Del sol como castigo: Nosferatu, de F. W. Murnau
“En el papel del vampiro los créditos nombran al actor de music-hall Max Schreck, pero es bien sabido que esta atribución es un encubrimiento deliberado… ¿Quién se esconde detrás del personaje de Nosferatu? ¿Quizás el mismo Nosferatu?”, se preguntaba Adou Kyrou en Le Surréalisme au cinéma (1953), alimentando la leyenda del vampirismo que Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922), empezó a crear incluso desde antes de su estreno, cuando quien iba a ser su productor y diseñador de vestuario y de decorados, el alemán Albin Grau, publicó en Buhne und Film en 1921 un artículo -Vampiros- que relata su experiencia durante la Primera Guerra Mundial como soldado de infantería en un remoto poblado en Serbia. Allí conoce a un campesino que le dijo que su padre se había convertido en vampiro.
El padre del campesino había muerto y fue enterrado sin recibir los santos sacramentos. Un mes después, ocurrió una serie de muertes en la población, y los testigos informaron haber visto al padre del campesino caminando por la región. Un par de lugareños exhumaron su ataúd una noche y lo encontraron vacío. A la mañana siguiente, regresaron y encontraron el cuerpo. Grau luego cita en el artículo un aparte de lo que, afirma, es una transcripción del informe oficial sobre el caso fechado en Progatza el 18 de mayo de 1884: “… Después de haber desenterrado al hombre llamado Morovitch, se encontró que tenía un color perfectamente saludable sin ningún rastro de descomposición, como si estuviera dormido. La boca estaba entreabierta porque los dientes, que se habían vuelto asombrosamente largos y puntiagudos, impedían que se cerrara. Después de que el sacerdote había dicho tres Padrenuestros, se plantó una estaca en el corazón del vampiro, que murió haciendo ruidos fuertes. Luego incineraron el cadáver y las cenizas fueron esparcidas a los cuatro vientos”.
Se dice que esa fue la inspiración que tuvo Albin Grau para hacer una película sobre vampiros, una leyenda en la que él tenía razones para creer: Grau era un renombrado ocultista que hacía parte de la logia pansofista de Heinrich Tränker, donde tenía el título de “Maestro de la silla” y ahí se le conocía como “Maestro Pacitius”. Grau y el empresario Enrico Dieckmann fundaron la compañía Prana-Film en enero de 1921 para hacer, según sus propósitos iniciales, filmes bastante ambiciosos de corte fantástico, entre ellos Nosferatu. Buscando que su historia tuviera una base sólida contrataron al guionista Henrik Galeen –miembro de la logia de los Rosacruces- para que hiciera una adaptación libre de la novela Drácula, publicada en 1897 por Bram Stoker, y que ya había sido llevada a las tablas como una obra teatral. Dado que no contaban con los derechos para llevarla al cine, hicieron todo lo posible para que no los relacionaran con la novela: cambiaron los nombres de los personajes, los lugares y la época, situándola en 1838, año en el que en Bremen hubo una epidemia de plaga. El guion de Galeen se lee como una novela expresionista: “sin embargo, en la arena… algo se mueve violentamente… algo está vivo… salta… horribles animales… ¡ratas! Uno de los trabajadores del muelle, que se inclina para recoger la arena esparcida, da un golpe con violencia. ¿Alguno de los animales… tambaleándose por el golpe… le mordió el pie?” (1).
Grau conoció a F. W. Murnau durante la producción de Journey into the Night (Der Gang in die Nacht, 1921) y a él recurrió para que dirigiera el proyecto. Walter Spies, el pintor de origen ruso que era pareja de Murnau en ese momento, fue vinculado al filme como “consultor artístico”. Spies era un estudioso del antiguo Egipto y del idioma copto. Él, Galeen y sobre todo Grau, eran las tres fuerzas ocultistas que movieron la realización de Nosferatu, respondiendo a un interés manifiesto que en ese momento había en el país respecto a lo sobrenatural y que el cine ya había acogido en las obras de Weine, Wegener, Lang y el mismo Murnau. “Misticismo y magia, fuerzas oscuras a las que los alemanes se han entregado con complacencia en todo momento, habían florecido ante la muerte en los campos de batalla. Las hecatombes de jóvenes a los que se les ha arrebatado la vida precozmente parecían alimentar la nostalgia de los supervivientes. Y los fantasmas que ya poblado el romanticismo alemán revivían como las sombras del Hades cuando han bebido sangre. Es así como se encuentra provocada la eterna atracción hacia lo oscuro e indeterminado, hacia la reflexión especulativa llamada Grübelei, que desemboca en la doctrina apocalíptica del expresionismo” (2), escribe Lotte Eisner en su libro La pantalla demoníaca. Había en Alemania en ese entonces unas condiciones anímicas, económicas, sociales, artísticas y espirituales que hicieron que un filme como este fuera no solo factible, sino una realidad.
Nosferatu es una película asombrosa. La versión restaurada que se conserva tiene una calidad que le hace justicia a su esplendor visual original, entintada para señalar las diferentes locaciones y las transiciones del día a la noche. La cinta está ambientada en el puerto de Wisborg en 1838 y hace el relato, narrado (mediante intertítulos) desde un futuro indeterminado por un habitante de esa ciudad, respecto al origen de la peste (“la gran muerte”) que tuvo lugar ese año. Un agente de bienes raíces, Knock (Alexander Granach), que al parecer tiene intereses turbios, envía a uno de sus empleados, Thomas Hutter (Gustav von Wangenheim), a venderle al conde Orlok, de Transilvania, una casa en frente del apartamento que Hutter comparte con su esposa, Ellen (Greta Schröder). Orlok vive en un lúgubre castillo entre los Cárpatos y resulta ser un vampiro que no solo firma el contrato de venta, sino que hace a Hutter su víctima y apura su viaje a Wisborg al ver en un camafeo la fotografía de Ellen. Junto a él viajara la peste a bordo de la goleta Empusa.
