Días de ira: Gran Torino, de Clint Eastwood
Walt Kowalski es un hombre sin paz. Viudo, solitario, cascarrabias y racista, que no entiende los cambios que ha sufrido el entorno social en el que vive. Intolerante con sus hijos, con su nieta, con sus vecinos de origen oriental, con el párroco local, encuentra en las armas el único escudo que le queda para defender lo suyo, su estilo de vida y sus recuerdos.
Pero Walt Kowalski no puede luchar solo contra el mundo. A su pesar, se reconoce enfermo, envejecido y de alguna forma frágil ante una atmósfera violenta que quizá supere sus fuerzas. Este veterano de Corea verá que tiene que ceder, que tanta ira y tanta frustración pueden ser canalizadas y convertidas en una fuerza que transforme, que toque vidas ajenas, las de improbables herederos de un legado forjado con años, valor y templanza. Luchó por su patria alguna vez y ahora tiene -en el tramo final de su vida- la oportunidad de un acto heroico, de inspirar a otros, de dejar una huella. Es hora de ser, para alguien más, el padre que ante sus hijos nunca fue.
Clint Eastwood dirige, produce y protagoniza Gran Torino (2008). Él es el señor Kowalski: estamos seguros de que no nos permitiría llamarlo por su nombre de pila. Mezcla de enfado crónico, rabia mal contenida e intemperancia, sin embargo el personaje se llena del carisma de Eastwood y por eso podemos a la distancia comprenderlo y hasta sentir un poco de compasión por su soledad elegida, así a veces se nos parezca demasiado a Harry Callahan, ese Harry el sucio implacable que él representó en el cine. Kowalski es el último de su especie, tal como su automóvil clásico, ese Gran Torino modelo 1972 que está ahí en su garaje como testimonio de otras épocas más felices.
Pero nada dura para siempre y Walt Kowalski debe aceptarlo. Asistimos al difícil camino de esa aceptación que se asocia a la búsqueda inesperada de un heredero digno de su confianza, digno de sus enseñanzas de vida, a lo mejor burdas y rudas, pero llenas de la honestidad de un hombre que siempre ha vivido al amparo de sus creencias personales y de la defensa de sus propios derechos.
Clint Eastwood nos cuenta esta historia del otoño de una vida con la misma dignidad que hubiera querido el señor Kowalski. Sin rodeos, sin distractores, sin estridencias, con la limpieza del cine clásico que él representa y en el que también va quedando solo. Su filmografía ha adquirido con cada nueva película un decoro y una mesura que sólo dan los años. Sus películas son su inmenso tesoro, su Gran Torino curtido por las horas en la carretera y la experiencia, pero aún brillante y majestuoso.
Publicado en el periódico El Tiempo 19-03-09 pág. 1-18
©Casa Editorial El Tiempo, 2009
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