Augusto, el insepulto: El conde, de Pablo Larraín

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Tras peregrinar a Hollywood y darse cuenta que sí le era posible tener éxito trabajando las condiciones de esa industria, Pablo Larraín regresa a Chile con El conde (2023) y también regresa a las obsesiones políticas que caracterizaron sus primeros trabajos. Obvio que el cine político es absolutamente válido y que es una herramienta para que, desde lo artístico, un cineasta exprese su inconformidad, su dolor, sus ganas de denuncia, su búsqueda de justicia, y la lucha contra la desmemoria.

El conde (2023)

Lo importante, como siempre, es el cómo. La franqueza o la sutileza. La denuncia frontal o la metáfora. El golpe indiscriminado al cuerpo o la flecha que llega exactamente al blanco. Pablo Larraín y su coguionista Guillermo Calderón –en su cuarta colaboración conjunta- optaron por la frontalidad a la hora de hacer esta fábula cruenta que supone que Augusto Pinochet (interpretado por Jaime Vadell) es un vampiro que nació en Francia en el siglo XVIII, hizo parte de los ejércitos de Luis XVI, lo vio caer y se prometió de ahí en adelante luchar contra todas las revoluciones, incluyendo la que Salvador Allende inició en 1970 en Chile. El vampiro fingió su muerte en 2006 y se retiró a sus cuarteles de invierno australes, en compañía de su esposa Lucía Hiriart y de su esbirro, el ruso Fyodor Krasnov (Alfredo Castro). Ha decidido dejarse morir, cansado ya.

El conde (2023)

Una suerte de hechos violentos recientes hace que sus cinco hijos vayan a visitarlo, y se les una después Carmen (Paula Luchsinger), una supuesta contadora que va a ayudarlos a “desenterrar” la fortuna de su padre, dispersa entre paraísos fiscales, cuentas a nombre de terceros, bonos, acciones y toda suerte de papeles legales y maromas jurídicas. Realmente lo que Carmen pretende es otra cosa, equidistante entre la salvación espiritual y la codicia religiosa. Realmente lo que Larraín pretende con ese personaje es que nos enteremos de todas las maniobras que los hijos de Pinochet -Lucía, Augusto, Verónica, Marco Antonio y Jacqueline- hicieron para defraudar a su país. Ese es la disculpa que da origen a esta película: que sepamos que Pinochet no solo violó sistemáticamente los derechos humanos de los chilenos, sino que también él y su familia engañaron y robaron a la nación. Y que esos hijos deben aún muchas respuestas a la justicia chilena e internacional.

El conde (2023)

Los medios que El conde utiliza para contarnos eso pasan por el esperpento y la farsa gruesa. No hay acá sutileza alguna: esta es una película gore de vampiros, y como tal se comporta, sin temor a impresionar o a asquear. Esta es una cinta con una agenda didáctica demasiado obvia y esas cucharadas nos las hace tragar sin nada que modere su acritud, por ende no esperen nada complaciente acá, pero tampoco demasiado inteligente. Desde los miles de kilómetros que me separan de Chile se me antoja una película demasiado visceral y amarga, vengativa, tremendamente espesa. Rodada en blanco y negro, tiene unos guiños a la atmosfera fílmica de Dreyer –incluyendo la actitud a lo Juana de Arco que asume Paula Luchsinger- que le añaden virtuosismo y solemnidad a un retrato de la decadencia y la podredumbre del poder que está muchos escalones más abajo que obras igualmente duras como La caída de los dioses (La caduta degli dei, 1969), de Luchino Visconti.

El conde (2023)

En El conde sobró dolor, faltó ingenio. Un lector chileno me dirá que ese dolor que el filme exhibe y que convierte en imágenes y diálogos llenos de veneno, nunca será equivalente al que el pueblo de ese país padeció. Puedo entenderlo perfectamente. Acá me preocupa que lo repelente del tratamiento no deje que se transmita el mensaje, por transparente e in-your-face que Larraín lo haya construido (ganó el premio al mejor guion en el Festival de Venecia, por cierto, algo que no deja de sorprenderme). Sin embargo, algo me dice que las lecciones de historia deben ser así de virulentas para que quedemos de una vez por todas advertidos.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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