Cuando la inocencia no te salva: El niño con el pijama de rayas, de Mark Herman

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De nuevo el holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial como tema para un filme. Pero esta vez no se trata de la recreación de hechos históricos sino de una fábula, de la adaptación al cine de un muy comentado bestseller del escritor irlandés John Boyne, El niño con el pijama de rayas.

Libro y película homónima describen la relación de un niño alemán de 8 años -hijo del comandante de un campo de concentración- con un niño judío de la misma edad, prisionero en dicho campo. La narración sigue el punto de vista de Bruno, el niño alemán, que no comprende lo que ocurre a su alrededor: para él, los prisioneros no son otra cosa que extraños granjeros que usan pijamas rayadas todo el día y que no pueden desempeñar el trabajo de su elección sino otros oficios. Bruno, además, está molesto porque tuvo que dejar su cómoda casa y sus amigos de Berlín para irse a vivir al campo, aislado y sin con quien jugar. Por eso, cuando explora el bosque y descubre tras un alambrado a un niño como él, pero con el traje de rayas, no va a perder la oportunidad de volverlo su compañero de juegos.

El niño con el pijama de rayas (The Boy in the Striped Pyjamas, 2008)

El niño con el pijama de rayas (The Boy in the Striped Pyjamas, 2008)

Bruno no parece ver lo que nosotros como espectadores del filme sí: nazis, banderas con cruces esvásticas, abuso a los prisioneros judíos, chimeneas donde arden los muertos. Esto demanda del público un proceso de abstracción, pues tenemos que recordar permanentemente que lo que vemos está filtrado por los ojos de Bruno y que lo que él ve no es necesariamente lo que nosotros observamos, así nos parezca sorprendente que no lo note. Por eso, el epígrafe del filme es tan importante: nos recuerda que en la infancia la razón es secundaria, que el mundo infantil tiene otra lógica, donde las sensaciones y los sentimientos imperan.

Mark Herman, el eficiente director y guionista de la película -y autor de películas como Tocando el viento (Brassed Off, 1997) y Little Voice (1998)- se apega a ese mandato y nos ofrece una narración limpia, clásica y adobada con muy buenas actuaciones; todo esto le sirve para ir hilvanando un relato que es un pugilato disparejo entre la inocencia y la realidad -brutal, salvaje- que rodea a Bruno y a su amigo Shmuel. Sospechábamos hacia dónde se inclinaría la balanza, pero no pensábamos que podía golpearnos con tal contundencia. El último tramo de la cinta no requiere espectros y demonios para horrorizarnos, para transformar todo en una pesadilla de ojos abiertos, una tan incomprensible como este holocausto, que todavía conmociona y duele.

Al final, el público abandona en silencio la sala de cine. Presenció la pérdida de la inocencia, presenció cómo se reducen las ilusiones a cenizas.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 22/01/09). Columna Cine, pág. 1-18
©Casa Editorial El Tiempo, 2009

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