Del cine como evangelio

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Juan Carlos González A.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 26/05/11). Pág. 22
Era un hombre de fe, un sacerdote. Este lunes 23 de mayo se conmemoraron quince años de su muerte y es imposible para mí pasar por alto la fecha, sencillamente porque ese sacerdote claretiano era el crítico de cine más importante que he conocido y a quien le debo todo lo que he aprendido de este arte. Fue, en pocas palabras, mi maestro. Se llamaba Luis Alberto Álvarez.
Estoy seguro que hay muchos más autorizados que yo para escribir sobre él, que hay personas que compartieron vivencias más cercanas, que fueron sus amigos personales; pero mi deuda y mi gratitud son tan grandes para con Luis Alberto que me atrevo a tomar la vocería de los que lo quisimos y nos alimentamos con su ejemplo. 
Más que una visión dogmática, el sacerdocio le dio una mirada humanista sobre el cine que él trasformaba en unos textos en los que defendía películas que privilegiaban temas a escala humana, que fueran útiles para resolver preguntas, para cuestionar, para aprender, tal como siempre nos enseñó en su sección dominical de cine (¡una página entera!) en el periódico El Colombiano. Sus artículos hicieron despertar en mí la curiosidad de saber porqué un sacerdote se dedicaba con tanto amor y pasión al cine y esa misma emoción terminó cautivándome. Conservo como un tesoro todos esos textos, ya amarillos por el tiempo, pero imbatibles en su vigencia, lo que habla del rigor y el peso de sus conceptos.
Conocí a Luis Alberto el día que el Centro Colombo Americano de Medellín inauguró su primera sala de cine. Para la ocasión prepararon un ciclo de comedias mudas del estilo slapstick y cuando se acabó la función vespertina, Luis Alberto emergió de la sala detrás de mí. Fue muy emocionante ver a este hombre que llevaba tanto tiempo enseñándome sin él saberlo. Siempre he dicho que ese texto del domingo era una escuela de cine que Luis habría cada semana, que solo había que acercarse y beber de esa fuente inagotable de saber. Era, a su vez, el cine convertido en evangelio, en palabras que iban a transformar mi existir. 
Luego vino Kinetoscopio, la revista que fundó y coordinó hasta su muerte. Ahí tuve la primera oportunidad, gracias a él y a Paul Bardwell, de escribir de cine hace ya 18 años. Y en ella sigo, ahora con más responsabilidades, tratando siempre que su espíritu se refleje en cada edición. 
Luis Alberto Álvarez fue un pastor generoso que supo acompañarnos y aconsejarnos a los que estuvimos a su lado. No me alcanzará la vida para agradecer la fortuna que tuve al conocerlo.
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