Dogville: En manos de Lars von Trier
En términos cinematográficos, el termino “puesta en escena” se refiere a escenificar una acción y, para lograrlo, se recurre a paisajes, locaciones reales o ficticias, vestuario, maquillaje, iluminación y claro, a la actuación. La preponderancia que cada uno de estos elementos tenga en una película será decisión del director y de las exigencias que la propia película le demande. Escribía el crítico y teórico francés André Bazin que “El ser humano es imprescindible para el teatro, pero el drama en el cine puede existir sin actores. El ruido de una puerta al cerrarse, una hoja en el viento, las olas golpeando la costa pueden intensificar el efecto dramático. Algunas obras maestras del cine usan al hombre sólo como un accesorio, un extra, o un contrapunto a la naturaleza, la cual es la verdadera protagonista principal”. Como se ve, la escenografía puede ser tan o más importante que la actuación.
¿Y, si por el contrario, un director decide prescindir de la mayoría de los elementos mencionados y se concentra sólo en la actuación? Tendríamos entonces una obra que se acercaría a la mecánica del teatro. ¿Y qué pasa si, a pesar de ello, conservara la gramática audiovisual del cine? Obtendríamos entonces algo como Dogville (2003), un experimento visual del danés Lars von Trier.
Director renovador y transgresor por vocación, ha decidido esta vez contarnos una historia sublimando la puesta en escena, reduciéndola a un estudio de filmación cerrado, donde hay algunos elementos mínimos de mobiliario y marcas en el suelo que –a la manera de un plano arquitectónico- designan el sitio donde debía haber un muro, una puerta, un puente o un perro. Los actores siguen el juego y los vemos abrir y cerrar puertas imaginarias, y deambular por las escasas calles de un poblado minúsculo que es sólo una convención imaginaria en nuestra mente de espectadores. ¿Teatro, entonces? No exactamente, porqué von Trier respeta las convenciones fílmicas en cuanto a narración y montaje, reemplazando el estatismo de las tablas por la movilidad que le permite el cine. La complicidad del público llena los espacios faltantes. Lo más curioso de esta propuesta, que apelaba a despojar al cine de todo elemento superfluo, es que resulto funcionando en sentido opuesto, pues terminó por volver protagonista a la ausencia de la puesta en escena. El trabajo actoral no logra que perdamos de vista que estamos ante una escenificación por completo artificial, que resulta de alguna forma distractora.
Pese a esto, el resultado de este ambicioso experimento estilístico es notable. Se trata de un filme complejo, que reclama compromiso del espectador y la aceptación de unas reglas de juego no siempre fáciles. La historia de una mujer perseguida (Nicole Kidman) que busca refugio en un pueblo minero en la Norteamérica de los años treinta y lo que encuentra es la intolerancia y la doble moral de sus habitantes, es una metáfora dolorosa y pesimista de la condición humana, y de los abismos a los que puede descender.
Dogville puede pecar de pretenciosa, pero preferimos este cine exigente e intelectual a las películas convencionales y predecibles de siempre. Es mejor estar en las manos de Lars von Trier que en las garras de Hollywood.
Texto publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (edición Medellín) pág. 2-2 (05/03/04)
©Casa Editorial El Tiempo, 2004
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.