La historia de un hombre tímido: Dispárenle al pianista, de François Truffaut
Aunque Truffaut quería que su segundo largometraje fuera una adaptación de Temps chaud de Jacques Cousseau, al recibir y leer Down There, la novela de David Goodis, supo que esa sería la película que haría después de Los cuatrocientos golpes. Publicada en la serie negra de la editorial Gallimard con el nombre de Tirez sur le pianiste, a Truffaut le fascinó el texto. “Lo que le gustaba de la novela era su aspecto de cuento de hadas tratado de una manera negra, los giros argumentales que combinaban fantasías incotroladas con la más sórdida tragedia -gánsters conversando sobre la vida cotidiana, bandidos discutiendo sobre el amor, y amantes convertidos en asesinos”, relatan los biógrafos Antoine De Baecque y Serge Toubiana.
Además Truffaut ya tenía un protagonista para su filme: el cantante Charles Aznavour, a quien había admirado por su papel como actor en La cabeza contra la pared (La tête contre les murs, 1959) de Georges Franju. Ambos se habían conocido en Cannes el 11 de mayo de 1959 en el bar del hotel Carlton y de inmediato supieron que querían hacer algún proyecto juntos. Al actor le gustó la novela de Goodis y el productor Pierre Braunberger aceptó pagarle cinco millones de francos viejos por estelarizar la película. Dispárenle al pianista contaría con un presupuesto de 75 millones de francos, casi el doble de lo que costó hacer Los cuatrocientos golpes. El rodaje se inició en los últimos días de noviembre de 1959 y concluyó a mediados de enero del año siguiente.
Al terminar la filmación de Dispárenle al pianista Truffaut viajó por primera vez a Estados Unidos, a recibir en Nueva York el premio que la asociación de críticos de esa ciudad le otorgó a esa cinta como mejor película extranjera. Al llegar fue recibido por Helen Scott, de la French Film Office, que le serviría de guía e interprete y se volvería, con el tiempo, una de sus mejores amigas. Helen, que era judía, activista y cinéfila de izquierda, había hecho parte de la lista negra del senador McCarthy por supuestas actividades antinorteamericanas. Ella lo acompañó a visitar Chicago y logró presentarle al escritor David Goodis –el autor de la novela de donde se originó Dispárenle al pianista– y a Elie Wiesel antes de su regreso a París.
A partir de entonces la correspondencia entre Truffaut y Helen fue permanente, convirtiéndola en su confidente. Ella, sin duda, fue un influjo importante para sembrar ideas de izquierda en el director, a lo que se sumó la polémica desatada alrededor de la guerra en Argelia y que tuvo su punto más alto cuando Truffaut firmó la “Declaración sobre el derecho a la insubordinación en la guerra de Argelia”, conocido como “El manifiesto de los 121”, iniciado por Dionys Mascolo, Marguerite Duras y Jean-Paul Sartre, y que pretendía obtener la firma y el apoyo de ciento veintiún artistas, escritores y académicos que apoyaban a los soldados franceses que desertaban en Argelia o que se negaban a ir.
“Firmé el manifiesto por una única y precisa razón: era la primera vez que un texto, además escrito formidablemente por Sartre, estaba promoviendo que los soldados desertaran. Eso me encantó: que era opuesto a la movilización. Si, el manifiesto de los 121 me conmovió, me maravilló, me tocó, para empezar porqué era insolente, y uno realmente podía sentir su peso, su eficacia, y por encima de todo, porque constituía un llamado a desertar”. Los intelectuales de la derecha formaron una coalición de apoyo al gobierno y de repente hubo dos bandos enfrentados por sus ideas políticas. Se habló incluso de persecución contra los firmantes del manifiesto, y el propio Truffaut fue llamado a declarar, pero el gobierno de De Gaulle prefirió no tomar más medidas. “Un país que puede decir Si a de Gaulle es un país que no le importa un bledo si la cultura desaparece o no, y que por lo tanto le importa un bledo mis películas”, le escribe desilusionado a Helen Scott.
Dispárenle al pianista (Tirez sur le pianiste) fue todo un reto para su montajista, Claudine Bouché, y para Truffaut, quien perdió interés en su propio filme al presentir que el resultado final no era lo que él pretendía, considerando además que la censura se encargaría de obligarle a cortes que opacarían aún más la visión original que de la película él tenía. Estrenada a mediados del año en la provincia, donde tuvo una mala acogida, su estreno en París se postergó hasta finales de 1960. Menos de setenta y dos mil personas la vieron durante las seis semanas que duró su exhibición, lo que coincide con una crisis de credibilidad que enfrentaron los directores de la nouvelle vague.
En este caso la gente esperaba una segunda parte de la saga de Antoine Doinel y se topó con esta historia de gánsteres, a medio camino entre la amargura y la nostalgia. “Es una admirable intersección entre historia de criminales y cuento de hadas. Aquí tenemos material que podría ser sórdido; estamos tratando con gansterismo y asuntos criminales, pero todo está manejado con un tono de cuento de hadas”, relataba Truffaut en una entrevista. Siete años demoraría en volver al género negro, cuando emprendiera la realización de La novia vestía de negro.
La cámara de Raoul Coutard hace a Dispárenle al pianista técnicamente más consciente que Los cuatrocientos golpes. Hay una agilidad narrativa construida a partir de la rapidez y movilidad de la cámara, el uso de elipsis y hasta de jump cuts, que relacionan a esta película con sus congéneres de la nueva ola. Hay, sin embargo, una atmosfera triste que rodea todo el filme y que nace de la concepción indecisa y tímida de su personaje principal, Charlie (Aznavour), un antihéroe que parece aceptar con resignación todo lo que la vida le traiga. A su lado, Truffaut hace brillar a dos mujeres fortísimas, Thérésa y Léna. Serán ellas las que provoquen los cambios de la vida de Charlie, las que lo impulsan a avanzar o lo obligan a retroceder. De esta forma, el director subvierte el género negro, negándole la existencia de un hombre “duro” típico, quitándole a la mujer el papel de mero acompañante u objeto sexual, e introduciendo elementos románticos y de comedia que no son típicos del film noir. Esto, por supuesto, confundió al público, que no le dio el apoyo esperado.
En entrevista con Bert Cardullo en mayo de 1984, Truffaut recordaba que “Dispárenle al pianista, mi segundo largometraje, se hizo en respuesta a Los cuatrocientos golpes, que era tan francés. Sentí que tenía que demostrar que yo también había sido influenciado por el cine estadounidense. Además, después de la recepción exagerada y la publicidad de Los cuatrocientos golpes -su éxito desproporcionado- me sentía muy agitado. Así que hice referencia a las nociones de celebridad y oscuridad en Dispárenle al pianista – de hecho las invertí ya que aquí se trata de una persona famosa que se vuelve desconocida. Hay atisbos en esta película de los sentimientos que me preocupaban en ese momento. Yo había hecho Los cuatrocientos golpes en un estado de ansiedad, porque tenía miedo que la película nunca fuera estrenada y que, si lo era, la gente fuera a decir: “¡Después de haber insultado a todos como crítico, Truffaut debería haberse quedado en casa!”. Dispárenle al pianista, por el contrario, fue hecha en un estado de euforia, gracias al éxito de Los cuatrocientos golpes“.
Ampliación de un extracto del libro François Truffaut, una vida hecha de cine, Bogotá, Panamericana Editorial, 2005, págs. 31-33.
©Panamericana Editorial, 2005
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