¿Derecho o la a derecha?: Güeros, de Alonso Ruizpalacios
Tomás timbra. Nadie responde en el apartamento de su hermano. Es más, el timbre no se oye. Toca a la puerta. Nada pasa. Ahora empuja la puerta y esta se abre. Adentro solo penumbra. En la oscuridad llama a su hermano Federico pero parece que no hay nadie ahí. No se ve nada en absoluto, me imagino que intenta prender algún bombillo o alguna lámpara, pero se oye que tropieza y se cae. Exactamente así entramos a Güeros (2014): sin que nadie nos abra la puerta, en plena oscuridad e intentando no romper nada. Inicialmente creemos estar en un terreno conocido (como en los terrenos del cine de Fernando Eimbcke), pero de repente sentimos que nuestros pies tropiezan con algo inesperado y que nos vamos a caer, tratamos de asir cualquier cosa, pero terminaremos de bruces contra el suelo. Como Tomás.
Tomás despierta y lo que ve le sorprende. Nosotros también despertamos al universo de un filme tan sorprendente como inclasificable. Güeros escapa a cualquier definición en su libérrima estructura formal (¿o desestructura más bien?) que lo hace juguetón, experimental, retador. Esta rodado en blanco y negro, en formato académico, la música es la de Agustín Lara y sus recursos estilísticos son herencia de la nouvelle vague. ¿Como no caer seducido ante un filme que se atreve a romper incluso la ilusión de la ficción y a recordarnos sin previo aviso que estamos ante una representación?
Semejante atrevimiento formal está acompañado de un hilo narrativo que se antoja frágil, pero que refleja el estado anímico de sus protagonistas: un adolescente –Tomás–, su hermano mayor Federico alias “Sombra”, su amigo Santos y Ana, su novia. Los tres últimos son estudiantes universitarios en Ciudad de México y su enorme centro de estudios está en una prolongada y compleja huelga. Tomás viene de Veracruz, su madre ya no puede con su mala conducta y lo envía donde Federico, buscando que este lo aconducte.
Pero lo que encuentra Tomás (Sebastián Aguirre) es la indolencia personificada. Federico (Tenoch Huerta) y Santos (Leonardo Ortizgris) comparten un apartamento ruinoso, sin energía, sin comida, sin una mano piadosa que limpie el monumental desorden que es el de un par de jóvenes que están “en huelga de la huelga”. Si los huelguistas debaten sin cesar dando vueltas sobre unas posiciones insolubles, Fede y Santos deciden marginarse del proceso y vivir en una burbuja, como lo hacia el trío de Los soñadores (The Dreamers, 2003) de Bertolucci frente a las protestas de mayo de 1968.
Al explotar la burbuja empieza una curiosa road movie en las propias entrañas del DF, en busca de un “héroe anónimo” del rock mexicano llamado Epigmenio Cruz, que el propio director de Alonso Ruizpalacios ha reconocido en entrevista con Henar Álvarez que es solo una disculpa: “Cruz es lo que Hitchcock llama el McGuffin, es una excusa. Lo que importa no es lo que está al final del camino sino el camino. Yo quería que fuese así, una especie de quimera de oro para hacerlos viajar”. Y al viajar juntos, encontrarse; reconocerse en un lazo fraterno que es conmovedor pero que no disuena frente a cierta aspereza de los personajes y las situaciones previas, pues sin duda Ruizpalacios es un romántico: además de Lara aqui hay poesía, hay detalles formales entre tiernos y sensuales, hay la sensación de que esa búsqueda del esquivo músico es una quijotada de esas que se emprenden con más corazón que razón.
Güeros en su atemporalidad le habla al mexicano de hoy y en su búsqueda de sentido vital resuena con tanta fuerza que llega hasta nosotros integra, rebelde, bella en su imperfección.
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El director Alonso Ruizpalacios (tercero de izquierda a derecha) presenta Güeros con el reparto en el Film Forum de Nueva York en mayo de 2015.