El ángel exterminador
Juan Carlos González A.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 17/01/13). Pág. 16
©Casa Editorial El Tiempo, 2013
Michael Haneke es ese hombre delgado, alto y canoso que en la noche del pasado domingo recibió el Globo de oro a la mejor película en lengua extranjera por Amour. Calmado y sencillo, agradeció a los que trabajaron con él y tuvo unas palabras especialmente cálidas para los protagonistas de su filme, los veteranos actores Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant.
La del domingo fue otra victoria de un filme que ya ganó la Palma de Oro en Cannes, el Premio Europeo de Cine, el Grand Prix de la FIPRESCI y el galardón de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine de los EE. UU. Además Amour está nominada al Oscar a mejor película extranjera y también a mejor película, una coincidencia insólita que sólo ha ocurrido tres veces antes, con Z (1969), La vida es bella (1997) y El tigre y el dragón (2000). Haneke, por su parte, es candidato a las estatuillas a mejor director y mejor guionista.
Una justa cosecha para un filme de uno de los directores más inquietantes del cine contemporáneo, y cuya obra no parece corresponder a su sereno aspecto. El austriaco Haneke –de origen alemán- ha construido una filmografía tan sólida como desesperanzada. Decepcionado de la humanidad, se lanza sobre sus protagonistas como un ángel exterminador, presto a castigarlos por sus errores del pasado, por su falta de solidaridad, por su egoísmo y torpeza.
Haneke parece haber leído a Marguerite Yourcenar cuando ella en Alexis o el tratado del inútil combate, afirmaba que “Dicen que en las casas viejas siempre hay algún fantasma; yo nunca vi ninguno y, sin embargo, era un niño miedoso. Quizá comprendiese que los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro”. Haneke nos asusta porque su cine refleja nuestros espectros internos, porque saca a la luz nuestros secretos más ocultos. Ante el suspenso psicológico de sus imágenes y el juego con la percepción, el espectador se siente tan inerme como la niña sordomuda del inicio de Código desconocido, que hace gestos de temor con todo su cuerpo.
Pese a eso sus películas generan una extraña fascinación. Su inteligencia y lo poco predecibles que son a la hora de su resolución nos amarran sin remedio. Algo dentro de nosotros nos invita a quedarnos a ser aleccionados, y por qué no, juzgados también. Ocurrió en La pianista, en Escondido, en Funny Games, en La cinta blanca, recordatorios implacables de la derrota de nuestra civilización. Amour también es la historia de un fracaso, pero uno más íntimo: el declive inexorable de nuestro propio cuerpo.
Michael Haneke durante el rodaje de Amour junto a Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant |