Cónclave, de Edward Berger                                

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Cónclave (2024) nos adentra en el hermético proceso de elección de un nuevo Papa, una tradición envuelta en secretismo, liturgia y tradiciones que trascienden lo religioso para instalarse en el terreno de lo humano. Basada en la novela del mismo nombre del autor inglés Richard Harris, publicada en 2016, la película es, ante todo, un retrato de las complejas pulsiones que emergen cuando la fe, la ambición y la política se entrecruzan en un espacio donde lo terrenal tiene el mismo peso que lo divino. El director alemán Edward Berger no se limita a mostrar el ceremonial del cónclave; su interés radica en el rostro de los cardenales, en los silencios que dicen más que las palabras, en los gestos que delatan los desequilibrios de poder. Cada personaje es un reflejo de la tensión entre lo que representan y lo que realmente son. Así, el filme deviene inesperadamente en un thriller asordinado, en el que cada elección, cada voto y cada mirada es un movimiento dentro de una partida de ajedrez en la que no solo se disputa el futuro de la Iglesia, sino también el destino de los hombres que la conforman. Cónclave no se queda en la superficie de la intriga vaticana, sino que indaga con inteligencia en la fragilidad de quienes, aun vistiendo hábitos sacros, siguen siendo profundamente humanos.

Cónclave (2024)

Uno de los logros de Cónclave estriba en la forma en que Berger convierte al Vaticano en un escenario donde la fe y el poder libran una batalla silenciosa. La película desnuda el cónclave como un espacio de intrigas, pactos y tensiones soterradas, donde las sotanas no logran ocultar las luchas de egos ni los juegos de influencia. En una escena en el que el Decano del colegio cardenalicio, el cardenal Lawrence, se reúne en la noche con otros dos colegas, afirma que “Me siento como si estuviera en una convención política estadounidense”. Y es cierto: al final, lo que se presenta como un acto de inspiración divina es, en gran medida, un cálculo humano. La película nos recuerda que las instituciones, por más sagradas que se proclamen, son sencillamente un reflejo de las pasiones, los miedos y las contradicciones de quienes las integran. “Somos hombres mortales. Servimos a un ideal. Y no podemos ser siempre ideales”, admite otro de los cardenales en la conversación mencionada.

Cónclave (2024)

Consciente de esta situación, Berger construye personajes de carne y hueso, alejados de la idealización y la condena. No hay juicios absolutos, solo hombres envestidos de dignidad, pero enfrentados a su propia humanidad en un momento trascendental de sus vidas clericales. Cada cardenal es el retrato de una lucha interior entre la vocación y la ambición, entre el deber y el deseo, entre la lealtad y la traición, entre la certeza y la duda. La imparcialidad absoluta –a la que apunta el personaje del cardenal Lawrence (Ralph Fiennes)- no es más que una ilusión. Pese a ello Berger no busca señalar culpables ni redimir pecadores, sino exponer la complejidad moral de quienes tienen en sus manos el destino de la Iglesia. “Podría tener lugar en Washington, D.C. … en Downing Street … un puesto vacante … y siempre que exista ese vacío de poder, va a haber gente luchando por él … y apuñalándose por la espalda e intentando manipular su camino hacia el poder”, explicaba Berger en entrevista para Reuters. En esta afirmación se condensa el núcleo de la narración: más que un thriller político o un drama religioso, Cónclave es una exploración del precio del poder, de la ambición y de la fragilidad de la condición humana, incluso dentro de los muros del Vaticano.

Cónclave (2024)

Lo que hace que Cónclave trascienda su premisa inicial es su negativa a convertirse en una película exclusivamente sobre la religión católica. Aunque el Vaticano y sus ritos son el marco en el que se desarrolla la historia, narrada con un clasisismo que sin duda le favorece, la película no se detiene en debates doctrinales ni en una mirada estrecha de la fe. La cuestión moral que plantea Berger es mucho más amplia: el poder, sus dilemas y las estrategias que se suscitan tras las paredes de cualquier organización. Cada uno de los personajes se enfrenta a decisiones que no solo determinan el futuro de la Iglesia, sino que los obligan a cuestionarse a sí mismos: ¿Quiénes somos realmente cuando el poder está al alcance de la mano? ¿En qué nos convertimos? ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar para obtenerlo? La película reflexiona sobre la tensión entre el deber y el deseo. Los cardenales tienen en sus manos la responsabilidad de elegir a un líder espiritual para millones de personas, pero ¿hasta qué punto lo hacen movidos por una convicción genuina? ¿O, como cualquier ser humano, sus elecciones están permeadas por ambiciones personales, miedos e inseguridades? Cónclave no se alinea en el bando fácil de la crítica a la doctrina eclesiástica, sino que amplifica el cuestionamiento: las instituciones, al igual que las personas, están marcadas por contradicciones internas, por esa lucha constante entre el ideal y la realidad. Como dijo el papa Francisco en 2017, “En Argentina, se decía que el poder es como tomar ginebra en ayunas: la cabeza te da vueltas, te embriaga, te hace perder el ­equilibrio y te lleva a hacerte daño a ti mismo y a los demás”. Y en Cónclave, esa embriaguez se siente en toda mirada, en todo voto y en todo pacto silencioso que se entreteje en las sombras de ese claustro romano que los alberga.

Cónclave (2024)

Al final, Cónclave nos deja una reflexión sobre la fragilidad de quienes ocupan los núcleos de poder. Más allá del contexto religioso, la película no busca simplemente señalar las contradicciones de la Iglesia, sino que va más lejos: nos obliga a mirar hacia adentro, a cuestionarnos sobre las estructuras sociales que rigen nuestras vidas y el papel que desempeñamos dentro de ellas. Como todo el gran cine, no pretende ofrecer respuestas obvias, sino plantear preguntas nada fáciles sobre el poder y la condición humana. Incluso esa ambigüedad se traslada al final a uno de los personajes, en un remate narrativo que puede sonar desconcertante, pero que hace parte de ese “misterio” al que Lawrence se refería en una homilía al inicio del conclave. 

Cónclave (2024)

En su libro Conspiración, Robert Harris –autor de la novela en la que se inspira este filme- afirma que “Hay en todos los hombres que logran la ambición de su vida sólo una estrecha línea entre la dignidad y la vanidad, la confianza y el engaño, la gloria y la autodestrucción”.  Y en Cónclave, esta estrecha línea se manifiesta en cada lucha contenida entre quienes, aun haciendo votos de obediencia, pobreza y castidad, no pueden escapar de su humanidad. Berger entrega una película que es tanto un thriller político como un estudio de personajes, un ejercicio de suspenso que refleja las dudas y contradicciones de quienes deben tomar decisiones que afectarán a millones. Cónclave es, en última instancia, un relato profundamente humano, en el que la religión es solo el telón de fondo de una disputa universal, la del poder. No olvidemos que el cine, cuando es honesto, no se limita a describir el mundo: lo desnuda ante nuestros ojos.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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