado es interpretado por el enano Delphin, un hombre que ya tenía una trayectoria artística importante. Con su barba larga, su traje formal y su voz chillona, parece un niño disfrazado antes que un dignatario real. El inspector jefe de estudios es una figura fantasmagórica y ladrona, uno de los profesores –Viot- tiene actitudes de pederasta, uno de los vigilantes nocturnos, de gafas oscuras parece mecanizado. Vigo exagera la caricatura para darle a los directivos el aspecto, a medio camino entre lo mítico y lo socarrón, con el que los muchachos se refieren burlonamente a ellos, demonizándolos, volviéndolos un blanco necesario, literalmente muñecos de un pimpampum que hay que derribar.
Solo el nuevo vigilante, Hughet, posee hermosos rasgos de humanidad. Todo parece nuevo para él, se pone siempre de parte de los jóvenes, participa de sus juegos, es solidario con ellos, no ha perdido el espíritu lúdico ni romántico. Imita a Chaplin, sale a caminar con los muchachos, pero en vez de acompañarlos y vigilarlos se distrae, persigue a una chica, los regresa tarde y entre la lluvia; se ríe y disfruta con la revuelta estudiantil. Hughet (interpretado por Jean Dasté, debutando en el cine) tiene ojos nuevos. Los mismos de los jóvenes estudiantes, los mismos de Vigo. Ojos puros, ojos reales. El biógrafo de Vigo, Salès Gomès, insiste que el realizador se refleja en Tabard –uno de los muchachos, el único al que inicialmente es posible confundir con una chica- y que modeló a Hughet a partir de un vigilante simpático que conoció en su internado en el liceo de Millau, pero quiero creer que Vigo, que tenía 27 años durante el rodaje de este filme, es Hughet: un ser lleno de humanidad, alejado de las normas, no contaminado por ellas y dispuesto a crear otras reglas, donde prime la libertad, no el miedo.
2. Pequeños diablos en la escuela
“Jeunes diables au collège” es el subtitulo de Cero en conducta. ¿Los estudiantes del internado son diablillos o reaccionan como diablillos ante la opresión y el maltrato? Los protagonistas son cuatro: Caussat, Bruel, Colin y Tabard. Vigo los sacó de sus recuerdos de infancia con todo y nombres reales: George Caussat y Jacques Bruel fueron dos de sus mejores amigos del liceo de Millau, en el que estudió desde los 14 años; Jean Collin estuvo con Vigo en el internado Marceau de la ciudad de Chartres, al que ingresó en 1922, mientras Tabard es el Jean Vigo de Millau. Escribe Salès Gomès: “Jean, vinculado a Bruel y Caussat, empleaba su mejor vitalidad en la lucha contra los adultos, armando jaleos, a veces bastante gordos. Durante los últimos meses de la guerra, y sobre todo después, la situación se hizo un tanto fluctuante, la mayoría de los vigilantes provenían de aquí y de allá, y la disciplina se había relajado. Sin embargo, los ceros en conducta habían comenzado a llover y, durante largos períodos, raro era el domingo en que no debían quedarse castigados” (1). Cero en conducta no fue solo un título, fue su estilo de vida durante la adolescencia. Y a Vigo se le antojaba un material irresistible para volverlo un filme.
El romanticismo adolescente de El gran Meaulnes, la única novela de Alain-Fournier, también fue un influjo para el guion de este filme, por lo menos en sus etapas iniciales. En la versión final realmente no es fácil ver qué tanto lo impactó, ni en que medida utilizó anécdotas y recuerdos de amigos y seres cercanos. Inicialmente el proyecto se iba a llamar Les Cancres y solo cuando supo que iba a hacerse le puso el titulo definitivo.
Caussat, Bruel y Colin son íntimos camaradas y compinches, pese a que este último es el hijo de la cocinera del internado. Se le ve juntos siempre, se les supone tramando algo, se les castiga sumariamente a todos. Ese es su estado natural. En cambio Tabard es retraído, tiene el pelo largo al a manera de una joven, es víctima del acoso de uno de sus profesores, es llevado ante el director, se le obliga a presentar disculpas publicas, se le humilla hasta el extremo de no aguantar más. Va a convertirse, por lo tanto, en el líder de la revuelta de los internos. “¡La guerra está declarada! ¡Abajo los maestros! ¡Abajo los castigos! ¡Viva la revolución! Libertad o muerte. ¡Nuestra bandera debe ser izada! ¡Mañana todos lucharemos con libros viejos, viejas latas de metal y zapatos viejos! La munición está en la buhardilla. Bombardearemos a los viejos pasmadotes del Día de la Conmemoración. ¡Adelante!”, lee Tabard en una declaración nocturna mientras con una mano sostiene una bandera pirata.
A continuación se desata una batalla de almohadas, edredones y plumas entre los estudiantes y el vigilante (rol encargado a Robert le Flon) que duerme en esa habitación colectiva. Esa escena va a culminar transformándose en algo diferente: la cámara de Boris Kaufman se enlentece, los movimientos se tornan pausados y solemnes, y los muchachos parecen ir en una procesión, sosteniendo faroles, llevando en una silla a uno de sus compañeros, rodeados todos por una atmósfera cubierta de plumas. Es un ceremonial pagano, un trance comprensible solo desde una perspectiva lírica: los muchachos están embriagados de revolución y llenos de motivos para luchar.
