Convivir con el misterio: Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul
Si uno quisiera resumir en imágenes un filme como Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Loong Boonmee raleuk chat, 2010) podría recurrir a las que aparecen al principio del mismo. Un enorme búfalo de agua está atado a un árbol por una cuerda, pero se suelta y huye a la selva. Allá lo vemos en medio del verde y de la oscuridad que empieza a caer. Un hombre del campo, probablemente el dueño del animal va a buscarlo en medio de la manigua. Lo encuentra, lo llama por su nombre y lo hala de la cuerda que aún lleva pegada a su hocico. No teme ser embestido. El animal hace un poco de resistencia pero se deja llevar. Ahí están en ese plano fijo, hombre, animal y la naturaleza prácticamente virgen. Humano y búfalo se van y queda el cuadro lleno de verde. Hay un corte. Y en el plano siguiente, también en la selva, vemos la silueta oscura de un ser que puede ser un enorme simio o un yeti, que mira a la cámara con sus ojos que son dos puntos rojos brillantes. Añadamos entonces a la ecuación otro elemento: el misterio. La suma es lo que le interesa a Apichatpong Weerasethakul, el modo en que naturaleza, seres vivos y espíritus se relacionan y conviven en una suerte de armonía tan feliz como sobreentendida. Y difícil de asumir para nosotros desde Occidente.
Por eso no es sencillo aceptar la naturalidad con el que la cinta nos describe esa convivencia. Excepto esa secuencia que describí que funciona como prólogo, Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas parecía caminar el más estricto realismo. Un terrateniente, Boonmee, recibe la visita de su cuñada y de uno de sus sobrinos a su hacienda. El hombre, viudo, sufre de una insuficiencia renal y debe someterse periódicamente a diálisis peritoneal, cuyo proceso observamos. Una noche en la que cenan los tres, el misterio llega a sentarse con ellos a la mesa. Pasada la sorpresa inicial, todos parecen asumir que ya no son tres sino cinco, que el pasado, los muertos y los espíritus conviven con el presente y con los vivos en un mismo plano temporoespacial. Al otro día la conversación entre Boonmee y su cuñada Jen es absolutamente trivial, sin referencia alguna a lo que experimentaron.
Leamos esta conversación entre Boonme y su esposa Huay, fallecida hace 19 años, y que ahora ha vuelto, probablemente a acompañarlo porque la muerte del hombre se aproxima:
-No sé cómo te encontraré luego de que muera. ¿Dónde debe buscarte mi espíritu? ¿En el cielo?
-El cielo está sobrevalorado. No hay nada allí.
-¿Dónde estás, entonces?
-Los fantasmas no se apegan a ningún sitio sino a la gente, a los vivos.
-¿Y qué pasa si estoy muerto?
Apichatpong Weerasethakul le suprime a la escena cualquier connotación fantasmagórica. Todo transcurre con una conciencia de la presencia de lo espiritual en medio de lo cotidiano que desarma y desconcierta. El budismo no es algo abstracto reservado para los templos, es una concepción espiritual que se vive en los creyentes. Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas es un canto fúnebre -un hombre vive sus últimos días- pero a la vez es una profesión de fe, la certeza de que en ese tránsito no se está solo, que se hacen presentes los seres queridos que ya se fueron, que hay otras maneras espirituales de ser y sentir.
Weerasethakul tomó esta historia del libro “Un hombre que puede recordar sus pasadas vidas” publicado en 1983 por Phra Sripariyattiweti, el abad de un templo budista a cuyas puertas se acercó un hombre que afirmaba que al meditar podía evocar sus vidas previas. A partir de ese relato construyó este filme episódico –incluso con una bella secuencia fabulada sobre una princesa que se acerca a un lago y ve que su reflejo es el de una mujer más joven y hermosa– que el Festival de Cannes premió con la Palma de oro. Al recibir el premio, el director agradeció a “todos los espíritus y fantasmas de Tailandia. Ellos hicieron posible que yo esté aquí”. Se antojaba un justo reconocimiento de su parte.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 117 (Medellin, vol.27, 2017), págs. 34-37
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2017
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