Este segmento del viaje hacia Wisborg es el más logrado del filme, pues involucra múltiples acciones en paralelo. Lo que sucede en el barco con la tripulación, la locura de Knock –revelándose ya como súbdito de Orlok- internado en un manicomio, el escape de Hutter y su retorno a casa; las clases del profesor Bulwer, un discípulo de Paracelso, sobre el fagocitismo y el “vampirismo” en la naturaleza; y el sonambulismo y la ansiedad de Ellen. Es como si todo Wisborg presintiera la ominosa llegada de Orlok y hubiera entrado en un estado de furor. La goleta arriba al puerto y con ella, la muerte. La epidemia que a todos encierra, que a todos abate y que enluta la atmósfera. ¿Es la peste o son las acciones de Orlok? ¿O ambas? El impacto visual del desfile de ataúdes por la calle del pueblo es asombroso, como deslumbrante es la presencia aterradora de Orlok, un vampiro que parece una rata y que el actor Max Schreck interpreta como transfigurado realmente en un ser sobrenatural, en uno que tras el sacrificio de una doncella tendrá al sol como castigo.
Aunque la cámara de Fritz Arno Wagner permanece inmóvil, la acción dentro del cuadro es continua gracias a constantes reencuadres que le dan agilidad y una perspectiva cinematográfica y no teatral, a una puesta en escena que utilizó locaciones reales (Lubeck, Wismar, la isla de Poel, Praga, el castillo de Oravsky Podzamok), además del rodaje en el estudio Jofa en el distrito berlinés de Johannisthal, y que es de una riqueza formal única, que combina la atmósfera y los ambientes luminosos (los sentimientos puros, la vida habitual en Wisborg) con lo lóbrego de la noche y las sombras donde Orlok tiene su reino de horrores. Este vampiro puede ser una de las representaciones más terroríficas del cine, sobre todo porque choca con la imagen sofisticada y elegante de Drácula que el cine nos vendió posteriormente. Este Orlok es un ser bestial, sucio, repugnante, que vive entre el mugre, las ratas y la muerte en un castillo ruinoso, completamente abandonado. El contraste con el hogar de Hutter –vida, flores, mascotas, amor- es impactante. Ese hogar es la Alemania, esa que fue arruinada por la guerra, por el tenebroso enemigo extranjero que trajo muerte, ruina y pobreza. La metáfora es totalmente entendible para el público local. También, por extensión, refleja un antisemitismo que ya en ese momento era percibible.
No tan evidentes son las referencias ocultistas que Grau introdujo en el filme: en la pared del lugar donde el profesor Bulwer da su clase hay una imagen misteriosa, sacada de Arithmologia, un oscuro tratado sobre el simbolismo numérico escrito por el jesuita alemán Athanasius Kirsher, y ni que decir de los documentos que leen tanto Knock como Orlok, llenos de símbolos y logos que incluyen apartes del idioma enoquiano de los ángeles dictado al ocultista inglés John Dee ya su compañero, el médium Edward Kelley en el siglo XVI. También se han interpretado como símbolos de la gran logia Ordo Templi Orientis (OTO), publicaciones del gurú Heinrich Tränker sobre la magia, manifiestos del Rosacrucianismo y de los métodos de encriptamiento de los señores feudales eslovacos. También hay motivos visuales y formales inspirados en el arte alemán, como la obra de Georg Friedrich Kersting, Wilhelm von Kaulbach y Moritz von Schwind. Nosferatu contó con musicalización exclusiva, una partitura compuesta por Hans Erdmann.
El estreno de gala fue en el Marmorsaal de la Sociedad Zoológica de Berlín, el 4 de marzo de 1922. Los asistentes debían vestir estilo Biedermeier, como en la época en la que se desarrolla la película. Se dice que en la publicidad del lanzamiento del filme se invirtió más que en la producción del mismo. La gala fue majestuosa y aunque la película fue bien recibida, no fue un éxito de taquilla y Prana-Film en junio de 1922 pasó a ser administrada, por suspensión de pagos, por Deutsch-Amerikansch Film Union (DAFU), que tuvo que enfrentarse después a la demanda por violación de derechos de autor que interpuso Florence Stoker, la viuda del autor de Drácula. Aunque sus pretensiones eran inicialmente económicas, en 1925 pidió y logró que todas las copias del filme fueran destruidas. Sin embargo, algunas de ellas ya no estaban en Alemania. Una versión que llegó a Francia fue de las más fieles al original y de ella han partido algunas de las restauraciones digitales de la película, como la de 2006 hecha por Luciano Berriatúa para la Friedrich-Wilhelm-Murnau-Stiftung, o la de 2018 hecha por el cineasta Mark Rance.
Nosferatu, por supuesto, vive. Su reino es el de la eternidad: la que da el cine. Y contra esa no hay conjuros, crucifijos ni bendiciones que valgan.
Citas y referencias:
1. Kevin Jackson, Nosferatu (1922): eine Symphonie des Grauens, Bloomsbury Publishing, 2019, p. 30
2. Lotte H. Eisner, La pantalla demoniaca. Las influencias de Max Reinhardt y del expresionismo, Madrid, Cátedra, 1996, p. 15-16
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine