Cuando las palabras no bastan: Hacia la luz, de Naomi Kawase
Al principio no entendemos. La voz de una joven mujer –Misako (interpretada por Ayame Misaki) – nos describe la realidad cotidiana que la rodea en una mañana. Las imágenes que vemos confirman lo que sus palabras ilustran. Luego la narradora se traslada a un espacio cerrado, a una especie de aula, donde continúa su descripción pero ahora de las imágenes de una película. Ella, la protagonista de Hacia la luz (Hikari, 2017), es la encargada de hacer los guiones literarios que relatan las imágenes de un filme, para que los ciegos puedan, mediante esa voz, ir a cine y “ver” una película.
El trabajo de Misako es mucho más complejo de lo que pudiera pensarse, pues no sólo es narrar lo que ocurre en los momentos de silencio -cuando hay diálogos su voz desaparece- sino además suponer e interpretar lo que los personajes del filme están pensando, sintiendo o padeciendo. Y expresar eso con palabras, sin imponer una opinión subjetiva que genere un prejuicio o sesgue el concepto de los futuros espectadores del filme, no es sencillo. Por eso recibe sugerencias de un comité de discapacitados visuales que le asesoran en cuanto en qué medida ser o no ser descriptiva, cuando o no hacer una suposición, hasta qué punto dejarlos imaginar por sí mismos. Incluso se entrevista con el director de la película que está describiendo para ver qué fue lo que él quiso decir con la escena final. Su trabajo es muy serio. El cine -le recuerdan- transporta a esas personas y representa mucho más que para quienes podemos ver.
Ese trabajo con ciegos ha sensibilizado a Misako frente a sus otros sentidos. La película consigue de manera muy convincente que veamos y sintamos que esta mujer es ahora más consciente de lo que escucha, de lo que sus dedos tocan, del viento que la acaricia. Este aspecto de Hacia la luz es logradísimo. Pese a que su trabajo es muy exigente, la ha transformado.
Tal cambio le sirve a Naomi Kawase para introducir dos personajes adicionales al relato: la madre de Misako, afectada con una demencia senil, que le trae recuerdos de su infancia y de su relación con su padre; y uno de los miembros del comité asesor, Nakamori (Masatoshi Nagase), un fotógrafo que progresivamente ha ido perdiendo la visión y que es un crítico severo del trabajo de la joven. Las historias de ambos frente a Misako están relacionadas por una imagen común.
“Nada es más hermoso que aquello que desaparece ante nuestros ojos” es una frase-mantra que se repite varias veces en este filme, sea una puesta de sol, la memoria de una madre o la vista de un fotógrafo amargado que tiene que reconocer y aceptar que no va a poder ejercer más su oficio y que debe aprender a depender de otros. El acercamiento progresivo entre Misako y este hombre se entiende en la medida en que ella ya es capaz de “ver” con los ojos cerrados y él debe aprender a hacerlo. Para las pretensiones sentimentales del cine de Kawase la situación es ideal, pues ya sabemos que la directora japonesa es una romántica irredenta, así a veces se exceda.
Hacia la luz es también una reflexión sobre la fragilidad y subjetividad de las imágenes, sobre lo que se fija en nuestra mente cuando una película se acaba y las luces del teatro se encienden. ¿Qué se queda con nosotros? ¿Las imágenes que vimos? ¿O la interpretación que hicimos de ellas según nuestro criterio y valores? Kawase nos hace estas preguntas mediante una historia de amor construida con su particular sensibilidad. Esta vez le ha sumado su pasión por las imágenes y por eso su filme resuena con mayor intensidad. Y eso podemos sentirlo hasta con los ojos cerrados.
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