Dos mujeres: Persona, de Ingmar Bergman
Persona: del latín persōna, máscara de actor, personaje teatral.
-Diccionario de la Real Academia Española
El truco nos lo muestra Bergman cuando no van aún veinte minutos de la película: Alma, la enfermera, le está leyendo a Elisabet –la actriz- una carta enviada por el esposo de esta última. Ambas están frente a frente, pero en lo que va de la escena sólo hemos visto a la primera mujer, que le muestra una foto. De repente hay un corte de edición inesperado y vemos a Elisabet, que arruga la foto, en la misma posición y ángulo en el que un instante antes veíamos a Alma. Como si Elisabet se hubiera trasformado en ella. Luego nos damos cuenta que no es así, que simplemente siguen estando frente a frente, pero el efecto es muy diciente de lo que veremos en el resto del metraje. Ahora bien, si vamos a ser justos, el artificio –no este mismo, sino lo artificioso- aparece frente a nosotros muchos minutos antes, cuando Persona (1966) apenas empieza y Bergman nos enseña una secuencia de apertura no diegética en la que un arco de luz de carbón enciende un proyector antiguo, una cinta de celuloide rueda y empieza una película (¿esta?).
Siguen más imágenes en rápida e inconexa sucesión: un pene erecto, una caricatura al revés, un fragmento de una comedia muda a lo Mack Sennett, un cordero de Dios sacrificado, un ojo, una mano crucificada, rostros en una morgue, un niño aparentemente muerto. El director quiere que recordemos que la historia que nos va a contar –así como todas las del cine de ficción- no tiene lugar en el mundo real y que en últimas es un truco, una representación. Por eso inserta esas imágenes, que él mismo calificó de un poema visual, para que no nos quepa duda que estamos frente a una película y por ende cualquier cosa puede pasar. A partir de ese punto penetramos a uno de los filmes más concientemente artificiales de su filmografía, sin que por esto queramos o pretendamos demeritarlo. Simplemente Bergman se arma con la estética visual más de avanzada en su momento y le da un uso francamente deslumbrante. El resultado es una obra de una alta estilización formal: tan irreal, onírica y alucinante como contundente, bella y perturbadora. Puede que su significado último sea esquivo e inaferrable, pero es imposible no estremecerse ante la fuerza de sus imágenes, ante esos dos rostros de mujer tan similares y a la vez tan disímiles.
Alma y Elisabet se parecen mucho en el exterior. En realidad tenían que serlo: la similitud de los rostros de las actrices protagónicas, Bibi Andersson y Liv Ullmann, es parte del origen de la idea primigenia del filme. A partir de ahí todo son diferencias, que Bergman se encargará de contrastar y oponer, constituyéndose en el núcleo anecdótico a partir del cual Persona alza el vuelo. Elisabet (Ullmann, en su debut en el cine de este director) es una actriz reconocida que en medio de una obra quedó momentáneamente paralizada y en silencio, como si hubiera olvidado su parlamento. Ahora está hospitalizada, sin ninguna incapacidad física que le impida hablar o moverse, pero ha enmudecido por voluntad propia, como si se hubiera cansado de representar un papel –dentro y fuera de las tablas- y hubiera perdido interés en el mundo exterior, en su esposo, en su hijo. Alma (Andersson) es una joven enfermera asignada a su cuidado. Ingenua y locuaz, Alma teme al principio no ser la persona indicada para esa labor, pero pronto se verá recluida con la paciente en una casa insular, donde su siquiatra ha enviado a Elisabet, que no quiere volver a su hogar, para ver si el contacto con la naturaleza y los espacios abiertos la hacen reaccionar. Las dos mujeres quedan solas en la isla.
