Libertad condicional: Easy Rider, de Dennis Hopper
“Mientras filmábamos la película, podíamos sentir que el país entero estaba en llamas. Los negros, los hippies, los estudiantes”.
-Dennis Hopper
Leamos lo que Dennis Hopper recuerda sobre Easy Rider (1969), en una entrevista realizada para el documental Shaking the Cage (1999) de Charles Kiselyak: “Habíamos pasado por la era de los 60, que fue una época fascinante. No se hacían películas sobre nuestra realidad. El mismo año Doris Day y Rock Hudson hicieron Pillow Talk. Para los jóvenes había películas como Beach Blanket Bingo. No tenían nada que ver con la época de los hippies y de la libertad. En esa época las artes visuales estaban en su total auge. Y la música también, había mucha creatividad. Y esto era casi al final de la época. El arte pop, el rock and roll… el verano del amor ya había acabado”. Contra esa medianía y ese escapismo del cine, Hopper y Peter Fonda iban a oponer un filme contestatario, una road movie que fue no solo el viaje que los protagonistas de la película hacen de occidente a oriente de Estados Unidos, sino también el road trip físico y mental que implicó para ambos artistas hacerla, un “viaje” pop, lisérgico, barbitúrico y lleno de creatividad, improvisación y milagros. Todo pudo haberse ido a los infiernos, pero al final lograron realizar un inesperado clásico del cine.
Easy Rider no hubiera podido hacerse antes en Estados Unidos con el sistema de estudios imperante durante décadas. Fueron los productores Bob Rafelson –sobrino del guionista favorito de Ernst Lubitsch, Samson Raphaelson– y Bert Schneider –hijo de Abraham Schneider, presidente de Columbia Pictures– a través de su empresa Raybert Productions, los que se atrevieron a darles voz, a hacerlos visibles. “La realización y distribución de la película fue un esfuerzo colaborativo de estos hijos del establecimiento de Hollywood que retaron el concepto fundamental del establecimiento respecto a cómo hacer películas exitosas y sobre qué hacerlas” (1), explica Paul Monaco en su volumen de la historia del cine norteamericano. Rafelson y Schneider veían estancado al cine de Hollywood en comparación a las vanguardias europeas y tenían claro que la culpa era el sistema de producción dominante, no la falta de talento o de buenos realizadores. A lo que se atrevieron ambos fue a retar a Hollywood y, a través de Raybert Productions, abrir las compuertas para que los jóvenes realizadores pudieran expresarse.
La idea original para Easy Rider la tuvo Peter Fonda en Toronto, donde había ido a promocionar The Trip (1967), filme que protagonizó para Roger Corman. Para este realizador ya había estelarizado The Wild Angels (1966) y fue en su habitación de hotel donde tuvo una suerte de epifanía al ver una foto de ese último filme. “Comprendí inmediatamente qué tipo de película de motocicletas, sexo y drogas debía hacer a continuación”, escribió Fonda en su autobiografía Don’t Tell Dad. “No serían unos cien Hell’s angels en su camino a un funeral. Sería sobre the Duke y Jeffrey Hunter buscando a Natalie Wood. Yo sería the Duke y [Dennis] Hopper sería mi Ward Bond; Estados Unidos sería nuestra Natalie Wood” (2). Fonda se refería al western clásico de John Ford, Más corazón que odio (The Searchers, 1956), en la que John “the Duke” Wayne interpreta a Ethan Edwards, un excombatiente de la Guerra Civil que debe rescatar a su sobrina (Natalie Wood), secuestrada durante años por los comanches. En la búsqueda lo ayuda un grupo que van a integrar, entre otros, el hijo mestizo de su hermano, Martin “Marty” Pawley (Jeffrey Hunter) y el Capitán y Reverendo Samuel Johnson Clayton (Ward Bond). Así pues, Peter Fonda y Dennis Hopper serían cowboys contemporáneos, con motocicletas en vez de caballos, recorriendo los caminos polvorientos en busca de su propio país, secuestrado por las generaciones dominantes en la política, en lo social, y obviamente en el cine. En ese recorrido solo encontrarían discriminación y desprecio hacia ellos.
