El corazón, ese intrépido explorador: Tabú, de Miguel Gomes

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“¿Puede alguien percibir el momento en que se pasa de la pasión al amor? Como ya dije, en mi pasado no me privé de placeres, sobre todo en lo que respecta a convivir con mujeres. Y si el fuego de mi pasión era intenso, nunca había sido un trastorno pasar de una a otra, en tanto todas me parecían muy bellas. Aurora cambió irremediablemente mi naturaleza, no se cuándo ni por qué oscura razón. Sabiendo que Aurora llevaba dentro de sí el hijo de otro hombre, su legítimo esposo, tampoco ignoraba que al tomarla como amante estaba cometiendo una colosal estupidez de la cual solo podría arrepentirme en el futuro. Pero siempre que me encontraba en sus brazos, el futuro parecía un concepto vago y estúpido”. Las palabras que aquí transcribo las pronuncia Gian Luca Ventura, un aventurero italiano que probó fortuna en una colonia portuguesa en África hace unos cincuenta años y lo que encontró fue el deseo y luego el amor, convertidos en el rostro y el cuerpo de una mujer ajena. Cuando las pronuncia ya es un anciano, que rememora esas añoranzas precisamente el día de la sepultura del cadáver de Aurora, a quien no veía hacía años. Viene del cementerio y un par de mujeres cercanas a la que fue la mujer de su vida le invitan a un café.

Gian Luca habla espontáneamente y sus palabras se van a ese pasado en África, acompañado de unas imágenes de textura onírica que no sabemos cuánto representen la realidad y cuánto representen sus borrosos –pero felices– recuerdos. De esas evocaciones nostálgicas está hecha Tabú (2012), la tercera película del portugués Miguel Gomes, una de las más poéticas y sensibles historias de amor que el cine nos haya contado recientemente. Cuando parece que ya nada nos conmueve, cuando parece que ya no hay sentimientos que explorar, llega una película tan particular como esta –narrada en off, en blanco y negro, rigurosa en lo formal, sin diálogos en su segunda mitad– y nos sacude sin que queramos huir de ese estremecimiento que nos recuerda que seguimos vivos, que palpitamos todavía.

 Tabú (2012),de Miguel Gomes

Tabú (2012), de Miguel Gomes

El sortilegio de Tabú es difícil de explicar, pero pasa inicialmente por la poesía de las palabras que aquí son pronunciadas. La película tiene un prólogo, que corresponde a una película que alguien está viendo en una solitaria sala de cine, donde se nos cuenta la historia de un intrépido explorador que viajó a África para olvidar el recuerdo de su amada. Las imágenes sin diálogos van acompañadas de una voz que en portugués nos narra las desventuras del malhadado explorador. La cadencia de esa voz y las hermosas frases que pronuncia marcarán el tono de la segunda parte de Tabú, que es la remembranza de la vida en África de Gian Luca, narrada con su propia voz, con la subjetividad de la primera persona del singular y con las licencias que le dan la memoria que todo lo embellece y los años que han pasado entre lo vivido y lo evocado.

Esa parte, llamada “Paraíso”, esta precedida por otra llamada “Paraíso perdido” que ocurre en el presente y es desde ahí donde oímos a Gian Luca. Esa primera parte tiene voces y sonidos, y una estética austera y fría –como la de un filme de Antonioni– y está protagonizada por Pilar, una solitaria y compasiva mujer de mediana edad que tiene como vecina en su apartamento de Lisboa a una anciana viuda llamada Aurora, que parece desvariar y comportarse de manera errática. Aunque parece que la de Tabú fuera la historia de Pilar, lo que el director Gomes hace es despistarnos, conducirnos por un camino falso para que no le demos importancia a Aurora, una mujer senil que está en sus últimos días de vida. Y lo hace para que reflexionemos sobre lo que hay en el pasado de la gente: ¿Qué tesoros oculta el pretérito de alguien que hoy nos parece anodino e incómodo? ¿Con cuánto fervor vivieron aquellos que hoy soportan el otoño de su existir? ¿Qué ilusión encendió sus almas alguna vez? De ese pasado glorioso y ya extinto trata Tabú.

África mía
“Aurora creció en mí como una realidad absoluta y totalitaria”, nos dice Gian Luca, ese apuesto italiano que se encontró en África a esta joven y bella mujer, hija de exiliados portugueses ya fallecidos, que se dedica a administrar sus negocios familiares y a la caza mayor. Aurora está ya casada y en embarazo cuando aparece Gian Luca para desatarse entre ellos el cataclismo de una pasión cuyo origen –si acaso importara– no entendemos bien, pero a cuya progresión y consolidación asistimos con el corazón en vilo. La fuerza de esos sentimientos nos conmueve y nos transporta.

Tabú (2012), de Miguel Gomes

Tabú (2012), de Miguel Gomes

“Si siempre me había considerado una persona feliz, la plenitud que encontré en sus brazos me convierte en la mujer más desgraciada. Olvídeme entonces si puede, ya que seré siempre suya”, le escribe Aurora cuando él reflexiona y se aleja de ella poniendo kilómetros de distancia entre dos corazones que laten a la vez. “Quien dice que el tiempo cura las heridas, nunca amó como yo”, escribe ella de nuevo cuando Gian Luca insiste en estar separados. Hay algo de la arrebatada intensidad de un bolero o del ingenuo frenesí de una carta de amor del siglo XIX en estas misivas que no temen ser cursis y cuya verdadera trascendencia solo entendería aquel a quien van dirigidas y que las lee con la angustia que da el estar lejos de ese ser que adoramos en silencio, incapaces de confesar el tamaño de ese amor a todo el que quiera oírnos. Pero no se preocupen, los amantes de esta historia volverán a estar juntos otra vez, bajo el marco de una tensa situación política colonialista que el director Gomes esboza con sutileza: no quiere ignorarla, pero no quiere que desplace a la historia romántica de Gian Luca y Aurora.

Tabú (2012), de Miguel Gomes

Lo más hermoso es que somos arrastrados a esos abismos de amor sólo con voces y palabras, que se apoyan en unas imágenes tan sencillas, tan antiguas, tan llenas de grano que nos remiten al pasado del cine: incoloro, sin sonido, con una pantalla cuadrada y que sin embargo era capaz de hacernos evocar, soñar, sufrir y gozar tan solo con la expresión llena de vida de unos personajes más allá del tiempo. Tabú llega hasta allá, a ese pretérito memorable –no es nada casual que este filme sea homónimo del Tabú (1931) de F. W. Murnau– para desde ahí gritarnos que el cine estará vivo mientras sea capaz de producir obras de tanto brío, de tanta emotividad y originalidad. Y, sobre todo, hechas con tanto amor.

Publicado en la edición digital de la revista Kinetoscopio No. 101 (Medellín, vol. 23, 2013)
©Centro Colombo Americano, 2013

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

TABU poster

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