Una habla, la otra calla y escucha. Entre las dos se irá formando con lentitud un curioso lazo (que no pocos interpretaron como una relación lesbiana) en el que aparentemente Alma tiene el poder, al ser ella quien se lucra de la capacidad de hablar y expresarse, sin darse cuenta que al confesarse ante Elisabet, al revelarle secretos y partes íntimas de su vida privada, en realidad se está entregando, doblegando y volviéndose frágil ante la actriz que, como veremos, nunca ha dejado de actuar. Su silencio es su herramienta más poderosa, la que va a desesperar a Alma al punto en que va a plantearse una abierta confrontación entre ambas, que pasa rápidamente del plano físico al mental, reconociéndose cada una como víctima y victimario, como condenado y verdugo, como venado y vampiro. Como en la del Doctor Moreau, en esta isla también se hacen experimentos con humanos. Infortunadamente en ambos sitios las cosas se salieron de control. Sin embargo Bergman se divierte moviendo los hilos de los dos personajes, haciéndolas caer, penar, herirse, destrozarse. Reflejo de estados mentales alterados, la película transcurre en un espacio y en un tiempo indefinidos: al autor ningún vínculo narrativo lo limita, tiene una completa libertad y sabe aprovecharla. Y cuando piensa que a lo mejor hemos olvidado que estamos en su mundo y a su merced, vuelve y nos saca de la diégesis del relato y volvemos a caer en cuenta que sí, que esta es sólo una película. Una donde es posible que una mente vampirice a la otra, que la influya tanto que la haga anularse, que sea posible que se confundan y se fundan…
La sensación la refuerza la lente de Sven Nykvist que se solaza en los dos rostros femeninos, retratándolos en primeros planos cerrados. Esos rostros son la puesta en escena de un filme ascético, de decorados simples y desnudos. No es necesario tener más elementos si las miradas, los gestos, las expresiones, las palabras y las reacciones son todo lo que a Bergman le importa. La planificación, los claroscuros, el color (o mejor, su ausencia) y la luz que Nykvist utilizó le sirven a los propósitos oníricos de Persona, decididamente alejados del mundo real. Inolvidables son las imágenes de Elisabet caminando en la noche, entrando como un fantasma en la habitación de Alma, acariciándole la frente, el pelo. Hay en ese momento una comunión entre ambas que raya en el sonambulismo, en un desprenderse de cualquier forma de consciencia. También es notable la planificación del relato que Alma hace de un encuentro sexual con dos hombres y otra mujer. El impacto de la explicita descripción de los hechos se refleja en el rostro entre atento, asombrado y maravillado de Elisabet, que no puede despegarse un instante de lo que le están contando. Fabuloso es también el juicio de responsabilidades que Alma le plantea al final del filme, en el que la juzga por su actitud hacia su hijo. Dos veces la oímos: una vez la cámara enfoca a la mujer que escucha, luego se centra en la mujer que habla. Al final los dos rostros se conjugan en uno solo. La mitad “malvada” de cada mujer unida en una sola cara, tan aterradora como desesperada, un grito mudo de dolor pero gigantesco en su elocuencia. Que es, si se quiere, un resumen breve de esta película magistral habitada por dolores, pesares y soledades, y poblada de silencios que expresan –como si gritaran- lo que no puede expresarse. “Incluso si una oración es sólo un grito en un espacio vacío, no deberíamos desistir de ese grito”, escribe Bergman en su cuaderno de trabajo durante el rodaje de la película. Ahora más que nunca lo entendemos.
Bergman estaba enfermo cuando escribió el guion de Persona. Sus compromisos con el Real Teatro Dramático, en el que había sido nombrado director en enero de 1963, eran cada vez mayores y más exigentes. Sin dejar además de hacer cine, llegó un momento en el que su cuerpo se resintió. Fue hospitalizado en abril de 1965 en el Sophiahemmet, el prestigioso hospital real de Estocolmo, con una neumonía bilateral y una intoxicación aguda con penicilina (¿una alergia a la penicilina, acaso?) a las que se sumó una infección viral de su oído interno que le provocó episodios agudos de mareo que lo dejaron incapacitado para trabajar. Hubo de cancelar una producción teatral en Hamburgo de La flauta mágica así como el ambicioso guion de una película de cuatro horas, Los antropófagos. Empezó a escribir el guion de Persona “principalmente para entrenar las mano”.
En casa de su doctor, Sture Helander –esposo de la actriz Gunnel Lindblom- Bergman había visto una foto de las dos actrices. Bibi Andersson ya era habitual en su cine, pero la noruega Liv Ullmann nunca había actuado para él. Las dos actrices habían trabajado juntas en Short is the Summer (Kort är sommaren, 1962) y Bibi los presentó en una calle en Estocolmo. Liv había ido a una visita de estudio a la ciudad y Bergman la había visto brevemente en medio de otros actores noruegos. El director quiso entonces darle un rol en Los antropófagos, proyecto que como vimos no pudo concretarse. El parecido que había visto entre las dos se hizo más evidente al ver la foto. La primera imagen que tuvo de una posible película con ambas fue el de las dos comparándose las manos y vistiendo grandes sombreros. Bergman telefoneó a Kenne Fant, en ese momento a cargo de Svensk Filmindustri y le pidió contratar a las actrices y financiar el proyecto. Algunos han considerado que una de las fuentes de inspiración de Persona es un popular drama de un solo acto de August Strindberg, The Stronger (Den starkare), en el cual un personaje habla y el otro permanece en silencio.