Los dos simbolizaban, entonces, la libertad. Hay un diálogo en la película que se refiere exactamente a ese punto y que es la “tesis” de Easy Rider. Encarcelados por irrumpir en un desfile, los dos motociclistas –Billy (Hopper) y Wyatt (Fonda)- encuentran ahí a un abogado alcoholizado, George Hanson (Jack Nicholson), que los ayuda a salir de ahí. Le proponen irse juntos para continuar su travesía. Una noche junto a una fogata conversan:
-George: ¿Sabes? Este era un país fantástico. No entiendo que le ha pasado.
-Billy: Nadie tiene agallas ya. Ni nos dejan entrar en un hotel de segunda. O sea, ni en un motel de segunda, ¿sabes? Creen que les vamos a cortar el cuello. Tienen miedo.
-George; No les tienen miedo a ustedes. Temen lo que ustedes representan para ellos.
-Billy: Para ellos solo representamos a alguien que necesita un corte de pelo.
-George: Que va. Lo que representan para ellos es la libertad.
-Billy: La libertad es lo más importante.
-George: Claro, eso es. Se trata de eso. Pero hablar de ella y practicarla son cosas distintas. Es muy difícil ser libre cuando te compran y te venden en el mercado. No digas a nadie que no es libre porque se pondrán a matar y a mutilar para mostrarte que sí. No pararán de hablar de la libertad del individuo. Pero ven un individuo libre y les asusta.
-Billy: Bueno, el miedo no les hace huir.
-George: No. Los hace peligrosos.
Resulta conveniente transcribir los parlamentos completos porque en una película que se caracteriza por la improvisación de las escenas y los diálogos, la estructuración que tiene este corresponde realmente a un manifiesto de intenciones, que no por subrayado iba a ser menos potente para los espectadores de la época. En el guion de Easy Rider contribuyó Terry Southern que ya era famoso por los guiones de Dr. Strangelove (1964) y de Barbarella (1968), esta última dirigida por Roger Vadim y protagonizada por Jane Fonda. Fue a través de ellos dos que Peter conoció a Southern, cuando el actor viajó a Europa a actuar en Metzengerstein, el segmento del filme colectivo Historias extraordinarias (Histoires extraordinaires, 1968) que Vadim dirigió. Fonda le habló de la idea y el guionista se mostró muy interesado en desarrollarla, pese a que no podían pagarle los honorarios que habitualmente cobraba. Southern, sin embargo, sintió que debía hacerla.
El proyecto fue puesto a consideración de American International Pictures (AIP), pero la compañía, preocupada por el temperamento de Hopper, puso unas objeciones que dejaron a la película en el limbo. Mientras tanto, Fonda, Hopper y el dramaturgo Michael McClure presentaron ante Raybert Productions un proyecto de fantasía política llamado The Queen, pero los productores Rafelson y Schneider estaban interesados en su película de motociclistas he hicieron con ellos un trato para hacerla por alrededor de 350.000 dólares.
El rodaje de Easy Rider es más mito que realidad. Como bien lo dijo el productor asociado Bill Hayward, “Todo fue como una experiencia a lo Rashomon, toda la película, la producción completa. Cada uno tiene una versión completamente distinta”. No era posible suponer nada diferente en un rodaje donde, para empezar, los involucrados decidieron qué función iban a hacer sin que mediara experiencia alguna, y donde casi todo el equipo de producción –delante y detrás de la cámara- estaba bajo el efecto del LSD, la marihuana y el licor. Las discusiones, las peleas, la improvisación y el caos fueron la moneda común.
