Conteo regresivo: You Were Never Really Here, de Lynne Ramsay

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Uno cree que en un momento dado de su narración las películas van a seguir un patrón preestablecido, según el género al que pertenezcan y de acuerdo a lo que hemos visto previamente en otros filmes. Nuestra memoria cinéfila moldea los personajes, su personalidad y su conducta y los acomoda a los patrones que suponemos son los correctos. Esto, por supuesto, es una construcción mental, pero lo curioso es que la mayoría de las películas siguen esos moldes, como si no quisieran defraudarnos. En realidad están recorriendo caminos seguros.

Pero You Were Never Really Here no, aunque pareciera a simple vista que sí: es la historia de Joe, un mercenario –ex marine y ex agente del FBI- que trabaja independiente (e ilegalmente) resolviendo casos donde no se quiere o no es “prudente” la intervención de la ley. Joe está lleno de traumas de infancia que lo visitan aún como fantasmas diurnos y es por ello un hombre sin paz, un suicida en potencia. Ah y vive todavía con su madre. Esto lo hemos visto repetidamente y sabemos la bomba de tiempo que todo eso implica: nuestra mente se prepara para algo así.

You Were Never Really Here (2017)

El filme de Lynne Ramsay, sin embargo, se resiste a dejarse encasillar. El personaje -realmente hay un único personaje en este filme- parece tener sus métodos y técnicas bajo control, pero su más reciente “encargo” resulta ser todo un enigma para él y para nosotros como espectadores. Todo lo que creíamos que iba a ocurrir se desbarata, para sorpresa absoluta del personaje (un magnífico Joaquín Phoenix) y desconcierto nuestro, como si a cada momento tuviéramos que barajar de nuevo las cartas y volver a jugar una partida eterna de póker donde es imposible siquiera imaginar que tienen los demás.

La película es muy violenta -tales son los métodos de Joe- pero lo que más sorprende es la confusión del personaje, incapaz de entender el laberinto en que lo metieron y del que intenta a escapar a los golpes, sin entender que con cada golpe se hunde más. Su estado mental, ya de por sí frágil, no tolera que sus planes se salgan de curso ni admite sorpresas como las que el guion de este filme le tiene dispuestas. Es ese estado de angustia y quiebre mental suyos –humanizando a un protagonista que en otros filmes sería un implacable cuasi robot- lo mejor manejado de una película que solo al final ofrece un resquicio de consuelo.

Es un hermoso día a pesar de todo.

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