Durante ese periodo, Bergman recibe –junto a Charles Chaplin- el premio Erasmus, en Ámsterdam, en el que se honran sus logros cinematográficos. No pudo asistir a recibirlo, pero envió un texto, La piel de serpiente, para ser leído por Kenne Fant durante la ceremonia. El ensayo contiene algunas de sus apreciaciones sobre el arte y como este es incapaz, “por ser libre, desvergonzado e irresponsable”, de contener la realidad de la experiencia. Escribe Bergman que “y, como he dicho, el movimiento es intenso, casi febril; se asemeja, me parece, a una piel de serpiente llena de hormigas. La serpiente misma hace tiempo está muerta, devorada desde adentro, desposeída de su veneno; pero la piel se mueve, llena de vida bullente”. De alguna forma Persona se convirtió en una ilustración de este texto, al punto que fue publicado como prefacio de la versión norteamericana del guion.
En el libro Bergman on Bergman, de Stig Bjorkman (Touchtone, 1986), el director escribe: “Empecé cuidadosamente a escribir [el guion] –me hice al hábito terapéutico de forzarme a ir al escritorio del hospital y escribir una hora diaria. Sólo había visto a Liv diez minutos con esos actores y luego otros diez minutos con Bibi, así que le pedí que viniera desde Noruega. Nos encontramos en mi oficina en el teatro –me habían dejado salir del hospital un día. Allí nos encontramos y hablamos –bueno, yo hablé y Liv se sentó ahí sintiéndose avergonzada. En mayo me sentí de nuevo muy mal. Todo el trabajo se detuvo y Liv y Bibi vinieron al hospital a verme. Recuerdo estar acostado en la cama, incapaz de girar mi cabeza y como era de endemoniadamente difícil incluso mirarlas cuando me estaban hablando. Ya había unas páginas de manuscrito y las saqué y se las mostré; no quería que se acobardaran y creyeran que no iba a haber película. Luego se fueron con sus maridos a Checoslovaquia y Polonia luego de que Kenne les garantizó que les pagaría hubiera o no película”.
El rodaje se inició en los estudios Filmstaden el 19 de julio de 1965, aunque la mayoría de la filmación tuvo lugar en la isla de Fårö. “los primeros días fueron una pesadilla. Sentía que no podía manejar esto, los días pasaban y todo el tiempo obteníamos malos resultados, pésimos resultados. Bibi estaba enojada y Liv estaba nerviosa y yo estaba paralizado de la fatiga. Cuando llegamos a Fårö la atmósfera mejoró mucho y el trabajo funcionó de manera más fluida”. La filmación concluyó el 15 de septiembre. Al otro día, Bergman –deprimido y solo- escribe en su diario, “El lunes la interminable saga en el Real Teatro Dramático volverá a empezar. ¿Como voy a soportarlo?”. Pocos meses después renunciaría a su cargo directivo. Persona se estrenó en el teatro Spegeln de Estocolmo el 18 de octubre de 1966, para sorpresa, pasmo y elogios de la mayoría de la crítica. En Francia los periodistas de Cahiers consideraron que se trataba de su mejor película y a ambos lados del Atlántico las voces fueron por lo general de beneplácito ante una obra que causaba tanto admiración como perplejidad.
Concluye Bergman en su libro Imágenes: “Alguna vez he dicho que Persona me salvó la vida. No es una exageración. Si no hubiese tenido fuerzas para terminarla, probablemente hubiera quedado fuera de combate. Fue significativo que por primera vez no me preocupase si el resultado sería popular o no. El evangelio de la comprensibilidad, que me metieron en la cabeza desde que sudaba como “negro” de guiones en Svensk Filmindustri, pudo irse al infierno. (¡Donde debe estar!). Hoy tengo la sensación de que en Persona –y más tarde en Gritos y susurros– he llegado al límite de mis posibilidades. Que en plena libertad, he rozado esos secretos que sólo la cinematografía es capaz de sacar a la luz”. Con esos secretos –no revelados aún- nutrió sus películas. Por eso siguen siendo un misterio inasible, inaudito en su belleza críptica y sin concesiones. Es su cine: a él le pertenecía ayer y le pertenecerá siempre. Nosotros, mientras, miramos de lejos. En silencio.
Publicado en la Revista Kinetoscopio no. 81 (Medellín, vol. 18, 2008). Págs. 83-86
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2008
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