Una famosa secuencia rodada en Nueva Orleans durante el Mardi Gras resume la atmósfera que se experimentó durante ese rodaje: describe una visita al cementerio local que hacen Billy y Wyatt acompañados de dos prostitutas, durante la cual consumen ácido. Es como si también la cámara lo hubiera hecho, tal es el grado de expansión sensorial y de desapego a la narrativa que en esos momentos se vive ahí. En el caso de Peter Fonda, el actor incluso “desnudó” sus propios dolores frente a la lente, pues su madre -Frances Ford Seymour- se suicidó cuando él tenía diez años. “Dennis me pidió que me incorporara sobre una estatua y le preguntara a mi madre por qué me había abandonado suicidándose. Le dije que simplemente porque él tenía conocimiento personal de la oscuridad (darkness-at-the-break-of-noon) de mi familia, no tenía derecho a que me lo hiciera hacer público… Dennis me dijo que tenía que hablarle a ella. Seguí insistiendo en que eso no encajaba, que estaba mal, que no era justo que él me pidiera que lo hiciera. Finalmente le exigí que me diera una buena razón para hacerlo. «¡Porque soy el director!» Gritó, limpiándose las lágrimas de sus mejillas” (3).
Tras culminar las casi ocho semanas de tortuoso rodaje, Dennis Hopper se sentó a editar el metraje durante cinco meses y medio para convertir una versión inicial de cuatro horas en una de dos horas y cuarenta minutos. Después Fonda, el montajista Donn Cambern, el cineasta Henry Jaglom y los productores asociados, la convirtieron en una película de 95 minutos, que es la versión con la cual se estrenó. Easy Rider debutó en el Festival de Cine de Cannes, donde Hopper obtuvo el premio a la mejor ópera prima. En Estados Unidos se estrenó comercialmente el 14 de julio de 1969 en el teatro Beckman en Nueva York, siendo un absoluto éxito de taquilla, recaudando más de 19 millones de dólares en su temporada inicial.
“El impacto de la película, tanto sobre los cineastas como sobre la industria en su conjunto, fue poco menos que sísmico” (4), escribe Peter Biskind. Easy Rider fue nominada a dos premios Oscar: mejor actor de reparto para Jack Nicholson y mejor guion original, pero más importante que eso, obtuvo la atención no solo del público, sino además de la prensa y los medios de comunicación que vieron en ella a una obra que seguía los postulados subversivos de Bonnie and Clyde (1967), pero que los potenciaba al hablar del presente, al hacer suyos unas inquietudes generacionales no escuchadas e insatisfechas.
Easy Rider fue un engendro furioso de una generación de artistas que no encontraban eco o reflejo en ninguna parte. Y fue hecha con el impulso caótico y errático que los movía, que los hacia indignos ante los ojos críticos de sus mayores, que estaban escandalizados ante unos hippies y vagos que no reconocían como suyos los valores tradicionales. El guionista Buck Henry describió con certeza la naturaleza de esta cinta cuando expresaba que “Nadie sabe quién la escribió, nadie sabe quién la dirigió, nadie supo nunca quién la montó; se suponía que Rip [Torn] iba a trabajar en la película, pero en su lugar entró Jack [Nicholson]; parece un montaje de cientos de tomas eliminadas de otras películas, puestas todas una detrás de otra y con la banda sonora de las mejores canciones de los sesenta. Pero abrió un camino. De pronto, fueron los hijos de Dylan lo que pasaron a tener el control” (5).
Y es precisamente Bob Dylan en It’s Alright Ma (I’m Only Bleeding) –que hace parte de la banda Sonora del filme- quien canta sobre lo que esta generación sentía. Son sus palabras el himno desilusionado de Easy Rider y de todos los que hallaron respuestas en esa película:
Sin embargo, ya sabes que no hay una respuesta segura
para satisfacerte. Asegura que no lo dejes,
que la mantengas en tu memoria y no olvides
que no es él, o ella, o ellos, o eso
a lo que perteneces.
Y aunque los maestros hacen las normas
para los hombres sabios y para los tontos…
No tengo nada, ma, con lo que vivir conforme.
Referencias:
1. Paul Monaco, “The Sixties, 1960-1969”, En: History of American Cinema, vol. 8, Berkeley: University of California Press, 2001, p. 187
2. Peter Fonda, Don’t Tell Dad: A Memoir, Hyperion, 1998, p. 241
3. Ibid., p. 257
4. Peter Biskind, Moteros tranquilos, toros salvajes, Barcelona, Editorial Anagrama, 2004, p. 93
5. Peter Biskind, Op Cit., p. 94
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