El amargo sabor el éxito: From the Terrace, de Mark Robson
Sólo dos años hubo entre la aparición de la novela From the Terrace, del afamado cuentista, novelista y guionista John O´Hara y su adaptación la cine. Al publicarse el texto en 1958 se convirtió en un best seller instantáneo, con más de tres millones de copias vendidas, de ahí que no fuera difícil suponer que Hollywood estaría interesado en comprar los derechos y convertirlo en una película. La 20th Century Fox se impuso frente a otros cuatro estudios interesados y se afirma incluso que adquirió los derechos antes que el libro fuera publicado.
Mark Robson, el director y productor canadiense, vio todo el potencial del libro y fue él quien a la postre realizaría la versión fílmica. Robson venía de tener éxitos sucesivos con filmes como Peyton Place (1957) –nominada a nueve premios Óscar- y La posada de la sexta felicidad (1958), así que era afín a la sustancia dramática del texto de O´Hara, pero quiso que el argumento quedara en manos de un especialista y por eso se le encomendó a Ernest Lehman, uno de los guionistas más prestigiosos y afamados de la industria, que en cinco años –entre 1954 y 1959- había escrito los excelentes guiones de Executive Suite, Sabrina, El rey y yo, El estigma del arroyo (Somebody Up There Likes Me), The Sweet Smell of Success e Intriga internacional (North by Northwest). Lehman concentró la acción de la extensa novela en la adultez del personaje principal, dejando por fuera lo tocante a su infancia.
La Fox quería una película de altos valores de producción. Fue rodada en Cinemascope; Elmer Bernstein haría la partitura original, y un veterano como Leo Tover la cinematografía. Para la pareja protagónica se tenía a Paul Newman y a su esposa Joanne Woodward, y en un papel secundario –el de la madre de Newman- estaría ese mito del cine llamado Myrna Loy. Se rodó en los estudios Fox Movietone de Nueva York entre diciembre de 1959 y febrero de 1960, con exteriores en Old Westbury, Jaggers Cove y Glen Cove, Long Island.
La película describe la vida de Alfred Eaton (Newman), el hijo menor de una adinerada y disfuncional familia de Filadelfia, que al volver de la Segunda Guerra Mundial decide que no quiere depender del dinero de su padre ni quedarse bajo sus alas, esperando heredar su imperio metalúrgico. Alfred tiene contactos en Nueva York y una inmensa ambición. Ambas cosas –y hasta un golpe de suerte- lo llevan a ir escalando posiciones ejecutivas cada vez mayores. Elipsis temporales demasiado súbitas (a las que hay que estar atento) nos ahorran detalles de su progresivo ascenso social y profesional. Se casa con la mujer adecuada (Woodward) como si fuera un reto más en su carrera, para dejarla de lado, demasiado ocupado para prestarle atención. Un antiguo compañero y ex socio de Alfred le lanza en un momento dado del filme una pregunta clave: “¿Estás ganando algo con tu éxito además de más éxito?”. Alfred no sabe exactamente la respuesta. Tristemente nada ya parece tener sentido para él, pero quizá aún esté a tiempo para ser redimido.
Filmada y narrada en un estilo que refuerza los elementos del melodrama de los años cincuenta tal como lo había presentado a las pantallas de Hollywood el director alemán Douglas Sirk –All That Heaven Allows, The Tarnished Angels, Imitation of Life– la película es demasiado seria (y hasta pretenciosa) para su propio bien, pretendiendo crear polémica con su presentación de la crisis conyugal, del adulterio consecuente y cómo este debía tolerarse en esa época, ante el inconveniente escándalo que representaba el divorcio para la gente “de bien”.
Para Paul Newman este papel es un puente entre los roles de los años cincuenta y los que tendrá en la década que recién se inicia (Ari Ben Canaan en Éxodo, Eddie Felson en El audaz, Hud Bannon en Hud). Aquí lo vemos interpretando a un hombre con una permanente insatisfacción, con una sed que nada parece saciar, víctima de un estilo de vida que le pide sacrificar su familia en pos de un éxito que para él ya nada representa. Robson nos presenta al protagonista siempre desde afuera. Comprendemos sus motivos (madre alcoholica, padre que no lo ama, esposa que lo traiciona) pero nunca nos acercamos al sentimiento real de un hombre al que sentimos lejano. Sin embargo el actor se mete en la piel de este personaje que sufre y logra al final nuestra simpatía.
La real sorpresa del filme es Joanne Woodward. La actriz de 29 años de edad brilla cada vez que aparece en la pantalla y su luz se traga a la de todos los demás, incluyendo a Newman. Vestida para el filme por William Travilla (el diseñador de Marylin Monroe) con una mezcla de sensualidad y gran elegancia, la actriz no deja dudas al interpretar a una desalmada y ambiciosa mujer que no se detiene ante nada en busca de compañía y placer. Por fortuna sólo en una escena aparece junto a la novata Ina Balin –que interpreta a Natalie- pues realmente no tenía rival dentro de la pantalla.
Curiosamente fue la propia Balin la única que obtuvo algún reconocimiento por este filme, al ser nominada al Globo de Oro como mejor actriz de reparto. A pesar de los esfuerzos de la Fox, la cinta fue ignorada en los premios de la Academia y sólo obtuvo ganancias por cinco millones de dólares.
Sin pretender demeritar su esplendor visual y escenográfico así como el gran nivel de sus actores protagónicos, es posible que la distancia asumida frente a los personajes –adinerados y sin alma- haya influido sobre el resultado final de una película que, como From the Terrace, deja una lección moral que no por conocida deja de ser válida.
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