El cine de Bong Joon-ho: Movimientos paradójicos e impredecibles
Es esa mujer vestida formalmente entre un campo de trigo, que de repente se pone a bailar con pausada cadencia, como si estuviera escuchando la música -no diegética- que acompaña a esta escena con la que se abre Madre (Madeo, 2009); es una secuencia de acción en Okja (2017) entre dos bandos que se disputan a un cerdo transgénico en un centro comercial subterráneo, acompañada -de manera insólita- en la banda sonora de una balada de John Denver, “Annie´s Song”; es encontrar vagones temáticos casi surrealistas en un tren de alta velocidad que es el último refugio de la humanidad en Rompenieves (Snowpiercer, 2013); es -para concluir- la imposibilidad de tener certezas frente a lo que el director coreano Bong Joon-ho nos plantea filme a filme. Con él nada es lo que parece, nada va hacia donde creemos o hacia donde pensamos que debía ir: las películas suyas nunca terminan cómo suponemos, no parecemos ser capaces de predecir sus desenlaces. Su cine está lleno de movimientos paradójicos e impredecibles, tanto de los personajes como de la historia. Más bien: su cine son esos movimientos.
Frente a su obra es posible sentirse como la pareja propietaria de la mansión de Parásitos (Gisaengchung, 2019): completamente engañados. Pero no, no se trata de un cine lleno de trampas y zancadillas. Se trata, por el contrario, de una filmografía llena de agudeza que no busca nunca complacer al espectador. Eso se debe a que la de Bong Joon-ho no es una mirada condescendiente, ni hacia sus personajes ni hacia su público. Por eso sus historias son una sorpresa permanente, insufladas de humor negro, sátira, crítica social, violencia y pasmo. Este último elemento es lo que sentimos al observar unos relatos que rompen los esquemas de género y nos conducen siempre hacia otra dirección.
Se supone que Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie) (Salinui chueok, 2003) es una seria investigación policial sobre la búsqueda de un asesino serial de mujeres jóvenes, pero dos de los detectives son de una torpeza que raya con la caricatura. Se supone que The Host (2006) es una película de terror con un monstruo submarino mutante, pero el protagonista del relato es un padre de familia con un retraso mental leve, lejos de cualquier figura heroica. Se supone que un clan pobre tiene el plan perfecto para apoderarse de la riqueza de una familia adinerada a la que ha infiltrado en Parásitos, hasta que una noche alguien llama a la puerta… Con Bong Joon-ho hay que dejar atrás toda certeza, toda zona de confort, como aquella en la que vivía el personaje hikikomori de Shaking Tokyo, su segmento de la película colectiva Tokyo! (2008). A ese personaje ermitaño un temblor en la capital japonesa le cambió para siempre su existir. El cine de Bong Joon-ho es ese temblor, ese terremoto errático.
Y lo es desde su primer largometraje, Perro que ladra no muerde (Flandersui gae, 2000). Detrás de esa mirada en apariencia cruel sobre las mascotas se esconde una sátira social que muestras las tensiones entre las diferentes capas sociales -corrupción incluida, que es un tema recurrente que se desarrolla en Madre, Rompenieves y en Okja, pero que en Parásitos encuentra una madurez inaudita, una válvula de escape feroz. Hay en sus películas una constante lucha de clases sociales, entre el campo y la ciudad, entre la ignorancia y el conocimiento, entre la pureza y la corrupción. Siempre hay personajes a cada lado de la línea que divide cada extremo (ejemplificados en The Host y Okja: curiosamente ambas tienen un componente ambientalista obvio), pero esas fronteras no se cruzan, no es posible una simbiosis, ni siquiera en las ficciones distópicas que Bong Joon-ho ha creado.
Sin embargo, Parásitos -por la que obtuvo la Palma de oro en Cannes- es esa amalgama imposible, esa lucha desde el interior, esa carcoma que va socavando sin que el otro lo note. Entre Perro que ladra no muerde y este filme hay 19 años y una cantidad enorme de aprendizajes, constatación de intuiciones artísticas y el desarrollo de un estilo propio, sugerente y expresivo. Su cine no es necesariamente accesible, su humor negro no tiene unánime recepción, pero es imposible no sentirse impactado frente a la fortaleza de su obra.
