Concierto para un hombre solo: Un corazón en invierno, de Claude Sautet

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No es aventurado afirmar que dentro del cine europeo, es Francia el país que ofrece una filmografía más homogénea y compacta, sin que esto implique una actitud poco arriesgada o temerosa del vanguardismo y la experimentación. Nos referimos más bien a una pronunciada actitud humanista, a una mirada que apunta hacia el ser humano y sus conflictos consigo mismo y con sus semejantes, antes que al uso de la tecnología y de un formalismo estéril que cunde como plaga alrededor del planeta. Aunque los estilos, las épocas y la manera de contar las cosas difieren, en la obra de directores como Renoir, Ophuls, Demy, Truffaut, Godard, Chabrol, Rivette, Malle, Rohmer, Berri o Maurice Pialat -por mencionar unos cuantos- el protagonista es uno sólo: el hombre. Sus sentimientos, sus afectos, su existir, su alma, sus inquietudes, sus dudas y temores son expuestos de frente ante nosotros haciendo que sintamos cerca este tipo de cine que se solaza hablándonos en un lenguaje familiar, recreando situaciones que quizás ya hallamos vivido, mostrándonos encuentros y desencuentros que tuvimos alguna vez, reviviendo sensaciones que algún día experimentamos y que la mente se resiste a olvidar. Por eso una película francesa es inconfundible: su tono de intimidad nos habla al oído; sus personajes no son caricaturas, están vivos, sienten, ríen y sufren como nosotros; su historia nos envuelve y nos atrapa por que en ella nos vemos retratados a veces con sonrojo.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Estas reflexiones vienen a cuento al ver un filme que no traiciona su origen ni la tradición fílmica tras él. Estamos hablando de Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992), del veterano director Claude Sautet. Sautet representa un caso particular dentro del panorama fílmico francés, pues siendo contemporáneo de los gestores de la nouvelle vague, no puede realmente inscribirse en ese movimiento del que nunca se sintió parte y que opacó las obras que realizara a mediados de la década de los sesenta. Graduado de la IDHEC en 1948, empezó a trabajar con Jacques Becker, Maurice labro y Georges Franju; su primer largometraje fue Classe tous risques (1960) aparecido -para su desventura- el mismo año de Sin aliento (À bout de souffle). Ignorado, decidió continuar como guionista de películas de Deray, Ophuls, Rappeneau, de Broca y Jacques Demy antes de volver a la dirección en 1965 con L’Arme a gauche, un filme de suspenso protagonizado por Lino Ventura y Sylva Koscina.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Tras aventurarse inicialmente en el cine de suspenso, Sautet desembocó de manera gradual hacia la construcción de obras de un complejo dramatismo psicológico en las cuales se involucran en forma equívoca seres solitarios en busca de una paz que les es esquiva y en las cuales los sentimientos de cada uno están en primer plano, casi siempre en situaciones en las que se retrata un trío antes que una pareja, como ocurre en Las cosas de la vida (Les choses de la vie, 1970), Max et les ferrailleurs (1971), César et Rosalie (1972) o en Une histoire simple (1978), películas por las cuales pasaron actores imprescindibles dentro del cine contemporáneo como Yves Montand, Michel Piccoli y la recordada Romy Schneider, protagonista de varios de sus filmes. Aficionado a la música -en una época de su vida se desempeñó como crítico musical-, el director dota a sus filmes de una rítmica musicalidad y una banda sonora que es también protagónica, realizada en la mayoría de los casos por el compositor francés Philippe Sarde.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Coherente con su estilo, Un corazón en invierno desarrolla de igual manera un intenso drama entre tres seres, en el que la música -ahora de Maurice Ravel- marca el tono y guía la narración. Dos de los lados del triángulo son rostros familiares, pues coincidieron de manera feliz protagonizando una película que fue exhibida comercialmente en Colombia: Manón de los manantiales (Manon des sources, 1987), de Claude Berri; nos referimos a Daniel Auteuil y a la esplendorosa Emmanuelle Beart. Incluso ya Sautet había tenido a Auteuil bajo sus ordenes en Quelques jours avec moi (1988), pero la historia que ahora nos ocupa se refiere a tres personas, tres vidas dedicadas a la música: Maxime (André Dussollier), el propietario de un taller de reparación de violines, Stéphane (Auteuil), el principal luthier, y Camille (Beart), una joven y dotada intérprete, de quien Maxime se enamora.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Estamos hablando de tres artistas, pues Maxime y Stéphane han recibido una educación musical profesional, sólo que derivaron sus carreras hacia otros campos, lo mismo que sus vidas, ya que Maxime es un hombre de mundo y de gran roce social, mientras Stéphane dedica su vida a su trabajo, ajeno a todo tipo de relación afectiva. Hay gozo y honestidad “artística” en la actividad de estos dos personajes, tanto cuando Maxime negocia un violín, como cuando Stéphane logra encontrar el defecto que padecía uno de los amados instrumentos que le ha sido encomendado. La perfecta concentración de Auteuil en su papel dota a su personaje de rasgos verosímiles dentro de un “autismo social” que, desafortunadamente, parece estar volviéndose cada vez más frecuente en estos tiempos en los que el ser humano ha ido perdiendo la capacidad de sentirse parte de una comunidad, aislándose tras muros, rejas y alarmas defendiendo una intimidad que dista poco de la soledad. Es más, Sautet le pone una compañera cerca: Helene, una mujer interesante, a quien Stéphane, en su miopía, nunca ve más que como a una confidente.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Sin embargo, Stéphane parece envidiar la suerte de su compañero de labores -la palabra patrón no cabe entre los dos-, pero no hace nada para cambiar las cosas. A pesar de ello, su misma manera de ser -de un perfeccionismo extremo en su labor- atrae lentamente la atención de Camille, ella misma una perfeccionista del violín, y, lentamente, se va sintiendo atraída por el esquivo artesano. Empieza a perfilarse a partir de este instante lo que podría ser una nueva relación fundada más en las cosas no dichas que en las pronunciadas, apoyada en silencios y miradas. No hay palabras de amor entre Camille y Stéphane, no hay contacto físico, no hay un gesto evidente de interés de él hacia ella, pero entendemos que hay algo ‘mágico e inusual creciendo en el ambiente, algo que ninguno parece ser capaz de dominar y la maestría de Sautet está en mostrarnos eso, el proceso de enamoramiento de una mujer basado en unos signos muy poco evidentes pero significativos para ella. No queremos anticipar más de la historia pero como esto no es Hollywood, Stéphane no traiciona el sentido que ha querido darle a su vida, así apueste a una soledad por la que voluntariamente ha optado.