El cambio que se opera en Tabard al inicio de esta escena es reactivo. Vigo no es sutil al mostrarnos esa transformación, simplemente le echa la culpa a un sistema educativo opresor que no tiene ternura ni compasión para con los jóvenes y sus circunstancias. Nada los salva, ni el surrealismo, ni la magia, ni los sueños. Deben combatir. Y lo harán.
3. De los inconvenientes de rodar en diciembre
En julio de 1932 Jean Vigo conoció al empresario Jacques-Louis Nounez, un hombre de negocios y gran cinéfilo que se había mostrado interesado en financiar proyectos de mediometrajes de mediano presupuesto para presentarlos en programas dobles. Desde el primer encuentro estuvo de acuerdo en trabajar con Vigo y tras el fracaso de una primera propuesta sobre la región de la Camarga, el director le presentó en diciembre de ese año su guion sobre los recuerdos de su adolescencia. Nounez lo aprobó, le concedió un presupuesto de doscientos mil francos y le dijo que disponía de los estudios de la Gaumont durante una semana a partir del 24 de diciembre.
La mayoría de los intérpretes eran aficionados: jóvenes del distrito 19 de Paris, muchachos que vivían cerca de donde Vigo residía o conocidos suyos, el administrador de una finca, pintores, un poeta, la dueña de una restaurante cerca de la Gaumont. Solo había tres artistas profesionales en todo el reparto: Léon Larive, Robert le Flon y el enano Delphin. Su amigo el director Henri Storck, haría un cameo vestido de sacerdote.
El sábado 24 de diciembre de 1932 se dio inicio al rodaje. Vigo nunca había filmado en un estudio. Descansaron el día de la navidad y el 26. Reanudaron el martes 27 y para el sábado 31 de diciembre Vigo estaba en el estudio con fiebre elevada y tos, y así rodó. Pero no podía más y, temiendo adquirir una neumonía, el lunes 2 de enero pidió parar la filmación hasta el viernes 6. Solo podían rodar hasta antes la medianoche del 7 de enero y así lo hicieron. En total fueron ocho días. En exteriores se rodó intermitentemente entre el 10 y el 22 de enero a causa del mal tiempo. Debido a eso Vigo tuvo que sacrificar muchas escenas, lo que iba afectar a continuidad del filme, que por eso va a adquirir un ritmo más episódico y anecdótico, antes que presentarnos una narración de estructura clásica.
Leamos a Truffaut: “A menudo se ha señalado que la línea de Cero en conducta está rota por brechas que usualmente se achacan al endemoniado calendario de trabajo. Pienso que esas elipsis gruesas también pueden explicarse por la prisa febril de Vigo de lograr lo que era esencial y por el estado mental de un cineasta al que le acaban de dar su primera oportunidad. No puede creerlo, es demasiado bueno para ser verdad. Él rueda el filme preguntándose si alguna vez verá la luz del día” (2). El guion presentado a Nounez daba para un filme de dos mil metros y Vigo debió reducirlo de entrada a mil doscientos. Durante el rodaje en estudio también acortó y suprimió escenas, y a llegar a los exteriores, terminaría de cortar más. El propio Vigo hizo el montaje y tuvo que suprimir trescientos metros adicionales. Maurice Jaubert se encargaría de la música.
Cero en conducta se estrenó el 7 de abril de 1933 en el teatro Cinéma Artistic en París. Recibió críticas fuertes, algunas sarcásticas, algunas benévolas, pero realmente no pudo ser vista más. Fue prohibida por la censura, por su “espíritu antifrancés” sin que se sepa con claridad si fue el gobierno o la iglesia el que presionó para prohibir su exhibición. Solo durante la postguerra, en 1945, pudo verse de nuevo en Francia. En otros países, como en Bélgica, sí puedo mostrarse al público, sobre todo a través de los cineclubes.
4. Jean Vigo presenta Cero en Conducta
Vigo es invitado a Bruselas a presentar su película en octubre de 1933. Lleva un manuscrito de cinco páginas llamado “Presentación de Cero en conducta”. En uno de sus apartes escribe:
“El problema, para mí, es, por desgracia, más grave. Mi preocupación, más vasta y más casta. La infancia. Chavales a los que abandonan una tarde de octubre, a la vuelta de las vacaciones, en el patio de un colegio de alguna provincia, bajo la bandera que sea, pero siempre lejos de su casa, en la que les espera el cariño de una madre, la camaradería de un padre, si es que este no ha muerto.
Y entonces soy presa de la angustia. Van a ver ustedes Cero en conducta, y yo voy a verla de nuevo con ustedes. La he visto crecer, y ¡cuán enclenque me parece! Ni siquiera convaleciente. Como hija mía que es, ella ha dejado de ser mi infancia. En vano abro los ojos de par en par. A duras penas reconozco mi recuerdo en ella. ¿De verdad está ya tan lejos de mí?” (3).
Ya en ese momento ni siquiera Cero en conducta era suya. Ahora nos pertenecía.
Referencias:
1. Paulo E Salès Gomès, Jean Vigo, Barcelona, Circe Ediciones, 1999, p. 50
2. François Truffaut, The films in my life, New York, Da Capo Press, 1994, p. 26
3. Paulo E Salès Gomès, Op Cit., 184
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