Bong Joon-ho no partió del empirismo. Nacido en la ciudad de Daegu, en el suroriente de Corea del sur, el 14 de septiembre de 1969, estudió sociología en la Universidad Yonsei y en los años noventa hizo un programa formal de estudios cinematográficos de dos años en la Academia Coreana de las Artes Fílmicas. Los dos cortometrajes con los que se graduó, Memories in My Frame (Peureimsogui gieokdeul, 1994) e Incoherence (Ji-ri-myeol-lyeol, 1994), fueron proyectados en el Festival de cine de Vancouver y el de Hong Kong, respectivamente. También es suyo el cortometraje White Man (Baeksekin, 1994). Como guionista recibió créditos en Motel Cactus (Motel Seoninjang, 1997) y Phantom the Submarine (Yuryeong, 1999). En ambos filmes el productor fue Cha Seung-jae, que va a convertirse en el productor ejecutivo de Perro que ladra no muerde, el largometraje debut de Bong Joon-ho.
Si bien la acidez de esta ópera prima no causó gran alborozo, había ya ahí elementos narrativos muy interesantes, cierto desparpajo fellinesco, un uso logrado de lo grotesco y del humor deadpan, y unos guiños ingeniosos (véase la escena de créditos finales) que denotaban inteligencia, la semilla de cosas buenas por venir. Para Memories of Murder (Crónica de un asesino en serie) -también producida por Cha Seung-jae- el salto cualitativo habrá sido enorme, considerando que se trata de una película ambiciosa, coral, que se debate entre el thriller y la parodia. En el Festival de Cine de San Sebastián este filme recibió el premio al mejor director nuevo, el premio de la FIPRESCI y la Concha de Plata al mejor director. En 2004 Bong Joon-ho hace parte del proyecto colectivo Digital Short Films by Three Filmmakers con el cortometraje Influenza.
Si todavía el mundo del cine no sabía de su irrupción, The Host (2006) se iba a encargar de catapultar su carrera. Esta película situada en un presente distópico nos cuenta de la aparición de una criatura monstruosa en el río Han, un mutante mitad pez mitad anfibio, que causa el caos absoluto en Seul, secuestrando y devorando a varias personas. Se convertiría en la película más taquillera de la historia de Corea del sur hasta ese momento. Bong Joon-ho sería invitado después a ser parte -junto a Michel Gondry y Leos Carax- del filme colectivo Tokyo! (2008). Suyo fue el segmento final, Shaking Tokyo, sobre un hombre que voluntariamente se enclaustra en su hogar.
Madre fue de nuevo un excelso drama policial, pero desde la perspectiva de la madre del principal acusado de matar a una joven estudiante. La película compitió en la sección competitiva “Una cierta mirada” en el Festival de Cine de Cannes. Su primer filme en inglés fue Snowpiercer: Rompenieves, al comando de un reparto donde figuraron Chris Evans, Tilda Swinton, Ed Harris, Octavia Spencer y John Hurt. También, en un rol crucial, figura su actor fetiche, el coreano Song Kang-Ho. Otra producción internacional fue Okja, financiada por Netflix, y presentada en la competencia oficial en Cannes en medio de la polémica entre la poderosa productora y las directivas del Festival, ante la negativa de Netflix de estrenar la película en los cines y no exclusivamente en su plataforma de streaming.
A Cannes volvería con Parásitos, pero a ganar el festival y a dar fe de la supremacía del cine surcoreano, del que Bong Joon-ho es uno de sus exponentes más notables. Pero eso no sería todo, tras ganar el Globo de oro a la mejor película extranjera, el 9 de febrero de 2020 Parásitos y Bong harían historia al ganar el premio Oscar a mejor guion original, director, película internacional y mejor película, convirtiéndose en el primer largometraje no hablado en inglés en alcanzar este galardón Quizá su cine se mueva erráticamente. Él no.
Actualización de un articulo publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 127 (Medellín, junio/septiembre, 2019), p. 17-20
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