Un corazón en invierno (Un coeur en hiver, 1992)

Hay una cosa más que hace de este filme algo especial y es, claro, la música. Emmanuelle Beart tuvo que aprender a tocar violín -aunque su interpretación es doblada por Jean-Jacques Kantarow, un virtuoso del instrumento- para poder encarnar a su personaje y la elección de las sonatas de Ravel no es de ninguna manera casual, pues el tono discreto y sentimental de sus composiciones encuentra un adecuado eco en el ritmo de la narración. Ravel fue un hombre tímido, de una personalidad callada y solitaria, entregado por completo a la música durante los últimos años de una vida no muy extensa y estamos por pensar que Claude Sautet ha moldeado a Stéphane a partir de la figura taciturna y esquiva de Maurice Ravel, como un homenaje a este maestro y a la vez haciéndoles un guiño de complicidad a los amantes del cine y la música clásica. Y si esto es así, lo ha logrado con un absoluto respeto hacia el genio de Ciboure, fallecido en 1937.

Claude Sautet dirige a Emmanuelle Béart y a Daniel Auteuil en Un corazón en invierno (1992)

Un insólito destino parece regir el futuro de tres personas, cuya intelectualidad se ve superada por sus sentimientos, culpables de llenar sus vidas de zozobra y dolor, pero responsables, a su vez, de hacerlos sentir vivos. Hay entre ellos alguien distinto, alguien con un corazón en otra estación, en un perpetuo invierno donde la nieve cae sin tregua sobre él y sobre aquellos a su lado. Sautet se encarga de recordarnos que, a pesar del frío invernal, el sol se empeña en salir día a día, con la terquedad del que sabe que es el amor el que guía sus pasos. Qué bueno haber tenido la oportunidad de ver este trabajo, un hermoso filme hecho con absoluta precisión y de un profundo dramatismo, logrado gracias a un pequeño grupo de actores que han sabido captar la atmósfera sutil que el director requería, para hacer algo difícil que pocos logran: una obra maestra.

Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 35 (Medellín, vol. 7, 1996) págs. 97-100
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1996

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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